Sencillamente qué bañazo, que vergüenza. Y les voy a contar por qué.
Informa el diario El País, de España, que Rina Akter, de 34 años, vive junto con sus dos hijos en un cuarto alquilado en un tugurio de la capital de Bangladesh, Dacca.
Ella trabaja como costurera por poco más de 60 euros al mes; (unos ¢42 mil).
Es explotada en fábricas que, cada cierto tiempo, se derrumban matando a cientos, incluso miles de personas. Ellos hacen camisetas que cuestan 5 euros, (¢3,500).
Resulta que Ghana, país africano, está en el puesto 135º del mundo en el índice de Desarrollo Humano (IDH) según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Costa Rica ocupa el cuarto puesto en ese índice que mide el que sus ciudadanos tengan una vida larga y saludable, cuenten con facilidades para adquirir conocimientos y disfrutar de un nivel de vida digno.
Pues bien, resulta que en seguridad aérea ahora estamos al mismo nivel de esos dos maltratados países, Bangladesh y Ghana.
La categoría dos, en la que estamos, es por incumplir las normas de la Organización de Aviación Civil (OACI).
Desde el pasado lunes, la Administración Federal de Aviación Civil de Estados Unidos sacó a Costa Rica de la calificación 1, la cual sí mantienen países como Nicaragua y Venezuela a pesar de las soberanas crisis que atraviesan.
Para un país que vive del turismo, como el nuestro, eso es una vergüenza, es un golpe a la imagen de la seguridad aérea nacional la que el director de Aviación Civil, Guillermo Hoppe, debe a toda costa corregir.
El accidente aéreo ocurrido el 13 de diciembre del 2017, cuando 10 turistas estadounidenses y dos pilotos ticos murieron al desplomarse la nave de Nature Air, en Corozalito de Nandayure, pudo influir en que nos bajaran la nota, además de otras irregularidades administrativas.
La tarea es corregir las debilidades que el organismo internacional encontró, no queda de otra, y nada se logra con echar la culpa a gobiernos anteriores. Lo que urge es que la imagen del país vuelva a alzar vuelo.