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OPINIÓN: Es increíble que haya que perder la paz por una fiesta. Urge mano dura de las autoridades

Los fiesteros, en media pandemia, son malos ticos y deben ser denunciados. El silencio nos hace cómplices.

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“Mi hermano, menor que yo, con 55 años, murió antier en el Ceaco, lo que nos tiene consternados, y no queremos otra víctima más en mi pueblo”.

Esta angustia mezclada con indignación la vive Wilberth Quirós, Intendente del Concejo Municipal de Tucurrique, quien además de estar de luto está en alerta para frenar una megafiesta anunciada en su comunidad para el primero de mayo.

Las redes sociales promocionan esa fiesta animada por un cantante nacional y abierta a quienes paguen la “membrecía”. Por el mismo precio, los asistentes visitarán el cantón (Jiménez) con mayor riesgo de contagio de coronavirus, tendrán la oportunidad de contraerlo y luego transmitírselo a familiares y amigos.

Un baby shower y una fiesta familiar en Tucurrique duplicaron el número de contagios en los últimos días.

Las autoridades mantienen cerrados los sitios públicos e informan sobre la gravedad de la situación; sin embargo, las fiestas no paran. La historia se repite en otras regiones y, según Alexánder Solís, presidente de la CNE, van en aumento y se suman a las reuniones familiares que alimentan la nueva ola de infectados.

El gobierno apeló a la responsabilidad de cada uno de nosotros para impulsar la reapertura. El sufrimiento causado por el virus va más allá de los enfermos y sus familiares. El hambre azota a miles de hogares. Los organizadores y partícipes en las fiestas nos llevarían a un retroceso que sería desastroso. Son malos costarricenses y deben ser denunciados. El silencio nos hace cómplices.

Ningún esfuerzo para frenarlos es excesivo. Muchas vidas dependen de eso, así como la capacidad de miles de familias de llevar comida a la mesa.

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