Sara, de 58 años, vivió momentos muy dolorosos al lado de quien hoy es su expareja.
Ahora camina orgullosa al decir que es sobreviviente de violencia doméstica. Sin embargo, no puede evitar sentir dolor cuando recuerda lo que le hizo quien fuera su esposo, quien la agredió por 14 años.
Sara vive en Cañas, Guanacaste, y tiene tres hijos. Actualmente trabaja en una escuela de la localidad como cocinera y es la fiscal del grupo Mujeres Sororarias de Cañas, que ayuda a víctimas de violencia.
La Teja conversó con ella, quien nos abrió su corazón..
Sara conoció al que fue su esposo cuando tenía 16 años y se casó con él año y medio después.
“Él tenía veintiún años y en el tiempo de novios nunca me alzó la voz. Terminé el bachillerato y mi anhelo era ser enfermera, pero en mi casa no había los recursos y creí que casándome con él iba a poder estudiar. Pensé que me iría bien en el matrimonio”.
Inicialmente Sara y su marido alquilaron una casa. En ella vivieron cuatro meses y luego se pasaron a la casa de los suegros de ella.
“A los seis meses de casados empezó a decirme cómo vestirme y recuerdo que la primera vez que me pegó fue porque visité a mi mamá y él no me dejaba y cuando nos fuimos a la casa de sus papás fue peor, porque tuve que ser la empleada de sus papás y sus hermanos", cuenta.
En esa casa vivieron un año, luego adquirieron una en la que vivieron 12 años. Allí nacieron sus hijos, quienes hoy son adultos de 29, 31 y 32 años.
Le creía de nuevo
Para Sara, vivir con ese hombre fue un infierno. Las agresiones físicas y verbales eran diarias.
La golpeaba en la cabeza o en la espalda. Ella siempre se cubrió la cara y dice que en más de una ocasión le costaba peinarse porque tenía la cabeza llena de chichotas.
“Luego de que me pegaba, casi de inmediato me pedía perdón, me daba besos y yo le hacía caso, en ese tiempo no había tantas instituciones que le ayudaran a uno y nunca hallé cómo decirle a mi mamá. Lo oculté por muchos años”, recuerda.
Sara se sometió a un tratamiento para tener hijos y después de 7 años de casada, en un período de cinco años nacieron los tres.
“Embarazada nunca me golpeó, pero me decía puta o zorra”, manifestó.
Una de las cosas que más le produce dolor es recordar cuando su agresor la mandó al hospital por una patada en la columna que la dejó en cama dos meses.
"Le estaba cambiando las mantillas a mi segunda hija y me pidió que le hiciera algo. Yo le pedí tiempo porque estaba con la bebé y me dio una patada en la columna, solo Dios sabe cómo soporté el dolor en ese momento. Producto de esa patada se me desviaron dos huesos de la columna y me tuvieron que llevar al hospital de Liberia.
"Allí dije que me había caído en el baño. A los días él firmó la salida para que no pudiera confesar lo que había pasado. Eso me provocó una crisis de nervios, las manos me temblaban y hasta me dio varicela mientras estaba en cama”, cuenta Sara.
Su suegra se hizo cargo de las niñas. A Sara debían operarla, pero hasta la fecha no lo ha hecho. Teme el resultado de la cirugía y afirma que nunca se recuperó de la patada, a veces se queda sin caminar.
“Una vez intenté matarme con unas pastillas, me encerré en el baño pero las pastillas no hicieron efecto, gracias a Dios. Mis hijos vieron cuando me pegaban pero no lo recuerdan”, indicó.
No más
Cuando murió su mamá, Sara se prometió que no la agrederían más.
“Un día fuimos a una fiesta y un amigo quería bailar conmigo. Él (el marido) me pellizcaba para no ir y aunque no acepté, él sintió celos y cuando llegamos a la casa me agarró a puñetazos. Ese día me armé de valor y le dije ‘no me vas a pegar más’. Ese día no me cubrí la cara", manifestó.
Esa última golpiza le dejó los ojos hinchados. A la mañana siguiente se comunicó con su familia y a su casa llegaron su papá y su hermano y la llevaron a la policía. El agresor fue detenido y le pusieron medidas cautelares.
“El teniente le dio unos golpes en la cara y a partir de ese momento le pedí a mi mamá que está en el cielo que me ayudara, que me amarrara los calzones para no volver con él y así fue, me separé cuando tenía treinta y dos años", dijo.
Vive feliz
Sara explicó que su exmarido la buscó mucho tiempo, le lloraba por las ventanas de la casa, pero ella fue firme.
“Me divorcié hace veinticinco años y aceptamos que él me dejaba la casa a cambio de la pensión. He tenido muchos trabajitos y conforme ha pasado el tiempo me he superado y hoy mis hijos son profesionales y yo vivo feliz”, detalla.
A los tres años de divorciada Sara conoció al que es su nuevo amor.
“Vivo con un compañero que me ayudó a criar a mis hijos y nunca me ha agredido y si lo intentara, yo no se lo permitiría. Yo nunca les quité a mis hijos el amor hacia su padre, ellos conocen mi realidad, pero yo nunca les inculqué odio hacia él, a veces lo ven. Una vez, ya divorciados, él me pidió perdón y yo le dije ‘Dios lo perdone’, porque yo aún le guardo un gran resentimiento, sobre todo cuando tengo problemas para caminar”, afirmó.
Sara llevó un curso de floristería y con eso se ha ganado un ingreso extra.
"Ahora soy una mujer diferente. He ayudado a otras mujeres víctimas de violencia y cuando escucho sus testimonios recuerdo todo lo que yo pasé. A los veinte años me vestía como una anciana de ochenta y hoy puedo hacer lo que quiero. Todo lo que he pasado me ha demostrado que soy una mujer positiva y luchadora y si necesito algo trabajo mucho para conseguirlo”.