El pasado 8 de abril el mundo vio horrorizado cuando el techo de la discoteca Jet Set, en República Dominicana se desplomó y acabó con la vida de 233 personas, entre ellas la costarricense Karla Sánchez Solórzano, de 41 años, y su esposo, el piloto de aviación Pedro Cepeda, quien era dominicano.
Jarumy Sánchez, hermana de la tica, le contó a La Teja, que a Karla la velaron el pasado miércoles 30 de abril y que fue el jueves 1 de mayo a las 10 a. m., le realizaron una ceremonia religiosa en la iglesia de San Pedro de Santa Bárbara, de Heredia. Luego la sepultaron en Desamparados de Alajuela, de donde era vecina.
Karla falleció la tarde del sábado 12 de abril, luego de luchar cuatro días por la vida en el hospital Marcelino Vélez Santana, en Santo Domingo, donde entró en coma.
Historia de dolor
Mientras la familia de Karla sufre su ausencia, muchos sobrevivientes luchan con las secuelas, como Jeniré, que tiene por delante una larga rehabilitación para volver a caminar y Carmen toma medicamentos para dormir y huir del trauma.
Las víctimas y sus familiares han presentado 38 demandas contra los propietarios del club nocturno en Santo Domingo.
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La tragedia ocurrió en la madrugada durante una presentación del cantante de merengue Rubby Pérez, quien murió en el lugar. Los exbeisbolistas Octavio Dotel y Tony Blanco también figuran entre los fallecidos.
Flores, centenares de velones y fotos de las víctimas están en las ruinas de lo que fue esta famosa discoteca, convertidas en una especie de memorial.
“Sus voces callaron, pero sus memorias gritan”, “Exigimos condenas, no excusas”, se lee en carteles.
Las autoridades buscan establecer responsabilidades, pero no se han anunciado resultados concluyentes. El propietario del local, el empresario Antonio Espaillat, dijo estar a la orden para colaborar con la justicia.
“No sentía las piernas”
“Cuando me acuesto, cuando me despierto, cuando me baño, cuando camino, todo el tiempo tengo dolor.
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“Tengo la médula espinal inflamada, una fractura en el omóplato, lesión en una rodilla, en una mano, múltiples laceraciones, puntos en la cabeza... y puedo seguir”, enumera. “No sentía las piernas (...), empecé a mover las piernas al tercer día”, relata a la AFP Jeniré Mena, de 40 años, una diseñadora de vestuario venezolana que estuvo atrapada cinco horas en los escombros del Jet Set.
Había ido a la discoteca a celebrar su cumpleaños.
Madre soltera y ya dada de alta, Jeniré sabe que tiene una lenta rehabilitación que cumplir, con tres sesiones de fisioterapia por semana, aunque espera reintegrarse a su trabajo en el cine, teatro y televisión.
“Si yo no trabajo (...), ¿qué pasa?”, se pregunta. “Gracias a Dios, mis amigos y mis familiares me han ayudado, pero sabemos que esto no es algo que va a perdurar en el tiempo. Yo tengo que empezar a trabajar”, expresa en su casa, donde se desplaza con una andadera.
“No puedo caminar mucho, me canso, siento mucho dolor, pero voy haciéndolo cada día mejor”, se consuela.
Tiene pesadillas, por ejemplo, con que el techo de su hogar le cae encima a su hijo.
Asegura que planea sumarse a las demandas.
“Sin lugar a dudas (...). No puedo hacer nada y mi trabajo depende de mis piernas y de mis manos”, alega, aunque también se aferra a la esperanza: “Yo le tengo que demostrar a mi hijo que se puede todos los días”.
“No puedo dormir”
En el caso de la obstetra Carmen Guante, de 62 años, las secuelas no son físicas, sino mentales.
“No puedo dormir, porque oigo voces cuando trato de dormir”, cuenta a la AFP. “Se murieron amigas cercanas” en la tragedia, agrega.
Carmen relata que vio un trozo del techo caer y que, aunque no imaginaba que toda la estructura fallaría, decidió irse.
Eso, cree, le salvó la vida.
“Cuando yo tomé la decisión (de salir) y cogí mi cartera (...), me empujó el estruendo. Fue tan rápido que me empujó para atrás”, sostiene. “Una amiga mía que vino de Nueva York y los demás se habían muerto. (...) Yo solamente tengo golpes (en la cabeza)”, pero descartaron secuelas con una resonancia.
Su reto es recuperar su salud mental.
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“Estoy en tratamiento (...). Me dieron un medicamento para relajarme” y “voy cada 15 días” a recibir atención psicológica, continúa.
“Yo me acostaba temprano, ahora trato de quedarme lo más tarde posible (para forzar el sueño) y cuando me tomo mi medicamento, oigo como que alguien me llama; no sé si será de la misma ansiedad que tengo al no poder dormir”, lamenta.
Su familia es su apoyo. “Me dicen que renací”.