China ahora aparece ante el mundo como el gran paladín contra el coronavirus, primero por tener controlada la pandemia, y salir relativamente bien librada con poco más de tres mil fallecidos, muy por debajo de Italia, que lleva casi 16 mil muertos, y España que ronda los 11 mil. Estados Unidos, ya está en 6 mil víctimas mortales, la mayoría en Nueva York.
El país asiático se ha encargado, además, de enviar ayuda a otras naciones, sin embargo, estos gestos que posiblemente muchos aplauden, hubieran sido innecesarios, además de las miles de muertes que se hubieran evitado, si su sistema represivo y autoritarido, liderado por su presidente Xi Jinping, hubiera atendido la alerta, que con suficiente anticipación vio venir, desde diciembre pasado, el médico Li Wienliango, oftalmólogo de 34 años.
Él falleció, víctima del coronavirus, a inicios de febrero en el hospital de Wuhan, ciudad donde nació la pandemia.
En diciembre, Li detectó siete casos de un virus que se asemejaba al SARS, el que provocó la epidemia global en el 2003.
LI sospechaba que los casos provenían del mercado de pescado y mariscos Huanan, en Wuhan, y los pacientes fueron puestos en cuarentena en su hospital.
El 30 de diciembre, Li advirtió a otros doctores en un chat sobre el brote y les recomendó usar ropa protectora para evitar contagiarse.
Pocos días después le cayeron funcionarios de seguridad quienes le dijeron que firmara una carta en la que lo acusaban de “hacer comentarios falsos” que habían “perturbado severamente el orden social”, y debía de dejar de "hacer comentarios falsos”. Fue investigado por “propagar rumores”. Obviamente, al gobierno chino lo que le preocupaba era la imagen de su país.
Y ese es casualmente uno de los peligros de los gobiernos totalitarios, cero tolerancia a la crítica y cero transparencia. Desgraciadamente los gobiernos totalitarios hoy se han fortalecido con la pandemia vigilando y controlando más a su gente para “protegerla”.