Una desgracia, que marcó para siempre a 10 familias que acompañaban al equipo de fútbol Deportivo Monestel, trajo muerte, dolor y desesperación.
Aunque han pasado muchos años, las heridas siguen intactas para quienes lo vivieron de cerca. Uno de ellos era Luis Emilio Rodríguez, quien perdió a uno de sus amigos del barrio; dicho sea de paso, el único jugador que falleció. Hasta la fecha no lo ha olvidado; sin embargo, también conocía a otros de los fallecidos y heridos.
El Club Monestel de Escazú estaba en Tercera División; jugadores, familiares y vecinos disfrutaban de las salidas del equipo de don Franklin Monestel para ir a jugar a otras provincias.
El 29 de mayo de 1977 no fue la excepción. Los 17 jugadores y 44 aficionados se fueron para Limón desde un día antes, porque al día siguiente jugaban con el equipo Los Gemelos.
“Yo quería ir con ellos, pero no me dieron permiso en el trabajo; estuve a punto de montarme en el bus, mis amigos que iban, solo vacilarme para que luego le pidiera ayuda al patrón, pero había mucha necesidad. En ese tiempo, yo trabajaba con un zapatero”, recordó Rodríguez.
“Yo hasta enojado me quedé y luego me puse a pensar que pude haber muerto, pues eran muchos los conocidos y yo ya había salido con ellos a otros partidos”, añadió.
El encargado de llevarlos era un señor identificado como Virgilio Bermúdez, pero nadie lo conocía con ese nombre, pues todos le decían “papi”. Él era quien jalaba el equipo para todas partes y le tenían un gran cariño.
El viaje, además del partido, fue para que muchos conocieran la playa de Limón, por lo que se apuntaron para disfrutar. Eso era lo que tenía más emocionados a los más jóvenes.
El 29 de mayo, el Deportivo Monestel se presentó en la cancha de Búfalo, en el Caribe; por más barra que le hicieron, el equipo rival les metió tres goles y salieron del partido apagados. No hubo tiempo de nada, pues de inmediato tenían que regresar a San José.
El viaje para el retorno hasta Escazú tenía que ser por Turrialba, porque aún no existía la Ruta 32 (San José-Limón), la cual se inauguró el 28 de marzo de 1987.
El bombazo ocurrió a las 7 de la noche.
Cuando el bus iba por el famoso restaurante y lodge Turrialtico, ubicado a 7 kilómetros del centro del Turrialba, el bus agarró una gran velocidad.
“Papi” empezó a pegar gritos desesperados, pues el bus se había quedado sin frenos.
Aquellos gritos avisaron a los vecinos que se agarraban la cabeza al ver como el bus iba descontrolado como por unos 800 metros, y al toparse una curva cayó en un guindo.
Un par de vecinos corrieron desesperados para tratar de ayudar y en el camino se toparon a “Papi”, quien venía caminando con su ropa toda ensangrentada. Él pedía que por favor los ayudaran, pues había muchos heridos y muertos.
Según se supo, varios conductores a los que pidieron ayuda no se detuvieron, pero se fueron a alertar a la Cruz Roja.
La escena era desgarradora, decenas de ambulancias llegaron a ayudar, pero la noche cayó y dentro del bus había muchas personas prensadas entre los asientos.
Más de cuatro horas duraron las labores de rescate.
“Nosotros éramos muy humildes; en la única casa que había tele era donde mis abuelos. A veces, hasta los vecinos llegaban a verla. Yo ese día, como todos andaban en el partido, me fui a tomar café con rosquilla donde mis abuelos. Estábamos viendo la tele y en eso dieron la noticia; la gente en Escazú se volvió loca, pero en las primeras horas nadie pensó que iba a ser una desgracia tan grande”, dijo.
Don Luis asegura que su papá le dijo que había que ir a ayudar y se fueron con otros vecinos al lugar del accidente.
“Muchas otras personas, familiares de los que iban en el bus, y también vecinos, se acercaron porque se decía que era muy grave. Yo jamás esperé llegar y encontrar a mi amigo Manuel Antonio López (19 años) muerto; pensaba que seguro estaría golpeado. En el bus también iba una muchacha que a mí me gustaba mucho, y ella resultó herida”, comentó.
Los sobrevivientes fueron llevados al hospital William Allen en Turrialba, donde también llegaron médicos que se trasladaron desde San José para atender la terrible emergencia.
La desesperación por poder saber quiénes eran los fallecidos y quiénes habían sobrevivido provocó un caos.
Un jugador del equipo que no había ido al partido, llamado Edgar Badilla, conocía a la mayoría de los que iban en el bus, porque ya los había acompañado en varias giras, por lo que él identificó a los fallecidos ante las autoridades.
