El Parque Nacional Chirripó, el que tiene el cerro más alto del país (3.820 metros sobre el nivel del mar) y de lagos glaciales que parecen espejos del cielo, acaba de sumar otra maravilla a su lista: una salamandra dorada que no existe en ninguna otra parte del mundo.
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Se llama bolitoglossa chirripoensis, pero no se enrede con el nombre, en palabras sencillas es un anfibio de cuerpo robusto, piel oscura y manchas brillantes que parecen pintadas con oro.
Fue descubierta por un grupo de investigadores de la Universidad de Costa Rica (UCR), que la encontraron a pocos metros del refugio de la base Crestones en noviembre del 2019, pero no fue sino hasta este 2025 que se logró confirmar que sí es una nueva y única especie.
Después de casi cinco años de estudios, análisis genéticos y comparaciones con otras salamandras, se confirmó que no se trataba de “una más”, sino de una especie completamente nueva y exclusiva del Chirripó y de los páramos de Talamanca.
¿Qué la hace tan especial?
El biólogo Jeremy Klank, quien forma parte del equipo que la identificó, explica que esta salamandra es diferente en todo: tiene un tamaño mediano pero fuerte, luce un dorso cubierto de manchas doradas y además presenta puntos blancos en la cola y el cuerpo que la distinguen de sus primas lejanas en otras montañas.
“Cuando la vimos por primera vez sabíamos que era algo fuera de lo común, pero había que comprobarlo con ciencia. Ahora sabemos que está genéticamente separada de las demás especies del país”, explica Klank.
El grupo de investigación también lo integran Gerardo Chaves y Erick Arias, del Museo de Zoología de la UCR, y Kimberly Castro, egresada de Biología.
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Klank explica que el epíteto chirripoensis identifica a la especie dentro del género bolitoglossa. Está formado por la palabra cabécar “Chirripó” (lugar de las aguas eternas) y el sufijo “-ensis”, que indica pertenencia.
Por tanto, el nombre de la salamandra significa “bolitoglossa del Chirripó”.
Un hogar en riesgo
La nueva vecina del Chirripó tiene un problema enorme: el ambiente donde vive es tan limitado que cualquier cambio podría ponerla en peligro de extinción. Vive únicamente en el páramo, un ecosistema que existe solo en las cumbres más altas de la cordillera de Talamanca, arriba de los 2.900 metros de altura.
Ahí no hay árboles altos que den sombra, sino matorrales y hierbas que resisten el frío, la lluvia y una época seca intensa. Es un ambiente extremo y frágil.
“Un incendio en el páramo podría acabar con toda la población de salamandras doradas de una sola vez”, advierte el biólogo Arias.
A este riesgo se suma el cambio climático. Las especies de montaña ya viven en el “techo” del país, no tienen adónde subir más si la temperatura cambia.
“Están contra la pared, cualquier variación en el clima puede ser mortal”, asegura Arias.
Turismo que deja huella
El Parque Nacional Chirripó recibe miles de visitantes cada año, algo positivo para el turismo, pero que también puede afectar a especies como esta.
Muchos turistas y hasta personal del área mueven piedras para hacer senderos o buscar salamandras para tomarles fotos. El problema es que al hacerlo destruyen los refugios naturales de estos animales.
“Cuando se compactan los suelos por el paso de tanta gente, los huecos bajo las piedras desaparecen y ahí es donde ellas se esconden”, explica Chaves.
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Por eso, los científicos insisten en que se deben erradicar las malas prácticas y educar a los turistas: la salamandra dorada no es un souvenir del Chirripó, sino una especie delicada que necesita tranquilidad para sobrevivir.
Una vida a paso lento
La biología de estas salamandras también juega en su contra. Los expertos calculan que tardan entre 10 y 20 años en alcanzar la adultez, se reproducen pocas veces y en cantidades limitadas. Eso significa que si una población se ve afectada, le costará muchísimo recuperarse.
El caso de su “prima”, la salamandra del Cerro de la Muerte es un ejemplo: cada vez hay que internarse más lejos para encontrarlas, lo que apunta a que las poblaciones disminuyen con el tiempo.
Ciencia a la tica
Este descubrimiento no se habría logrado sin el empuje de la UCR, que dio transporte, permisos y hasta oficinas para que los investigadores pudieran trabajar. Aunque no hubo grandes fondos, sí hubo pasión y compromiso.
“Es parte del espíritu de la UCR, hacer ciencia con lo que tenemos, salir al campo y no dejar de investigar”, dice Arias con orgullo.
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La colección de herpetología del Museo de Zoología también jugó un papel clave, pues permitió comparar esta salamandra con registros históricos y confirmar que realmente se trataba de una nueva especie.