Algunos puede ser que no comprendan cómo esa motica peludita con cuatro patitas puede llenar la vida de una persona, cómo puede ser la compañía perfecta, el amigo ideal hasta en los momentos más difíciles, pero es así. El amor de un perrito es tan potente que tiene la fuerza hasta de salvar una vida.
Un claro ejemplo es Alejandra Esquivel, quien siempre supo que su vida estaría marcada por los perros, pero jamás imaginó que una peludita llamada Sol llegaría a convertirse en su refugio en medio de los días más oscuros de su vida.
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Sol, una zaguatica de mirada tierna, tiene cinco años y es vecina de barrio Luján. Su historia comienza, incluso, antes de nacer, cuando su mamá, Juli, fue rescatada en Tres Ríos por la asociación Animal Hope.
Juli fue atropellada y cuando estaba medio muerta en la calle la rescataron. Además de no tener hogar y haber sido atropellada, estaba embarazada, tenía en su pancita 12 peluditos.
Contra todo pronóstico, gracias al cuidado y al amor de esa organización, los 12 nacieron sanos y llenos de vida, un verdadero milagro de la calle. Demostrando que el amor siempre gana las batallas.
“En mi casa siempre hemos tenido la cultura de adoptar, nunca comprar.
Ya habíamos adoptado perritos grandes y esta vez yo quería un cachorro, una hembra, para que se llevara bien con Noah, mi otro perro”, recuerda Alejandra.
El destino hizo lo suyo por eso cuando Alejandra escribió a Animal Hope, solo quedaba disponible una cachorrita de dos meses, Sol.
“Yo digo que el destino quería que ella y yo nos encontráramos. Desde el primer día sentí que era para mí”, asegura.
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Gran rayo de Sol
Sol llegó a la familia en uno de los momentos más difíciles: la pandemia del covid-19 en el 2020. Alejandra, quien vive con su mamá, doña Tatiana, y su abuelita, doña Leda, enfrentaba una fuerte lucha contra la ansiedad y la depresión.
“Durante la pandemia se me dispararon los ataques de pánico. Había tanta incertidumbre, tantas noticias de muertes, que yo pensaba que en cualquier momento me iba a tocar morirme a mí.
Además, me angustiaba mucho pensar que si me contagiaba podía enfermar a mi abuelita. Todo eso me tenía destruida”, cuenta con sinceridad.
Y fue entonces cuando Sol asumió una misión sin que nadie se lo pidiera.
“Ella nunca fue entrenada, pero parecía que lo estaba. Cada vez que yo lloraba o me daban crisis, Sol llegaba a mi lado, se pegaba conmigo, me daba tranquilidad. Yo digo que me salvó la vida, sin ella habría sido casi imposible sobrellevar esos días”.
Alejandra está convencida de que los perros sienten el dolor humano de una manera especial.
“Mucha gente no lo entiende, pero sí ayudan a calmar esas aguas tan duras, tan difíciles. Ella me acompañó incondicionalmente. Era como si supiera que su misión era darme paz y vida”.
Sanaron juntas
No todo fue sencillo. Al inicio, Sol era extremadamente miedosa. No dejaba que nadie la tocara ni le hablara. Solo con Alejandra se sentía tranquila.
Poco a poco, con paciencia y amor, fue aprendiendo a confiar. Hoy, aunque aún es reservada, permite que las visitas la acaricien y hasta disfruta estar rodeada de cariño.
“Ha sido un reto criar un perrito desde tan pequeñito, pero ver cómo ha cambiado es hermoso. Mis amigos no entienden cómo lo logré, porque pasó de no querer ver a nadie a dejarse querer. Creo que es el amor el que la transformó”, comenta.
En casa, Sol no está sola. Comparte sus días con Noah, un french poodle que ya era parte de la familia.
“Noah ha sido clave, porque le enseñó las reglas de la casa, incluso, a hacer sus necesidades afuera. Son inseparables, se quieren muchísimo”.
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Doña Leda y doña Tatiana también tienen una unión fuerte con Sol.
“Cuando mami anda estresada, Sol se le pega y la sigue para darle paz.
“Mi abuelita la adora porque es cariñosa y amorosa. Yo digo que Sol nació para darle paz a mi familia, ella siempre anda pendiente, cuando detecta tristeza o llanto, rapidito llega a dar tranquilidad”, afirma Alejandra con una gran sonrisa.
Puro amor
Hoy, Sol es una perrita juguetona y feliz. Tiene su propia caja de juguetes y sabe cuándo es hora de jugar y cuándo de acompañar a su dueña en el teletrabajo.
“Cuando voy un día a la oficina, me hace una falta enorme. Al regresar, se pone loca de felicidad”, cuenta.
El destino también le tenía reservada una gran familia a los demás: todos los hermanitos de Sol fueron adoptados, incluida su mamá Juli.
“Eso me llena de alegría, porque todos tuvieron una segunda oportunidad”.
En la casa de Alejandra no hay mascotas, hay miembros de la familia. Sol lo sabe bien, y con cada patita y cada mirada tierna se lo recuerda.
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“Ella es amor total. Sin importar lo que haya vivido en la pancita de su mamá, hoy está llena de paz. Y yo estoy segura de que llegó para salvarme la vida y para enseñarnos que el amor verdadero no tiene condiciones”, confirma la mamita perruna.