Desde que tiene memoria, don Antonio Monterrey Potoy, de 54 años, siempre deseó seguir los pasos de su padre y convertirse en policía, meta que logró alcanzar estando muy joven.
Monterrey cumplió su gran sueño, pero no todo fue color de rosa; esa profesión que tanto amaba lo llevó a vivir el momento más duro de su vida, pues perdió la movilidad de sus piernas, a consecuencia de un enfrentamiento a balazos con unos asaltantes.
El resultado de ese tiroteo fue durísimo para don Antonio, pero incluso, pudo ser peor, pues esos hombres, al parecer, planeaban ejecutarlo. Sin embargo, Monterrey usó toda su valentía y astucia para sobrevivir a ese momento tan angustiante.
“Yo me quedé queditico, aguantando el dolor, prácticamente, haciéndome el muerto, porque si me movía y él (asaltante) me encontraba iba a acabar conmigo”, contó el expolicía.
Dieciocho años han pasado desde ese día, pero el recuerdo de lo que vivió en ese momento sigue muy fresco en la memoria de Monterrey, quien tuvo que cambiar su uniforme azul por una silla de ruedas que lo acompaña a todo lado.
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Una persona que tuviera que afrontar una situación tan difícil como esta podría pensar que su vida, como la conocía, había llegado a su fin, pero este no es el caso de don Antonio, quien mas bien agradece a Dios por haberle regalado una segunda oportunidad.
“Me siento muy agradecido con Dios, porque me dejó criar a mis hijos, verlos crecer y ayudarles con el estudio. Yo no puedo caminar, pero en mi casa lo hago todo, barrer, limpiar, cocinar y lavar mi ropa. Como dicen, la discapacidad solo está en la mente”.
Siempre tuvo el gusanito
Por herencia de su papá, don Antonio siempre tuvo sangre azul de policía, y cumplió su sueño de vestir el uniforme de llamada Guardia Rural en 1991, cuando apenas tenía 21 años.
Pese a que amaba esa profesión, las vueltas de la vida lo llevaron a aprender el oficio de ebanista y fue tanto el gusto que le agarró, que decidió dejar su faceta policial de lado, para abrirse un tallercito.
“Al ver la oportunidad de que con las prestaciones que me iban a pagar iba a poder ponerme un tallercito, decidí salir de la Policía, y empecé a trabajar en ebanistería. Pero uno siempre tiene ese gusanillo de la Policía, siempre tuve ganas de seguir trabajando en eso, entonces al final me volví a meter y en los días libres aprovechaba para hacer trabajos en el tallercito”, recordó.
Monterrey regresó a las armas cuando la Guardia Civil pasó a llamarse Fuerza Pública y trabajó para ese cuerpo policial durante más de 10 años. Don Antonio estaba destacado en Upala y ahí formó parte de grupos operativos de montaña por mucho tiempo.
“Resulta que sufrí un accidente en moto y me lastimé mucho una de mis piernas, y eso me imposibilitó seguir en el grupo de montaña, pues a diario debían recorrer muchos kilómetros y por esa lesión se me complicaba mucho”.
Por ese motivo fue que sus superiores lo pasaron a trabajar al centro de Upala.
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Alerta por robo
La vida de don Antonio cambió para siempre la madrugada del 1.° de mayo de 2007, pues ese día él y uno de sus compañeros, apellidado Meléndez, recibieron una llamada de alerta sobre unos asaltantes que se estaban metiendo al colegio de San José de Upala, el cual quedaba a escasos 500 metros de su delegación.
Los oficiales fueron informados de que los sujetos estaban tratando de ingresar al laboratorio de computación del colegio. Según recordó don Antonio, en aquel entonces se había dado una seguidilla de robos a liceos que recién estrenaban computadoras; por ejemplo, en Dos Ríos y en Canalete de Upala.
“Mi compañero y yo salimos en moto y antes de llegar al colegio nos salió el guarda y nos hizo señas. Llegamos al portón y sorprendimos a los tipos cuando estaban rompiendo la puerta del laboratorio de cómputo. Al vernos, salieron corriendo hacia la parte de atrás del colegio, donde había un sembradío de cacao”.
Monterrey y Meléndez persiguieron a los sujetos, pero terminaron separándose en medio de la maleza y la oscuridad que gobernaba todo ese lugar.
Tras recorrer unos pocos metros, don Antonio se encontró con dos de los sujetos, quienes tras brincarse una malla quedaron a escasos 10 metros de él.
“Yo les di voz de alto, pero uno se me corrió hacia un lado, a cubrirse con un palo, y fue ahí cuando solo vi el fogonazo que soltó el otro sujeto. Yo andaba una 45, entonces me volteé, honestamente, a agarrarme a balazos con ese tipo”.
