Conocer noticias sobre golpes a bandas narcos son como oír llover. Desafortunadamente hay una explicación lógica.
El que un investigador del OIJ fuera detenido, este martes, por ser miembro de una organización que trasegaba al menos una tonelada de cocaína cada dos meses y que otro esté en fuga, es una noticia “menos importante” que la derrota de la Liga ante el Atlanta de Estados Unidos, y la adhesión de Antonio Alvarez Desanti a José María Figueres
Causaron más bulla estas noticias que los dos oijotos, uno apellidado Campos Esquivel, con más de 25 años en la Policía Judicial, y otro Concepción Quiel, con 15 años en el OIJ, que asesoraban a los mafiosos para que hicieran los traslados de droga con seguridad.
Esta noticia, y cualquier otra sobre infiltraciones del narco en nuestras sagradas instituciones, hoy no son como para caer en cruz por una razón muy sencilla: desde la segunda mitad de los años 90 el tema narco golpea al país.
Basta recordar que en febrero de 1997 un conocido político, quien como diputado estuvo cerca de presidir la Asamblea Legislativa, fue detenido y luego sentenciado por narcotraficante.
Ese fue uno de los primeros y grandes escándalos, y desde entonces, desde hace 21 años, el narco se pasea por nuestro país de frontera a frontera y de costa a costa.
La gran interrogante es hasta dónde, en todo ese tiempo y con los chorros de dinero que mueve el ilegal negocio, el narco ha penetrado en otras esferas sensibles de nuestro país, en especial cuando el escenario es perfecto para los mafiosos con un país sumido en pobreza, desempleo, y en una sociedad consumista que vive de apariencias y de apantallar al prójimo.