Las víctimas fueron identificadas como María Cecilia Padilla, de 22 años; Wendy Badilla, de 4 años; Teresa Herrera, de 52; Marlene Hernández, de 20; Manuel Alfaro, de 18; Ana Virginia Cambronero y María del Pilar Rodríguez, de 20; Jorge Segura, de 17; Gabriel Rodríguez, y el único jugador Manuel Antonio López de 19 años.
Luis Emilio asegura que cuando estaba en el sitio del accidente y vio lo que había ocurrido, se puso muy nervioso.
“Teníamos 15 minutos de haber llegado cuando vi a la mamá de Manuel, que también lo estaba buscando porque el bus cayó muy abajo. Al rato, mi papá vino y me puso la mano sobre el hombro y me dijo: ‘Hijo, hay que ser valientes, muchas personas murieron, entre ellas tu amigo Manuel’. Fue un momento muy doloroso porque se vinieron muchos recuerdos de la infancia”, contó.
“Manuel trabajaba en La Hulera y, como dicen, se ponía las pilas para hacer horas extra, porque quería ir a jugar con el equipo donde fueran. Él murió y poco después nació su hija. Yo no la conocía, pero supe de su nacimiento por otros amigos”.
El regreso a Escazú en aquella época fue muy duro para los vecinos, pues debían prepararse para despedir a personas a las que querían mucho.
“Viera que uno percibía el dolor en la comunidad, porque bueno, yo era muy joven, apenas tenía 20 años, pero mis papás decían que nunca había ocurrido nada así. Mi mamá sufrió mucho la muerte de Marlene Hernández y la hija de 3 años, a la que la familia reconoció por unas sandalias que andaba y que alguien le había regalado. Esa familia sufrió mucho, porque tres años después del accidente, el esposo de Marlene murió ahogado en playa Bandera”, recordó.
El entrevistado narró que la llegada de los cuerpos para despedirlos en la comunidad fue muy dura y triste, porque en un solo día hubo varios entierros.
“Cada vez que las campanas de la iglesia repicaban, era un golpe para el corazón, sentía uno demasiada tristeza. Para la familia de Manuel fue muy dura su muerte, algo insuperable. El día de la tragedia, su mamá no había ido, porque tenía una actividad familiar, pero ella siempre trataba de ir a verlo a todos los partidos. Era una señora muy alegre y, desde aquel momento, quedó marcada por el dolor”, relató.
Rodríguez recordó que los frenos del bus fueron lo que provocó tal desgracia.
“Estaban en mal estado y hasta encontraron calzas de cartón; las fibras estaban malas, por eso Papi no pudo hacer nada en ese momento más que encomendarse a Dios”, acotó.
Después de lo ocurrido, el Deportivo Monestel no desapareció; incluso, en la actualidad tiene escuelitas de fútbol y distintas participaciones.
“Después de eso, el equipo siguió jugando, pero durante mucho tiempo la gente le agarró idea, había mucho miedo. Ellos, incluso, siguieron viajando, pero vea lo que son las cosas, dos jugadores murieron, trágicamente, tiempo después. La gente luego de eso siguió haciendo muchos comentarios sobre la fatalidad”, manifestó.
El jugador José Ángel Barboza, Piruli, murió en Limón cuando trató de pasar de un vagón del tren a otro, mientras que el futbolista Gerardo Alfaro falleció en un accidente de tránsito.
“Yo, cuando perdí a mi amigo, me alejé del equipo; me dolió mucho porque, ahora que uno está viejo y un poco solo, piensa que, tal vez, hubiéramos estado compartiendo el ser ancianos. Muchas familias no volvieron a hablar del tema por el dolor, otras ya han fallecido. Allá por el centro de Escazú había un panadero que se sabía la historia y la contó a muchos, pero él ya murió. Recuerdo que se sabía al dedillo los nombres de las víctimas y decía que jamás debían ser olvidados”, contó.
Rodríguez asegura que todavía en Escazú hay quienes pagan misas en la iglesia San Rafael Arcángel, a pesar de que han pasado tantísimos años de esa desgracia y no solo familiares, sino también vecinos, como en su caso.
El día del accidente, el dueño del equipo, Franklin Monestel, no asistió al partido. Él fue un dirigente deportivo, periodista y pionero del fútbol femenino en Costa Rica. Fundó el Deportivo Franklin Monestel en Escazú, en el cual formó a cientos de jóvenes y luchó por abrir espacio a las mujeres en el deporte.
Su equipo estuvo en tercera división entre 1970 y 1980; en el 2017, por su trayectoria, fue incluido en la Galería Costarricense del Deporte. Murió en el 2013.
“Don Franklin fue un señor muy querido en la comunidad, ahora solo queda su recuerdo y también el de las víctimas del accidente”, concluyó Rodríguez, mientras se encontraba internado en el hospital por varios males que le aquejan.