El nacimiento del Día de San Valentín, como patrono de los enamorados, surge, irónicamente por el amor a la guerra del emperador Claudio II, allá por el siglo III, en Roma.
Dice el cuento que el tal Claudio prohibió que los jóvenes se casaran para siempre tenerlos listos para la guerra. Aseguraba este romano que que si los soldados se casaban al tener familia irían con muchas cargas emocionales a los campos de batalla y eso no le servía.
Al sacerdote Valentín le peló la orden y comenzó a casar a los jóvenes enamorados en secreto, y lógicamente, su desobediencia le saldría muy cara. Fue condenado a muerte el 14 de febrero del año 270.
Si hoy San Valentín viviera, tendría poco brete porque lo que menos buscan los jóvenes es casarse. Como mínimo viviría muy decepcionado porque los que se animan a casarse duran más caminando hacia el altar que lo que viven casados porque el amor, al ser confundido con otros sentimientos, es uno de los valores más devaluados.
Aplaudo que exista el Día del Amor, porque hay personas que todavía lo tienen y aman a la familia, a los hijos, existe el amor entre esposos leales, el amor al planeta está ahí, a pesar de los malos políticos; el amor a las mascotas, al prójimo, a una amiga, al amigo.
Y además, entre tanta obsesión por surgir a costa de todo y de todos, por aparentar, por rajar, amor es lo que más necesita este mundo y no solamente en un día como hoy en que el comercio además del amor le agregó la amistad, para redondear más el asunto.