Mauricio Sandino Chavarría jamás imaginó que una cobertura periodística lo llevaría tan cerca del corazón del Vaticano, ni mucho menos que viviría uno de los momentos más impactantes de su vida: hablar cara a cara con el papa Francisco y escuchar de su boca una frase que lo estremeció y lo llenó de orgullo: “¡El mejor café del mundo!”.
Este aserriceño, de 44 años, vecino de barrio María Auxiliadora de Aserrí, trabaja en Radio Fides desde hace 14 años, donde es productor, encargado de cabina y conductor de la revista Vida y Esperanza.
Su pasión por la fe y la comunicación lo ha llevado a vivir experiencias inolvidables, pero ninguna tan profunda como aquella mañana de mayo del 2017 en el Santuario de Fátima, en Portugal.
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“Habíamos ido a hacer una cobertura especial por los 100 años de las apariciones de la Virgen de Fátima. Iba con Jeison Granados, director de Radio Fides en ese momento, con la ilusión de estar cerca del papa, aunque sabíamos que solo la prensa acreditada al Vaticano podía acceder a él”, contó Mauricio, con una sonrisa que aún le brilla como si acabara de vivir ese momento.
Ya en 2016 había viajado a Roma por primera vez, para la canonización de la madre Teresa de Calcuta, y logró ver al papa Francisco a tan solo diez metros, entre la multitud que llenaba la plaza de San Pedro.
“Fue muy emocionante. No tomé fotos, ni videos... simplemente lo viví. Sentí una alegría inmensa, hasta se me salieron las lágrimas. Fue algo muy especial para mí y para mi familia, sobre todo para mi mamá (doña Mayela Chavarría) y mi abuelita (doña Zeneida Calderón), que seguían todo desde Costa Rica”, recordó.
Tremendo encuentro
Sin embargo, nada lo preparó para lo que ocurriría al día siguiente de su llegada a Fátima, el 17 de mayo del 2017. A eso de las 9 a. m., mientras se dirigía a la sala de prensa con Jeison, decidieron pasar por un costado de la basílica de Fátima y notaron una presencia diferente de seguridad, como mayor cantidad de oficiales.
“Me frené ahí por si acaso. Jeison se fue a trabajar y yo me quedé como 20 minutos. Llegó la televisora oficial del santuario de nuestra señora de Fátima y más escoltas. Me escondí entre los camarógrafos, tomé un cable como si fuera parte del equipo. No sabía si era una locura, pero sentía algo en el pecho”, comenta con emoción.
De pronto, la calle fue cerrada. Un helicóptero sobrevolaba la zona y comenzaron a llegar vehículos oficiales.
“Vi un resplandor blanco... y supe que ahí venía él. Cuando lo vi bajarse y comenzar a saludar, sentí que el corazón se me iba a salir. Estaba a unos 15 metros. Mi celular había fallado durante todo el viaje, pero lo saqué, lo encendí... y funcionó. Grabé todo”, contó.
En medio de la emoción, un muchacho pidió al papa que orara por su hermano enfermo. Mauricio aprovechó el instante.
“Le grité: ‘¡Papa! ¡Costa Rica! ¡Costa Rica!... El papa se detuvo, me volvió a ver y me respondió con una sonrisa: ‘¡El mejor café del mundo!’”, recuerda casi con lágrimas en los ojos.
“El de seguridad me sonrió, los camarógrafos me abrazaron y hablaban en portugués. Yo no entendía nada, pero sentía todo. Me fui a la sala de prensa temblando, sin poder creerlo. Cuando revisé el celular, había quedado grabado. ¡Dios quiso que lo grabara!”, dijo emocionado.
Mandó el video al grupo de su familia, aunque en Costa Rica eran las 2 a. m. Su mamá le respondió de inmediato, y su compañero en cabina, Bili, al escuchar la historia, rompió en llanto.
“Esa vez lloré mucho. Fue distinto. No solo lo vi pasar como en Roma, esta vez me habló, me respondió... lo tuve a un metro. Sentí que Dios me regaló ese momento para guardar en el alma”, dice Mauricio, quien asegura que esa experiencia le dio paz y una motivación inmensa en medio de un momento personal difícil.
Más adelante, en 2019, volvió a ver al papa Francisco en Roma, durante un encuentro mundial de jóvenes.
“Cada vez que lo veo siento lo mismo, una bendición, una emoción pura. Como católico, siento que es un regalo de Dios poder estar tan cerca de alguien tan humilde y lleno de amor”, comenta con voz serena.
Para su familia, esa historia es ahora una de esas anécdotas sagradas que se cuentan una y otra vez. “Nos sentamos en la casa y vuelvo a contar cómo fue.
“Es una historia que marcó mi vida y que me llena de agradecimiento”, concluye este aserriceño.