Cuando La Teja anunció que vendría al Vaticano a cubrir el Cónclave, les prometimos que les íbamos a contar todo aquello que normalmente no se ve, sea en las transmisiones o distintas publicaciones.
¡Pero no sabíamos en el zapato que nos metimos! Y lo digo en el buen sentido, ya que hay tanto ”detrás del telón” que uno no sabe por dónde empezar, de verdad que al ingresar a la plaza de San Pedro uno tiene un choque de realidad y se da cuenta que está en un evento que no solo tiene actualidad mundial, sino que quedará para la historia.
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Puedo hablar de la hermosa variedad cultual, el orden en medio del caos o la exagerada cantidad de gente y prensa, bueno sí lo voy a hacer, pero aún no porque decidí empezar con lo que más me llamó la atención. De la fumata negra también habláremos ahorita.
Resulta que estando frente a la basílica de San Pedro, con la mirada la mayor parte del tiempo puesta en una chimenea sencilla, pero que dice mucho, vi algo que de inmediato me llamó la atención: una bandera de Costa Rica en la espalda de un hombre.
Pensé en una nota más de ticos en el Vaticano, pero no, resulta que esta historia era digna de destacar entre todo eso que no se ve, pues nos da una lección a todos.
Se trata de Jordi Rodríguez, de San José, quien nos contó los motivos de su deseo de estar en el cónclave: “Me llama la atención que es un evento histórico, una cosa milenaria, la forma hermética en que se hace”, comentó.
Pero de inmediato soltó una frase que nos dejó con la boca abierta: ”En realidad no soy católico, no tengo religión, solo creo en Dios”.
En un mundo donde en muchas ocasiones no hay respeto y, especialmente en redes sociales, se tira mucho odio, Jordi nos de un mensaje muy bonito: “Hay que respetar, uno puede pensar diferente a los demás, pero siempre respetando las creencia de otros”.
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Finalmente nos dijo que desde que vio el cónclave de 2013, decidió que tenía que ir a uno, y cuando murió el papa Francisco, dijo que que tenía que correr pues este era al que debía ir, aunque eso haya implicado gastarse unos ahorritos que tenía.
Mientras otros pasan tirando odio o peleando en redes tirándole a los que están siguiendo este acontecimiento, Jordi disfruta con una gran sonrisa de ese evento sin siquiera ser católico, un gran ejemplo.
Orden en el caos
Otra cosa que no se ve y que me llamó la atención fue que aunque más de cinco mil periodistas están acreditados para cubrir el cónclave y las calles de Roma están repletas de fieles y curiosos, el Vaticano se las ha ingeniado para mantener un orden casi celestial.
A pesar del bullicio, todo transcurre con una sorprendente organización: los accesos están bien controlados, los horarios se cumplen y hasta en los momentos de mayor tensión, reina una calma que sorprende. Y en medio de la multitud, el silencio sagrado del cónclave se mantiene intacto. Una muestra más de que, cuando se trata de tradición, el Vaticano no improvisa. Yo lo defino como un orden sorprendente en medio del caos.
Un desfile cultural
Algo de lo que seguramente no se percatan muchos al ver las transmisiones, es notar que en el Vaticano, además del cónclave, se vive el Año del Jubileo, por el que a diario vienen peregrinaciones grandísimas de devotos para cruzar la puerta santa de la basílica de San Pedro, pues hacerlo permite obtener la indulgencia plenaria, es decir, el perdón total de las penas por los pecados ya confesados.
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Pues resulta que yo iba camino a la sala de prensa del Vaticano para poder editar unos videos, cuando vi que en la Vía de la Conciliación, la que está en la pura entrada del Vaticano, venía una fila impresionante de fieles, que no alcanzaba a ver de cuántos metros era, eran cientos de personas.
Pero eso es lo impresionante, lo que yo no sabía al acercarme a ver es que iba a presenciar un desfile de demasiadas culturas en apenas unos minutos.
Primero pasó un grupo de asiáticos rezando, según creo haber entendido, el rosario. Seguidamente era un grupo de africanos, no pude entender de qué país, pero cantaban con alegría. Luego venía un grupo de la India y de inmediato uno de Polonia, que aunque no sé nada de polaco, supe que venían cantando “Señor, me has mirado a los ojos”.
No fueron más de cinco minutos y vi pasar frente a mí a personas de tres continentes, que hablan idiomas muy diferentes, con vestimentas muy distintas a las que acostumbro ver, pero ahí no había diferencias, como debería ser siempre. Me pareció muy bonito, la verdad.
El día uno
Hay muchas otras cosas más que no se ven, pero no puedo terminar esta nota sin hablar lo que fue el día. Todo empezó con una misa en la basílica de San Pedro, donde los cardenales pidieron al espíritu santo su guía en la elección. Yo la viví en la plaza de San Pedro, pero incluso ahí, donde había mucho turista y una combinación entre aguaceros y sol, que se pasaron turnando todo el rato, había mucha gente siguiendo la celebración con piedad.
Ya por la tarde oficialmente inició el cónclave con la entrada de los cardenales a la capilla Sixtina y, mientras ellos votaban a puerta cerrada, fue muy chiva ver cómo la plaza de San Pedro literalmente se fui inundando, al inicio uno tenía espacio para andar caminando, luego con costos se podía mover.
La espera fue larga, ya que la primera fumata se esperaba para entre las 6:30 o 7:30 de la noche, pero a pensar del cansancio, el hambre o la sed, el ambiente fue alegre, la gente cantaba, rezaba, empezaba a gritar para que el resto nos fuéramos “pollos” pensando que ya iba a salir humo o hasta se creó una especie de “juego” en el que cada vez que salía una gaviota en las pantallas gigantes que hay en la plaza, se venía una ola de aplausos; esas simpáticas aves fueron las más populares de la noche.
Al final el humo fue negro, algunos gritos se lamentaron porque aún no hay papa y la plaza se vació muy rápido, pues en el fondo la mayoría sabía que esta noche probablemente iba a terminar así.
Así concluyó el primer día del cónclave y todos regresaron a sus casas u hoteles con la expectativa de qué pasará este jueves, si veremos finalmente el humo blanco en alguna de las cuatro votaciones o aún habrá que esperar.