Sobreviviente de covid-19: “Vi morir a siete personas”

Educadora de 39 años es asmática y estuvo internada en la unidad de cuidados intensivos del San Juan de Dios

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Adriana León Muñoz tuvo una ruda experiencia con el covid-19, ya que se contagió del virus y fue a dar a una unidad de cuidados intensivos, en la que vio fallecer a siete personas.

Ella todos los días le rogaba a Dios que la sacara de ese lugar, porque no quería terminar en una bolsa para cadáveres. Afortunadamente sus súplicas fueron escuchadas.

Adriana, quien es educadora, ya está en su casa y ahora valora al máximo el simple hecho de sentarse a tomar un café con sus papás y su hijo, quienes también tuvieron covid, pero no necesitaron hospitalización.

Ella fue a hacer unos trabajos a la escuela Benjamín Herrera Angulo, en Escazú, a finales de noviembre del año pasado, donde tuvo contacto con una compañera que estaba contagiada de coronavirus, pero que aún no lo sabía.

Ella empezó a sentir un dolor de garganta el martes 24 de noviembre, pero era leve y no le dio mucha importancia. Dos días después empezó a sentir el pecho apretado y como es asmática se preocupó, ya que en ese momento sabía que la compañera con la que había estado días atrás tenía coronavirus.

La docente se fue al Ebais de Escazú y pidió que le hicieran la prueba del covid, pero ahí le dijeron que ella estaba bien, le recetaron unos inhaladores y la mandaron para la casa.

Adriana siguió sintiéndose mal y el domingo 29 amaneció con tanta apretazón en el pecho que se fue para el hospital San Juan de Dios. Llegó al toldo donde atendían a los pacientes sospechosos de coronavirus y contó que había tenido contacto con una persona contagiada y que tenía problemas para respirar. De ahí la mandaron a la clínica Solón Núñez, en Hatillo, para que la nebulizaran.

“El lunes 30 de noviembre me costaba respirar aún más y en la noche volví a ir al San Juan de Dios y me hicieron la prueba del hisopado. Como a las dos de la madrugada del martes llegaron a decirme que estaba contagiada de covid-19, fue horrible, empecé a sentir culpa porque sabía que probablemente había contagiado a mis papás y a mi hijo.

“Me mandaron para la casa y me aislé en mi cuarto, me sentía muy mal y empecé a pedirle mucho a Dios que me ayudara a salir de esta situación. Ese martes empeoré y vi que mi saturación de oxígeno estaba en 82, cuando lo mínimo en lo que debe estar es en 95, entonces pedí ayuda”, recordó.

La funcionaria que la atendió notó que Adriana tenía problemas para hablar y le mandó una ambulancia. En un principio el cruzrojista que llegó a recogerla le dijo que no la veía tan mal, que pensaba que fuera necesario llevársela, pero la trabajadora de Salud insistió y él se la tuvo que llevar al San Juan de Dios.

“Me costaba caminar, me agitaba por todo y me costaba respirar. A como pude me bajé de la ambulancia y fui al toldo del covid, donde una de las personas que estaba ahí grito apenas me vio: ‘¡Traigan una ambulancia! ¡Labios azules!’, eso me asustó aún más”.

“Me ayudaron a quitarme la ropa y me dijeron que iban a quemarlo todo, después me llevaron a un salón y me pusieron oxígeno. Una enfermera muy cariñosa me dijo que necesitaba que la ayudara para no tener que intubarme y me dio las indicaciones sobre los inhaladores y tratamientos que tenía que usar, yo los seguí al pie de la letra, pero seguí empeorando”, relató.

Llegó a UCI

El jueves 3 de diciembre Adriana empeoró, sentía que ya ni el oxígeno le ayudaba a respirar y la pasaron a la unidad de cuidados intensivos. Antes le dijeron que tenía que poner mucho de su parte porque muchas de las personas que entraban ahí no salían. Le pusieron una cánula de alto fluido de oxígeno, un tubo mucho más ancho que la manguerita que tenía antes y le dijeron que debía estar boca abajo para tener una mejor oxigenación.

“Me empezaron a dar unas crisis que me duraban como quince minutos, eran como ataques que me daban por solo moverme en la cama. Me faltaba demasiado el aire, empezaba a sudar mucho y empapaba todas las sábanas.

“Los días se me hacían eternos, lo que hacía era ver misas en el celular, rezaba el rosario, escuchaba música religiosa. En las noches no podía dormir por estar oyendo las máquinas y lloraba mucho por todo lo que sentía.

“Vi morir a siete personas, las limpiaban con alcohol y cloro y las sacaban en bolsas para cadáveres, rogué a Dios no salir así. Fue muy impactante porque sabía que había una familia sufriendo por cada una de esas muertes”, expresó.

El 8 de diciembre, luego de cinco días en la UCI, a Adriana la pasaron a un salón general porque ya estaba mejor. Poco a poco fue recuperando las fuerzas y el 15 de diciembre regresó a su casa.

“No pude ir a la graduación de sexto de mis alumnos, pero ellos llegaron a verme de lejos con el título en la mano. No pude comprar regalos ni estrenos, pero para mí esta fue la Navidad que más disfruté en mi vida porque tuve salud y a mi familia”.

Adriana ya está haciendo ejercicio y retoma su vida normal. Todos los días agradece a Dios el haberla sacado de la UCI y lucha por dejar atrás los miedos que la atormentaron durante su enfermedad.