En Gravilias de Acosta, un pueblo rural al pie del cerro Dragón, rodeado de cafetales, ganado y cítricos, creció Deylin Masis Chinchilla, una joven de 17 años que se convirtió en orgullo al obtener 900 puntos, la nota máxima, en el examen de admisión de la Universidad Nacional (UNA) para el ingreso 2026.
Nos cuenta la estudiante que la nota perfecta es algo que fue logrando poco a poco en cada año que estudió, ya que lo aprendido en la escuela y el colegio sumó para entender qué hacer ante un examen que busca explorar el conocimiento lógico adquirido.
“Yo siempre digo que uno se prepara toda la vida, eso no se aprende de un día para otro.
“El esfuerzo desde que uno es chiquitillo se va acumulando y al final se refleja en exámenes como estos”, asegura Deylin, quien cursó la escuela en Las Gravilias y el colegio en el Liceo Rural La Ceiba, ambos públicos.
El campo también educa
Hija de Melania Chinchilla Carrillo y Yehiner Masís Prado, y hermana mayor de Nahomy, de 13 años, Deylin forma parte de una familia cafetalera, trabajadora y luchadora.
Desde pequeña trabajó cogiendo café.
“No fui muy buena, pero algo me ganaba. Desde chiquitilla ayudaba y así fui entendiendo lo que cuesta ganarse las cosas”, explica para de inmediato advertir que casi siempre ha trabajado cuando puede porque así aprendió en su hogar.
“El campo enseña demasiado. Para coger café hay que levantarse a las 4 de la mañana, desayunar a las 5 y almorzar a las 9, siempre se almuerza la comida fría, bien envuelta, pero fría y a la carrera, porque no hay tiempo. Eso forma carácter, disciplina y valentía. Aquí uno aprende que nada sobra y que todo cuesta”, explica con madurez.
Atención en clase, sin desvelos
Contrario a lo que muchos imaginan, Deylin no se considera una estudiante que pasa encerrada estudiando.
“Llevo una vida completamente normal. No es que me mate estudiando, la clave para mí es poner mucha atención en clase. Sé que no todos aprendemos igual, algunos leen más, otros escuchan más, por eso hay que conocerse”, afirma.
Desde primer año del colegio siempre le fue bien y logró eximirse en varias materias. A pesar de que su colegio enfrenta serias limitaciones de recursos e infraestructura (está ubicado al borde de un río y desde hace años se lucha por construir uno nuevo), nunca permitió que eso fuera una excusa para rendirse.
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El resultado del examen la tomó completamente por sorpresa.
“Cuando revisé la nota fue un shock. Corrí a encender la computadora y le dije a mi mamá: ‘mami, usted no sabe la nota que me saqué, me saqué un 900’. En ningún momento me lo esperaba”, recuerda emocionada.
Incluso, dudó del resultado. “Yo veía ese 900 y pensaba que era solo el anuncio de la nota máxima que se podía sacar. Fue hasta que entendí bien que reaccioné. Para mí fue el mejor regalo de Navidad”, confiesa.
Sueños grandes, pueblo pequeño
Desde niña soñó con estudiar Medicina, aunque ahora analiza con calma qué carrera elegir.
“Lo que viene es un reto muy grande”, reconoce. Viajar hasta Heredia implica trayectos de hasta tres horas, combinando moto, bus y buseta, pero asegura que no se iría a vivir a San José.
Actualmente trabaja en una tienda de perfumes en Aserrí y siempre que puede aprovecha las vacaciones para trabajar.
“Antes casi siempre era cogiendo café. Yo sé lo que cuestan las cosas, en mi familia todo ha sido a puro esfuerzo”, dice.
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Fe, raíces y ejemplo
“Yo he puesto la carrera de mi hija en manos de Dios una y mil veces”, afirma su mamá, doña Melania.
Deylin, amante del café fuerte y sin azúcar, del gallopinto, el mondongo y la olla de carne, sigue siendo una muchacha de campo: monta a caballo, maneja moto y cuadraciclo, ayuda en la casa y disfruta la tranquilidad de su pueblo.
Según el Departamento de Registro de la UNA, solo 12 personas en todo el país alcanzaron la nota perfecta de 900 puntos para el ingreso 2026, 11 de ellas provenientes de colegios públicos.
Una de esas historias nació en un rincón rural de Acosta, demostrando que la excelencia también se cultiva entre cafetales.







