Por décadas, vender lotería fue el pan y la esperanza de la familia Sequeira Castro, pero también fue la puerta a una cadena de dolor, sangre y ausencias que nunca sanaron.
Primero, les arrebataron al papá, y 33 años después a uno de sus hijos. Ambos murieron haciendo lo que sabían hacer: salir a la calle a ganarse la vida honradamente.
Una prima de las víctimas, quien nos pidió que la identificáramos solo con el apellido Sequeira, fue quien nos contó la historia que durante años los ha hecho guardar mucho dolor, porque en cada sorteo de lotería siempre piensan en ellos.
“A uno con la palabra lotería le vienen los recuerdos de ellos, y duele mucho; hubo un tiempo en el país en que los chanceros corrían un gran peligro. Ahora se oye menos y los más grandes han optado por andar guardaespaldas, pero los más humildes siempre corren riesgo”, dijo la señora.
En San José todos conocían a don Rodrigo Sequeira Calderón, un hombre elegante, siempre bien presentado y de zapatos bien lustrados, quien cada mañana abría su puesto de lotería frente a la famosa tienda San Gil, a pocos pasos del Mercado Central, en la esquina noroeste.
Vendía chances, lotería nacional y números que la gente le pedía como si fueran amuletos de la suerte. Nadie imaginaba que aquel hombre, tan querido, se convertiría en el primer vendedor de lotería asesinado en un violento asalto en Costa Rica, según su familiar.
“En aquel entonces nos dijeron que era la primera vez que un vendedor era asesinado así, por eso la noticia impactó mucho”, dijo.
La venta de lotería era todo para la familia. De ahí salían los frijoles, los cuadernos de los chiquillos, los zapatos para la escuela. Pero también, sin saberlo, era el inicio de una tragedia familiar que se repetiría como una maldición.
Era el viernes 27 de febrero de 1976, como a las siete de la noche, cuando la vida se quebró para siempre. Don Rodrigo, de 46 años, caminaba hacia su casa, en Barrio Aranjuez, con su maletín, como siempre, lleno de lotería y el dinero de la venta del día. Llevaba 18 mil colones en efectivo y 10 mil en lotería, una fortuna para la época.
Don Rodrigo cargaba el equivalente a ₡1,5 millones de hoy cuando lo mataron.
A solo unos metros de su hogar, tres delincuentes lo interceptaron. Sin siquiera darle oportunidad de defenderse, le descargaron siete balazos, todo para robarle lo que, honestamente, se había ganado con el sudor de su frente.
“El estruendo se escuchó en todo el barrio. La gente salió, algunos corrieron, otros se paralizaron. Una señora empezó a gritar. Y eso provocó que la comunidad entera se conmoviera, nadie lo podía creer, se me escalofría la piel de solo pensarlo”, dijo Sequeira.
Su esposa, doña Argentina Castro, y varios de sus 13 hijos, salieron corriendo. Lo llevaron como pudieron al hospital, donde durante cinco días luchó por sobrevivir.
“Era un hombre valiente, trabajador, responsable y creemos que se aferró a la vida hasta el último segundo, porque él amaba a su esposa y sabía que no iba a ser fácil para ella su partida”, comentó.
Pero el 2 de marzo de 1976, don Rodrigo cerró los ojos para siempre.
“Recuerdo que mi mamá me dijo que los primos se habían ido a despedir de su papá, porque el pronóstico era devastador. Dicen que le bajaban las lágrimas cuando vio a su hija, la mayor”, contó con profunda tristeza.
El primer golpe: una casa llena de hijos y silencio
La muerte fue devastadora. Doña Argentina se quedó con trece hijos, diez de ellos dependían de ella y su esposo. Se le vino el mundo encima...
“Ella lo amaba profundamente; eran una pareja hermosa, elegante, de esas que caminaban agarradas de la mano, se respaldaban uno al otro. Lo que él ganaba lo llevaba a la casa. Ella quedó rota, pero no se quebró”, cuenta la familiar.
