Sucesos

Anillo sobrevivió a las fugas

El reo que más le dio dolores de jupa a la Policía Penitenciaria dejó huella en las cárceles

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Juan Luis Araya Ballestero dio la última entrevista a un medio hace 17 años. Foto: Herbert Arley / Archivo (Archivo GN.)

Si algo desbordaba la pasión de Juan Luis Araya Ballestero era el amor que le tenía a su querida esposa Isabel.

Este hombre, que se crió en Guadalupe de San José en la década de los 30, protagonizó al menos unas 15 fugas (otros datos señalan 19 exactas) que se pudieran documentar de diferentes centros penitenciarios del país y de Centroamérica (El Salvador y Guatemala) desde 1947.

Aunque en vida aseguraba que el número podía ascender a 30, algo que no se pudo comprobar con precisión, tal vez una de las que más recordaba con gozo fue cuando huyó con el único propósito de regalarle un anillo a su pareja.

"No tenía ni plata, ni anillo, entonces tenía que robarse el anillo", repasó el martes anterior Juan Carlos Gómez Sánchez, subdirector de Tributación Directa y periodista que escribió el libro "El rey de las fugas", publicado en noviembre del 2006.

Juan Carlos Gómez compartió muchas anécdotas con Cabuyo. Foto: Mayela López (Mayela López)

Fue una de las poquitas confesiones que Cabuyo, como le llamó José León Sánchez a Araya en su libro "La isla de los hombres solos", le concedió a Sánchez durante la elaboración de la obra.

En aquella oportunidad, Araya quedó de verse con Isabel para almorzar porque ese día ella cumplía años y qué mejor regalo que una joya.

Por esa razón se fue a Heredia, hizo un hueco en una joyería por donde ingresó, se robó el anillo y se lo entregó a su mujer. Mientras comían en un ranchito en una zona boscosa de San Rafael de Heredia por la década de los 70 sonaron las sirenas de las patrullas, señal de que lo andaban buscando.

"Le dijo: 'Ya me voy, váyase sola'", destacó Gómez cómo le relató Cabuyo aquella aventura.

Finalmente esa vez los guardias civiles lo agarraron y se lo llevaron de nuevo a la cárcel.

Una historia que vivió Araya muchas ocasiones y con el mismo final.

Isabel aún conserva ese anillo que le regaló su esposo con gran cariño y que inevitablemente revive el paso de Cabuyo por las cárceles del país.

Este hombre estuvo encerrado en la Penitenciaría Central (actual Museo de los Niños), de donde escapó una vez vestido como vigilante; también permaneció en San Lucas y recorrió nadando varias veces las aguas del endiablado oceáno Pacífico para alejarse de aquel infierno.

Si bien a lo largo de los años ha habido delincuentes que han marcado la vida penitenciaria nacional por sus andanzas y comportamientos rebeldes detrás de las rejas, el verdadero Rey de las Fugas fue Juan Luis, cuyo apodo se lo dio un funcionario.

"Comencé a revisar el expediente de Juan Luis en el Ministerio de Justicia, era bastante grande. En aquellos años (hace unas cinco décadas) lo que mandaban era un telegrama para informar sobre la fuga de un reo. Una vez se escapó de San Lucas y en uno de los telegramas un procurador citó que a él se le podía llamar el verdadero rey de las fugas", expresó Gómez.

El libro tuvo dos ediciones y se agotaron. Foto: Mayela López. (Mayela López)

Cabuyo era un hombre reservado. Compartía uno que otro detalle de sus fugas, porque en el fondo siempre quiso escribir su novela, pero al final no lo logró y partió al más allá sin siquiera ver terminado el libro que escribió el periodista.

"Cuando lo conocí le pregunté por qué no escribía una novela de sus fugas y me decía que había pensado en hacerla. Incluso me mencionó que la había hecho dos veces, pero que la había botado. Hasta comentaba que tenía una mejor novela que La isla de los hombres solos. Yo le decía que me la dictara y yo se la escribía, pero me respondía que no porque yo me la robaba. Él era rejego para hablar de sus fugas", afirmó Gómez.

Se presume que Juan Luis Araya pasó al menos unos 60 años de los 75 que vivió metido en cárceles.

La mayor parte del tiempo lo que hacía era robar, aunque lo involucraron en un homicidio que él siempre negó.

"Lo más que he llegado a estar libre son ocho meses, hasta que me involucraron en un homicidio. No tuve nada que ver. Basta ver el expediente para darse cuenta. Me condenaron a 35 años de cárcel y ya llevo 14", declaró Cabuyo al periodista del periódico Al Día Otto Vargas en enero del 2000.

Se refería al caso del crimen de una anciana a la que hampones estrangularon, en agosto de 1979, para robarle un millón de colones que supuestamente guardaba en la casa en San Sebastián. En aquel entonces, para el OIJ no había duda que Araya y tres tipos más estaban relacionados.

Esta acta comprueba el primer ingreso a la cárcel de Araya. Documentación GN

Este hombre cometió un homicidio estando en la Penitenciaría y lo justificó en una publicación de La Nación de mayo de 1984 bajo el argumento de que su vida estaba de por medio.

"Las cárceles no reforman. No soy sanguinario aunque tengo alzadillo el temperamento. He superado esta etapa. No ha habido cerca calabozo ni autoridad que me hiciera nuevo", le confesó al periodista Édgar Fonseca en aquel mayo del 84.

Y su afirmación hace 33 años calza perfecto con la impresión que le quedó a Gómez de este hombre, que lo retrata como un tipo pasivo ajustado a la época en la que creció.

"Cabuyo creció en una época de paz (en los 50 ni la inseguridad ni la droga carcomían al país), de mucha religión y la religión amansa a la gente porque mete miedos. Ahora la gente ya le perdió el miedo al diablo", aseveró Gómez refiriéndose a que los delincuentes actualmente son mucho más violentos.

Cabuyo siempre planeó sus fugas solo. Tenía una razón de peso para hacerlo.

"Él decía que si lo agarraban no había forma de que lo hicieran cantar. Así se garantizaba que nadie las supiera (las fugas), no las compartía. Aseguraba que entre los presos había sapos con tal de estar bien con los jefes de la Policía", comentó Gómez.

El Rey de las Fugas dejó La Reforma en el 2002, debido a una recomendación de un doctor del centro.

"El médico pidió que lo dejaran salir porque tenía un cáncer terminal (en el estómago)", agregó el escritor.

Eso fue cinco años antes de que pudiera quedar libre según la ley y tan solo disfrutó seis meses.

Por cierto, Gómez le regaló una camisa blanca a Juan Luis para que se la estrenara el día que le tocara ir a la audiencia en la que el juez definitivamente le daría la libertad absoluta.

Cabuyo falleció el 5 de enero del 2003 y lo sepultaron en el cementerio de Desamparados, un funeral que Gómez recuerda con cierta curiosidad.

"Isabel me llamó y me dijo que lo enterraban en el cementerio de Desamparados. Me fui ahí a esperar a que llegara la carroza. Llegó solo el carro de la funeraria. Se bajaron el chofer y el acompañante y llegó Isabel, pero no vi a nadie más que ayudara a jalar el féretro. Un señor que pasaba nos ayudó para llevarlo a darle sepultura. Me imagino que Juan Luis se reía y decía: 'Qué dicha que no vino nadie, porque me gusta la soledad'".

Finalmente la camisa blanca la estrenó en el ataúd y se la llevó puesta para siempre.

Roberto Acosta

Roberto Acosta

Editor de La Teja. Bachiller en Periodismo en la Universidad Internacional de las Américas. Reportero y presentador de noticias en ExtraTV42.

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