La vida de una mujer, de 75 años, fue apagada de manera brutal, pero antes de morir ella le dejó una cicatriz al asesino que permitió que finalmente cayera en manos de la justicia.
Esa marca fue el último acto de valentía de doña María Cubero Artavia, una mujer conocida en Canoas de Alajuela por su sonrisa amable, las tortillas recién palmeadas y los casados que vendía con esmero, tanto en su casa como en el puesto del bus.
Ella era conocida por todos, apreciada y su cuchara hizo felices, durante años, a sus vecinos.
“Todo el mundo disfrutó de sus tortillas, era una mujer dulce, que pese a su edad, no dejaba de trabajar y ser ejemplo para los demás, siempre colaboraba en lo que ella podía”, dijo Carmen Guzmán, quien fue vecina de la mujer.
El día de la tragedia
Era la mañana del 3 de diciembre de 1969. El sol apenas asomaba sobre los cafetales y las calles de tierra de Canoas.
Doña María se había levantado temprano, como siempre, para preparar el desayuno y alistar los encargos de tortillas que varios vecinos pasarían recogiendo. Pero ese día, la rutina se quebró para siempre.
A pocos metros de su vivienda vivía su nuera, quien tenía la costumbre de dejar a los niños con la abuela mientras iba a llevarle el almuerzo a su esposo.
Sin embargo, esa mañana decidió llevarse a los niños con ella y cuando regresó, lo que encontró fue una escena de horror: el cuerpo de doña María estaba tendido en el cuarto principal, cubierto de sangre, con múltiples heridas en la cabeza y la cara.
“La noticia fue muy dolorosa, fue algo terrible para la comunidad, sus familiares lloraban desconsolados, fue muy impactante ver cómo alguien se atrevió a apagar la vida de una abuelita”, contó Guzmán.
El crimen
Los agentes de la Policía Técnica Judicial (PTJ), lo que ahora es el Organismo de Investigación Judicial, llegaron poco después.
El cuerpo mostraba siete heridas contundentes provocadas con una llave corona, un objeto metálico pesado que el agresor había tomado de la misma vivienda. Además, el asesino había utilizado una media para cubrir parte del rostro de la víctima.
El oficial Daniel Marenco, quien lideró la investigación y el levantamiento del cuerpo, detalló en su informe del caso que: “la escena mostraba una lucha”.
Había objetos caídos, manchas de sangre en diferentes direcciones y un cuchillo con filo recién usado, el mismo con el que doña María alcanzó a defenderse.
Esa defensa, aunque no logró salvarle la vida, se convirtió en la pista clave del caso: una cortada profunda en el cachete derecho del asesino.
El motivo: dinero y confianza
Las primeras hipótesis apuntaron a un robo. Doña María tenía la costumbre de guardar el dinero de las ventas del día en una pequeña caja de madera.
Aquel 3 de diciembre, según las declaraciones de vecinos y familiares, tenía guardados ₡1.500 equivalentes a unos ₡28.000 en la actualidad, dinero destinado a repartir entre ayudantes y proveedores.
Algunos vecinos contaron que ella solía prestar pequeñas sumas a personas del pueblo, lo que la hacía conocida como “una mujer de palabra y de confianza”.
Esa misma confianza, sospechan sus familiares, fue la que la llevó a abrir la puerta aquella mañana sin imaginar lo que vendría.
A eso de las 6:15 a. m., varios vecinos vieron a un hombre merodeando frente a la escuela del barrio, justo al frente de la casa de doña María. Era un cliente habitual, decían, pero su actitud era distinta esa mañana: parecía estar vigilando.
Poco después lo vieron salir apresurado de la vivienda, con la ropa ensangrentada y una herida visible en la cara.
La noticia del crimen trascendió con rapidez. Canoas, un pueblo pequeño y tranquilo, quedó paralizado. Las mujeres cerraron sus puertas, los niños dejaron de jugar en la calle y muchos hombres se turnaban para acompañar a sus esposas o madres a hacer mandados.
“Fue un asesinato que conmocionó mucho a la gente. Las señoras tenían miedo, y algunos hombres no las dejaban salir solas. Era una mujer noble, incapaz de hacerle daño a nadie”, recordó Juan Alvarado, exguardia civil.
“El cuerpo estaba en el cuarto y había señales de que ella peleó por su vida. Tenía un cuchillo afilado para cortar tapas de dulce y con ese fue que logró herir al atacante. Fue ese corte el que nos dio la pista”, mencionó el oficial.
Las pistas y el retrato hablado
Durante meses, la Policía entrevistó a vecinos, a familiares y a posibles testigos. Detuvieron a tres sospechosos, pero ninguno coincidía con la descripción.
En coordinación con los medios de comunicación de aquella época, los investigadores publicaron un retrato hablado de un hombre con sombrero y una marca profunda en la cara. La imagen apareció en periódicos nacionales como La Nación y La Prensa Libre.
Fue esa publicación la que rompió el silencio del caso: varios vecinos llamaron a las autoridades al reconocer al hombre. Se trataba de un sujeto de apellido Sánchez, conocido en la zona por pequeños delitos y quien además ya había sido investigado por asaltos a mano armada.
El 28 de agosto de 1990, ocho meses después del crimen, fue capturado.
Una justicia débil
El alivio para la familia Cubero duró poco. A pesar de las pruebas y los testimonios, el proceso judicial terminó siendo decepcionante.
La vecina recordó que al hombre lo tuvieron unos meses presos y cuando pagó una fianza lo dejaron en libertad en la comandancia de Cartago, luego de eso nunca más lo volvieron a ver.
“A ese hombre la marca que le dejó doña María en la cara de fijo le recordó todos los día de su vida lo que hizo, porque con solo verse al espejo recordaba su pecado, mientras que esa familia por años vivió con tanto dolor por como se la arrebataron, pero también orgullosa de la mujer que tuvo como mamá y abuela”, dijo Carmen.
Añadió: “Yo antes pasaba por su casa y observaba a Juancito, su nieto, que vivia ahí y era como cerrar los ojos y verla con aquel delantal y las manitas llenas de masa, ahora yo vivo con una hija mía que me cuida, pero son cosas que a uno jamás se le olvidan”.
En Canoas la gente más viejita recuerda el caso de doña María siempre con indignación y dolor. No solo por la brutalidad del crimen, sino por la fortaleza de una mujer que, sin saberlo, dejó la prueba más importante contra su asesino.
El exoficial aseguró que cuando mataron a doña María era una época en la que no existían cámaras ni ADN, la marca que ella grabó con su cuchillo fue la evidencia definitiva. Una cicatriz que habló cuando todos callaban.
“Con la tecnología de ahora es probable que en pocos días se hubiera sabido quién fue con nombres y apellidos”, dijo el policía.
La vecina, por su parte, no pudo dejar de recordar la huella tan grande que les dejó la señora.
“Doña María no solo dejó un legado de amor y trabajo; también una lección de coraje. En su último aliento, como dicen, enfrentó al miedo y, con una cuchilla en la mano, escribió la pista que daría una luz que, por la inoperancia de las autoridades en esa época, el hombre logró salirse con la suya”, sentenció la vecina.








