Si una persona sensata sabe que algo pone en peligro su vida, buscará la manera de eliminar ese riesgo. Claro, para hacerlo debe poseer algunas cualidades, por ejemplo el amor propio y la responsabilidad. Si carece de ellas más bien se acercará al peligro y coqueteará con él.
El segundo comportamiento es el típico de los antivacunas, esos extraños seres que, sin formación como científicos, se dan el tupé de contradecir a los expertos, de reírse de los informes de los mayores epidemiólogos del mundo. Eso se llama ser atrevido.
Y son los mismos que en las redes sociales, ante noticias sobre el covid-19, se dedican a reaccionar únicamente con caras de burla, una muestra más del desconocimiento crónico que padecen.
Lo bueno es que los antivacunas son minoría. A veces hacen mucho ruido, pero son poquísimos, los responsables son mayoría en este país y es por eso que este viernes supimos que, por novena semana consecutiva, los contagios de covid-19 siguen bajos.
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Además, Costa Rica pasó del décimosegundo lugar mundial en población vacunada al décimo, un noticia muy importante porque como dicen los que sí saben --no los antivacunas-- la protección que da el medicamento funciona y es clave para salvar vidas.
Como ocurre siempre, la realidad es más fuerte que las mentiras, la desinformación y las teorías conspirativas que defienden quienes creen lo primero que ven en las redes sociales o en sitios web de la procedencia más dudosa.
Nada golpea más a los antivacunas que ver cómo caen los números de contagios y que en nuestro país han sido puestas ya más de siete millones de dosis de la vacuna contra el covid. Eso les amarga la existencia.
A esa gente responsable, a quienes para vacunarse han hecho filas durante horas porque aman su vida y respetan la de los demás, el país les dice “muchas gracias”.