Aunque el miedo era enorme, la familia no tuvo más opción que seguir vendiendo lotería. No había otra manera de llevar comida a la mesa. Dos de los hijos dejaron los estudios para ayudar a la mamá.
“Lo que hacían era honrado, lo aprendieron de su mejor ejemplo, su papá”, relató una prima de las víctimas.
Y como si la herida no doliera lo suficiente, doña Argentina vivió con una pena más: a don Rodrigo le arrebataron la oportunidad de ser abuelo. Su hija mayor estaba a días de tener un bebé. Él estaba emocionado, desesperado por conocerlo. No lo logró.
“Al bebé le pusieron el nombre de su abuelito, en aquel entonces era una locura, por eso, ellos soñaban con ese niño”, dijo.
Una traición dolorosa
Con los años se supo que don Rodrigo les había dado dinero a dos trabajadoras de la calle, para que compraran comida como un acto de caridad. Ellas vieron el maletín, y supieron que cargaba plata. Al parecer, ellas pasaron la información a los delincuentes que lo atacaron.
Pasaron meses antes de que la justicia se moviera.
“Un investigador famoso de la época, Gerardo Láscarez, no descansó hasta atraparlos. Los matones fueron condenados a 25 años de cárcel, gracias al compromiso de ese señor", recalcó la maestra.
“Esa condena no sanó nada. La ausencia seguía pesando más que cualquier sentencia”, añadió un miembro de la familia.
Hijo heredó el oficio
Parecía que el tiempo lo iba curando todo. Pero no. La vida tenía otro golpe preparado para esta familia trabajadora.
El 20 de diciembre del 2009, 33 años después de la muerte de don Rodrigo, su hijo Helmuth Sequeira Castro, de 47 años, fue asesinado de la misma manera: vendiendo lotería, con un maletín lleno de números y dinero.
Hemulth vendía lotería en Guadalupe de Goicoechea, justo en la esquina norte de la iglesia. Ese día caminaba para entregar la lotería de consolación, cuando un carro rojo y una moto se le atravesaron. Él no se resistió. Entregó el maletín sin pelear. Pero aun así le dispararon por la espalda.
Cayó en la calle y cuando la ayuda llegó, ya era muy tarde. Otra vez la familia Sequeira era golpeada por el dolor de una tragedia ya conocida.
La última Navidad tranquila
La familia ya había aprendido a vivir con la ausencia de don Rodrigo, aunque nunca lo superaron. Y ahora, de nuevo, los habían tocado donde más dolía.
Helmuth no era ajeno a los peligros de la calle. Ya lo habían asaltado dos veces. En el 2006 casi lo matan porque forcejeó con unos delincuentes en la puerta de su casa. En aquel momento también una de sus hermanas tuvo que luchar para que no les pasara nada. Pero seguía trabajando, porque no sabía hacer otra cosa más que vender lotería con honestidad.
En el 2013, el Tribunal Penal de Goicoechea condenó a uno de los responsables, un hombre de apellido Novoa, a 59 años de cárcel.
A pesar de todo, los hijos de don Rodrigo siguieron siendo conocidos como vendedores de lotería decentes, trabajadores y honrados. La gente los respetaba. Pero por dentro, cargaban con algo que no se ve: miedo, dolor, y hasta resignación.
El negocio que los alimentó, también los hirió. Los mantuvo unidos, pero también les arrebató al padre y a un hermano.
“Argentina murió en el 2017 y ella hasta el final de su vida cargó con ese dolor y esa ausencia, que en realidad, a todos nos dolió mucho y nos dejó con un vacío muy grande. Ambos eran hombres muy buenos; Helmuth era muy alegre”, dijo.
Sequeira aseguró que ella también lamentó la muerte de otro vendedor de lotería, Juan Chavarría, de 65 años, quien era allegado de ella. A él lo asesinaron el 5 de octubre de 1983 para robarle en la Florida de Tibás.
“Otra familia que sufrió, a mucha gente la lotería le da esperanza, y a los que pegan felicidad, pero a nosotros lo único que nos ha dejado es tristeza, un recuerdo de mucha tristeza”, concluyó la mujer.







