Sucesos

Porteño sobrevivió a terrible ataque y por eso le cambiaron el apodo

Mauricio Solís asegura que sigue luchando contra las heridas y los terribles recuerdos

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Mauricio Solís Sánchez, de 22 años, aún se pone nervioso y le sudan las manos cuando recuerda cómo, hace un año, un cocodrilo de cuatro metros lo atacó en Tárcoles durante ocho minutos, una eternidad de sufrimiento que pudo haberlo mandado al otro mundo

Antes de ese triste momento sus amigos le decían “Cambute”, ahora lo llaman “Cocodrilo”.

El 6 de abril pasado Mauricio cumplió un año de haber vuelto a nacer en medio de un hecho inesperado en el que también la vieron fea un tío y un primo.

Mauricio, a quien La Teja buscó para ver cómo había pasado desde aquel día, nos contó que a playa Azul, en Tárcoles, llegan aún personas para que les cuente la historia de cómo casi termina sus días en el hocico de un animalote, pero él ha preferido guardar silencio porque el recuerdo no es agradable.

Sin embargo, con nosotros hizo una excepción y accedió a hablar del día del ataque y de lo que ha pasado después.

Un día de abril del 2017, Mauricio andaba con su tío José Alberto Agüero y su primo, del mismo nombre. Todo iba de lo más normal y hacían algo que para ellos era de rutina.

“Andábamos sacando almejas en el manglar porque había un restaurante que las compraba mucho, ya antes habíamos ido otras veces”, detalla.

Los tres hombres ya habían cruzado dos veces una parte del manglar por donde el agua les llegaba más arriba del ombligo.

El tío José Alberto explica: “Este (señala a Mauricio) me dijo que había un cocodrilo, pero en esta zona hay cocos y yo en ese momento pensé que era broma y no le hice mucho caso”.

Habría sido mejor para todos andar con cuidado porque de un momento a otro empezó la pesadilla.

El animal, de unos cuatro metros, le salió por detrás a Mauricio, le rozó la espalda, se hundió y lo prensó de la pierna izquierda. La reacción del muchacho fue empezar a patear y entonces le mordió la derecha.

A Mauricio como que se le congelan los recuerdos mientras hablamos con él y es su tío José quien continúa el relato.

“Era una hembra, tenía un poco amarilla la cabeza. Cuando vimos aquello mi hijo agarró a Mauricio por detrás y lo empezó a jalar y yo lo agarré por delante de la cintura para jalarlo también, pero el cocodrilo lo jalaba muy fuerte. Era una lucha interminable, calculo que estuvimos unos ocho minutos en eso. Hacíamos mucha fuerza para quitárselo al cocodrilo porque sabíamos que si giraba y lo hundía iba a ser imposible...”.

Cuando logran atrapar una presa los cocodrilos la llevan bajo el agua para ahogarla. Después la sacan a la orilla para comer.

Los gritos que pegaba Mauricio aquel día de terror tenía desesperados a su tío y a su primo, que no estaban dispuestos a dejar que el animalón se los arrebatara. Era un pulso de la vida con la muerte.

“Yo pensaba qué hacer, mi hijo solo decía '¡jueputa, jueputa, coco!', yo andaba un machete y en ese momento decidí soltar a mi sobrino y pegarle al cocodrilo un machetazo entre la jupa y el hocico con todas mis fuerzas. El cocodrilo se hundió y lo jalamos (a Mauricio) con todas las fuerzas porque si volvía a salir nos iba a atacar otra vez”, señala.

Mauricio recuerda que había muchísima sangre y que él no sentía las piernas. Por esa razón no quería ver hacia abajo.

“Tenía miedo de no tener las piernas”, señala ya más calmado.

Don José y su hijo agarraron a Mauricio uno de cada lado y empezaron a caminar para llegar hasta el bote.

“Era complicado porque por donde había que caminar la tierra se hundía demasiado. Había que levantar muchísimo los pies, yo le decía a Mauricio que aguantara, que él era muy valiente. Él siempre ha sido gordo y si se desmayaba no nos lo íbamos a aguantar; caminamos como media hora para llegar al bote y después remamos cuarenta y cinco minutos para llegar al muelle de playa Azul”, recordó don José.

Mientras iban en el bote Mauricio repetía que tenía sed, que le compraran una Coca Cola. Al llegar al muelle acostaron a Mauricio a un lado y don José corrió hasta su casa para llamar una ambulancia, después se fue a la pulpería, compró la Coca Cola y se la llevó a su sobrino, que se la tomó completa.

La sangre no dejaba de salir de las heridas. Era urgente la atención médica.

“Me llevaron al Hospital Monseñor Sanabria, cuando me desperté estaba en una cama y mi mamá a la par. En ese momento me di cuenta de que tenía las piernas, pero me tenían que operar. Además de todas las mordidas en las piernas me había fracturado el fémur de la pierna izquierda", detalla.

Mauricio estuvo 30 días en el hospital y asegura que muchas veces le preguntó a su tío cómo había podido ser tan valiente para salvarlo del hocico del cocodrilo.

“En ese hospital yo era la primera persona atacada por un cocodrilo, entonces me hicieron muchos exámenes y me tenían aislado. La doctora que me vio me dijo que me habían cosido las heridas y que eso no se puede hacer porque fue dejarme la infección y toda la suciedad por dentro, tuve que tomar medicamentos”, señala Mauricio.

Mau y su tío pasaron muchas noches soñando con lo ocurrido. La experiencia del ataque regresaba como una pesadilla.

Mauricio estuvo recibiendo atención médica durante un tiempo y también lo mandaron a un psicólogo pero, según nos contó, tuvo que dejarlo por falta de plata.

“Yo no tenía para los pasajes, pedí que me llevaran en ambulancia y me decían que no se podía. Hace poco se me abrió una de las mordidas y cuando fui me regañaron todo, los doctores me habían dicho que eso iba a pasar, cuando hay luna llena de duele mucho”, comentó “Cocodrilo”.

Las heridas que Mauricio sufrió en el ataque fueron muy profundas. Su fémur no ha soldado del todo, afirma, y además no se puede agachar por completo porque no aguanta el dolor.

Las secuelas del ataque le impiden trabajar. Ahora la está pulseando y bretea en una empresa que dedica a hacer jardines en hoteles de Jacó.

Desde hace un año no ha vuelto a tener un cocodrilo tan cerca. Un día de estos a su tío le pidieron el favor de sacar a un lagarto de un metro de una casa y Mauricio dio gracias a Dios que él no estaba.

“Me han ofrecido ir a sacar almejas, pero yo no vuelvo, me da mucho miedo”, sostiene.

Y no es para menos. No son muchas las personas que se enfrentan a un cocodrilo en el agua y salen vivas para contarlo.

Silvia Coto

Silvia Coto

Periodista de sucesos y judiciales. Bachiller en Ciencias de la Comunicación Colectiva con énfasis en Periodismo. Labora en Grupo Nación desde el 2010.

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