El día que Yilmark Navarro Vásquez debía estar celebrando su graduación de noveno año estaba llorando. No por malas notas ni por indisciplina.
Lloraba porque no tenía zapatos ni pantalón para ir a recibir el título que se había ganado con esfuerzo y buenas calificaciones.
Tenía apenas 15 años y la herida le quedó marcada para siempre. Hoy, con 18, esa herida se transformó en motor: Yilmark no solo se graduó, sino que terminó el colegio técnico como bachiller y técnico medio en Producción Agropecuaria en el CTP de Talamanca, y ya sueña con la universidad.
La historia de este muchacho arranca en Sarapiquí, donde creció en un pueblito llamado Naranjal, de calles de piedra, de caminar largo para ir a la escuela y de zapatos que se gastan más rápido que las ganas de salir adelante.
Ahí estudió en la Escuela El Naranjal, donde, incluso, formó parte de un grupo de baile coreográfico y aprendió desde pequeño que nada llega regalado.
Sin zapatos
Cuando estaba en noveno año, estudiaba en el CTP de Puerto Viejo de Sarapiquí, pero la vida dio un vuelco. Su familia tuvo que trasladarse a La Olivia de Talamanca, faltando apenas tres meses para terminar el curso lectivo. El cambio fue brusco: nuevo lugar, nuevo colegio, cero amigos y muchas necesidades.
Los zapatos que llevaba todo el año apenas aguantaron. El pantalón ya no servía. En el nuevo colegio no conocía a nadie y en la casa no había cómo comprar ropa nueva. Yilmark tomó una decisión que todavía hoy le aprieta el pecho al recordarla.
“Yo le dije a mi mamá que no iba a ir a la graduación”, cuenta.
Su mamá, Juana Vásquez, es su mayor apoyo, pero tampoco podía hacer milagros. En la casa son cinco personas y Yilmark tiene cuatro hermanos, dos adultos y dos menores.
El día de la graduación de noveno fue devastador.
“Yo llevaba buenas calificaciones, era de los mejores. Claro que quería estar ahí, recibir mi título bien ganado. Todo el año luchándolo”, recuerda. Ese día lloró como nunca. Lloró del dolor de no estar donde merecía.
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Pero también fue el día que marcó su carácter.
“Ese día me enseñó demasiado. Me dije: ‘esto no me vuelve a pasar’. Tengo que esforzarme el doble para no volver a faltar”. Y cumplió.
Los siguientes tres años fueron duros. De mucho estudio, sacrificio y enfoque. En el CTP de Talamanca eligió la especialidad Agrícola en Producción Agropecuaria y entendió que cuarto, quinto y sexto año eran clave para su promedio final, además de las pruebas estandarizadas.
Se aplicó como nunca. Pasó las estandarizadas, mantuvo buenas notas y no soltó el objetivo. Mientras muchos flojean, Yilmark apretó.
La noticia que tanto esperaba le llegó en el momento menos pensado. Estaba haciendo la práctica profesional colegial en una finca en San Carlos, era hora de almuerzo y los nervios no lo dejaban ni comer. Le pidió a su mamá que fuera ella a recoger la nota final, esa que define si uno es bachiller o no.
“Algunos compañeros no lo lograron, yo estaba nerviosísimo”, confiesa. Entró el mensaje que tanto estaba esperando, fue de su mamá: “Felicidades, eres bachiller. Te amo”.
Yilmark estaba sentado. Dice que se quedó quieto, como procesando la felicidad. “Me dije: ‘ahora sí voy a poder ir a mi graduación’”.
Y así fue
Si el 2022 terminó sin zapatos y sin graduación, el 2023 llegó con el primer par nuevo. En el 2024 e inicios del 2025 usó los mismos y así guardó unos casi nuevos como un tesoro, solo para ese día especial, el de la graduación “¡Ahora sí estaría en mi graduación!”, recordó con alegría.
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La graduación fue distinta. Muy bonita. Estaba nervioso, como siempre, pero esta vez no estaba solo ni escondido en casa. Esta vez estaba con toga, birrete y su mamá a la par. Lloraron juntos, pero de felicidad.
“Uno aprende que las dificultades no nos definen. Lo que lo define a uno es la constancia”, dice con una madurez que sorprende.
“Mi graduación es una meta cumplida que representa el esfuerzo de todos estos años”.
Ahora el sueño continúa. Ya hizo el examen de la Universidad Nacional (UNA) y también el de la Universidad de Costa Rica (UCR). Quiere estudiar Biología en la UNA, y en la UCR le atraen Turismo y Educación Preescolar, porque le gusta enseñar y servir.
Sabe que vendrá otro reto: pedir residencia, dejar el hogar y enfrentarse a una nueva etapa. “Va a estar duro, pero es por un futuro mejor”.
Yilmark no duda de dónde saca la fuerza.
“Aprendí que para cumplir las metas hay que esforzarse mucho y tener a Dios como guía. Oré mucho, le pedí mucho a Dios y no me dejé vencer por las dificultades”.
Hoy, el muchacho que no tuvo zapatos para una graduación, camina firme hacia la universidad, demostrando que la pobreza no define destinos y que los sueños, cuando se luchan, sí se cumplen.