Una corriente eléctrica
En medio de la violenta balacera, Monterrey fue alcanzado por los disparos en el costado derecho de su espalda. Él recordó que, de no haberse volteado a tiempo, las balas lo hubieran impactado directamente en el pecho.
“Lamentablemente, a mí me tocó caer, yo solo sentí como que me hubieran tocado los pies con un cable eléctrico, como una electricidad en los pies y fue ahí cuando caí al suelo”.
El expolicía no perdió la consciencia tras caer herido al suelo, por lo que, de inmediato, apuntó al sujeto que le había pegado los balazos para tratar de dispararle, pero tuvo la mala fortuna de quedarse sin balas.
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En medio de esa situación tan complicada, don Antonio tomó una difícil, pero valerosa decisión.
“Yo agarré mi arma y la tiré a un lado, porque en mi mente pensé que ese sujeto iba a llegar a matarme y a robarme la pistola; entonces por eso la tiré en medio de la maleza, porque supuse que no la iba a encontrar, menos con tanta oscuridad”.
Haciéndose el muerto
Todo apuntaba a que la suerte ya estaba echada para Monterrey; era imposible que pudiera salir con vida de ahí estando a merced de los dos sujetos, pero fue ahí donde la astucia del expolicía salió a relucir.
“Me quedé queditico, aguantando lo más que podía el dolor, ellos se fueron acercando. El que me disparó, yo lo vi donde venía como buscando, porque seguro quería el arma o terminar conmigo. El otro estaba como asustado, porque le decía ‘Mae, vámonos, vámonos’, me pasaron cerquita, pero no me vieron”.
Monterrey también recordó que para aquel entonces los oficiales que trabajaban en la frontera usaban un uniforme camuflado y, por dicha, ese día él andaba puesto uno igual, lo que le fue de mucha ayuda.
“Yo siento que a mí me ayudó mucho andar esa fatiga para que no me vieran”, agregó.
Don Antonio está seguro de que Dios estuvo con él en ese momento, no solo porque los balazos no fueron mortales, sino también por el hecho de que el radio de comunicación que andaba no sonó en ningún momento, pues eso lo hubiera delatado ante los maleantes.
“Al ratito yo vi a mi compañero cuando venía, logré distinguir la silueta, entonces le hablé para que me encontrara. Le dije: ‘Ofi, ofi, estoy pegado’, entonces el compañero llamó para pedir ayuda”.
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Difícil noticia
Los cuerpos de emergencia atendieron a don Antonio y lo trasladaron en una condición muy delicada al hospital de la zona.
“Yo la vi fea, porque la bala no salió, entonces me estaba como ahogando con la sangre, y recuerdo que yo solo miraba como estrellitas, me quería quedar dormido, y a mi compañero siempre a mi lado pidiendo ayuda.
“Logré llegar al hospital y un doctor muy bueno me metió como un chuzazo por el costado derecho y me metió un tubo para sacarme un montón de sangre y eso me ayudó mucho”.
La madrugada del día siguiente, Monterrey fue trasladado al hospital de Liberia, lugar donde le dieron una de las noticias más duras de su vida.
“Un doctor me dijo: ‘No se agüeve Monterrey, pero no vas a caminar más’, aunque ya eso lo sabía desde el momento en el que caí tras el balazo, porque sentí esa electricidad en los pies. Esa fue la última vez que sentí las piernas”.
“El doctor me dijo que yo era muy valiente y que él estaba seguro de que yo iba a asumir esto de la mejor forma”.
— Antonio Monterrey, expolicía.
Finalmente, don Antonio fue llevado a un hospital en San José y fue hasta el 28 de junio de ese año que regresó a su hogar.
Tras lo sucedido tuvo que ponerle fin a su amada carrera como policía.
Agradecido
Cualquier persona que hubiera vivido lo que le sucedió a don Antonio podría haber tomado una actitud de amargura ante la vida, pero él es todo lo contrario, más bien vive agradecido de no haber perdido la vida ese día.
“Gracias a Dios yo vivo bien, tranquilo, siempre he tenido el apoyo del Estado, tengo mi pensión, siempre he tenido un apoyo incondicional del INS y de la Caja. Más o menos voy dos veces al año, a citas al INS, hasta me llevan y me traen”, explicó.
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Pese a la discapacidad que le causó ese enfrentamiento a balazos, Monterrey dijo que él ha cumplido con todo lo que se propuso en la vida como, por ejemplo, darles un buen futuro a sus hijos.
“Mis hijos siempre han estado conmigo, yo pude sacarlos adelante con los estudios, tengo un hijo que logró sacar su licenciatura en Educación Física y ahorita está en Canadá; mi hija trabaja en San José como asistente veterinaria, y mi hija menor hace poco cumplió 21 años, a ella todavía la estoy ayudando para que siga que estudiando, porque está sacando ingeniería en sistemas”.
En cuanto a los asaltantes, dijo que supo que estos habían sido detenidos, pero prefirió no entrar en mayores detalles.