La preocupación por el impacto de la tecnología en el desarrollo infantil ha desencadenado un movimiento inédito en Mendoza, Argentina, que comienza a replicarse en otras regiones.
Bajo la premisa de retomar el control sobre la educación de los hijos, más de 300 familias se han organizado para firmar un compromiso colectivo: prohibir la entrega de teléfonos inteligentes a los niños antes de los 13 años y restringir el acceso a redes sociales hasta los 16.
La iniciativa busca combatir la ansiedad y la desconexión social provocada por los celulares.
El detonante de esta acción comunitaria fue la alarmante cifra de interacciones digitales que reciben los menores diariamente.
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Ignacio Castro, impulsor del proyecto denominado “Pacto Parental”, notó que su hijo de 11 años recibía un promedio de 150 notificaciones al día. Esta saturación digital, sumada a la lectura del libro Generación Ansiosa del psicólogo Jonathan Haidt, motivó a los padres del colegio San Nicolás a tomar medidas drásticas para proteger la salud mental de los estudiantes.
Evidencia científica y desarrollo cerebral
La decisión de establecer el límite a los 13 años no es aleatoria, sino que se fundamenta en estudios sobre la maduración de la corteza cerebral.
Los expertos señalan que el cerebro de los adolescentes y preadolescentes es altamente vulnerable a las inyecciones constantes de dopamina que generan los dispositivos móviles.
Castro advirtió en el entorno escolar síntomas claros de este fenómeno: casos de bullying, déficit de atención severo y trastornos de ansiedad en aumento.
“Los padres nos hemos desentendido de algunos aspectos de la crianza de nuestros hijos. La idea es volver a hacernos cargo", explicó Castro sobre la filosofía detrás del acuerdo.
Lo que comenzó con una reunión de 16 personas creció exponencialmente en una semana, sumando adhesiones de instituciones en Córdoba y Buenos Aires, demostrando que la problemática es transversal y urgente.
El impacto en la vida escolar
Las autoridades educativas han recibido la propuesta con optimismo, reconociendo que las medidas internas de la escuela eran insuficientes.
Ramiro Pontis Sarmiento, directivo de secundaria del colegio, observó cómo los recreos habían cambiado drásticamente: los alumnos dejaban de interactuar entre sí para aislarse en sus pantallas o quedarse en las aulas respondiendo mensajes.
La dinámica social se veía afectada, especialmente entre las niñas, con conflictos derivados de exclusiones en grupos de chat, mientras que los varones se volcaban a los juegos en línea.
Para apoyar el cambio cultural que proponen las familias, la institución ha decidido que, para el ciclo lectivo 2026, los estudiantes de secundaria deberán mantener sus celulares apagados durante toda la jornada escolar.
Del síndrome de abstinencia al juego real
Implementar la medida en hogares donde los niños ya poseían dispositivos ha sido el desafío más complejo.
Castro relata que tuvo que retirar el smartphone a su hijo menor y reemplazarlo por un teléfono analógico sin conexión a internet.
La reacción inicial incluyó llanto y enojo, una respuesta esperable ante la pérdida de un objeto que genera dependencia.
Sin embargo, los resultados positivos aparecieron con rapidez.
“Tras cinco minutos de quejarse y enojarse con vos, al minuto seis el chico ya está afuera jugando a la pelota”, aseguró el padre. Las familias reportan que, tras superar la resistencia inicial, los chicos recuperan el interés por actividades lúdicas tradicionales y la lectura, saliendo del estado de “anestesia” digital en el que se encontraban.
*Esta nota fue hecha con ayuda de Inteligencia Artificial.


