Una tragedia conmovió a la comunidad migrante en Puerto Rico, revelando las extremas consecuencias de la precariedad migratoria, y es que Antonio Báez, un migrante de 52 años de origen dominicano, perdió la vida de una forma desgarradora luego de un intento desesperado por evadir a las autoridades.
Los hechos se remontan al 28 de marzo, cuando agentes se presentaron en un almacén en Toa Baja, cerca de la capital puertorriqueña, para una inspección. Báez, quien se dedicaba a labores de construcción y no contaba con estatus legal en el país, intentó ocultarse de los oficiales. Su estrategia fue escalar hasta el techo del almacén.
Según reportó Univisión, aunque los detalles exactos de lo que ocurrió en la altura son inciertos, se cree que Báez cayó desde más de 9 metros. Permaneció herido por horas, solo y a la intemperie, antes de ser descubierto por sus compañeros de trabajo.
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Una lucha por la vida que terminó en silencio
Tras la caída, Antonio Báez fue trasladado de urgencia al Centro Médico de San Juan. Las heridas eran gravísimas: costillas rotas y un fuerte golpe craneal. A pesar de la lucha de los médicos, Báez nunca pudo recuperar la conciencia ni relatar lo sucedido. Semanas después, el 4 de mayo, falleció a causa de las lesiones.
Las autoridades confirmaron a Univisión la realización del operativo en el lugar, pero aclararon que la muerte de Báez no figura en sus estadísticas de decesos bajo custodia, ya que nunca estuvo detenido. Tampoco pudieron precisar el momento exacto de su caída ni cuánto tiempo permaneció herido y solo antes de recibir auxilio. En el mismo operativo, tres inmigrantes indocumentados fueron detenidos.
El dolor de un hijo con la visa humanitaria negada
La tragedia de Antonio Báez se tornó aún más dolorosa por el calvario que vivió su hijo, Miguel Báez. Desde la República Dominicana, Miguel recibía las angustiantes noticias sobre la salud de su padre a través de un amigo. Desesperado por estar a su lado en los últimos momentos, solicitó una visa humanitaria para viajar a Puerto Rico.
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“Lo único que me preguntaron fue si yo tenía un pariente en Estados Unidos y yo le dije sí, voy a asistir a mi papá que está en estado de gravedad”, relató Miguel a Univisión. A pesar de la urgencia y la gravedad de la situación, su petición fue negada. El gobierno estadounidense le cerró la puerta, impidiéndole despedirse de su padre.
“Mi papá duró un tiempo largo sin despertar. Después abrió los ojos, pero nunca habló, nunca dijo nada”, expresó Miguel, cuya voz refleja el dolor de la distancia forzada en el momento más crítico.
La historia de Antonio Báez es un crudo recordatorio de los riesgos y las complejidades que enfrentan los migrantes indocumentados, y del profundo costo humano de las políticas migratorias.