Gerardo “Tato” Sánchez sigue viviendo en su natal San Pablo de León Cortés, donde 20 años atrás tuvo la peor experiencia de su vida, cuando hacía labores de guarda y de pistero en una bomba local.
Aquel 1 de marzo de 1999, a las dos de la madrugada, llegó un hombre al servicentro San Pablo de León Cortés con una pichinga diciendo que iba a comprar combustible porque se había quedado varado; mientras Tato lo atendía llegó otro sujeto quien lo encañonó en la nuca.
“Era un arma pequeña, me dijo que era un asalto y que me quedara quedito y no me pasaría nada. Pensé que era una broma y le dije que no me vacilara, por lo que me presionó el arma contra el cuello con más fuerza. Pensé que me iba a morir, que me iban a matar”, recordó Sánchez, a quien además de amordazar lo amarraron de pies y manos.
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Los dos hombres que llegaron eran cómplices, el que llegó primero se hizo pasar por una persona en apuros.
Se llevaron solamente ¢15.000 que le quitaron a “Tato”, quien durante dos años tuvo pesadillas con ese episodio, hasta que se dijo que debía dejar aquello atrás.
“Una vez que me quitaron la mordaza salí corriendo hacia la calle y me quedé viendo hacia la bomba como en shock por lo que había pasado. Ni recuerdo cómo me solté (las amarras)”, dijo Sánchez.
“Tato” actualmente la pulsea reparando lavadoras, paraguas y lo que se ofrezca para ganarse los frijolitos, pues vive en la fosa de un antiguo taller mecánico donde le dan posada, porque no tiene casita propia.
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