En la casa de los Soto Rodríguez la vida volvió a tener ladridos, juegos y chineos gracias a Frida, una perrita raza yorkshire terrier que llegó para sanar un corazón golpeado por la partida de un gran amigo peludito de la familia.
A don Alexander Soto todavía se le quiebra un poco la voz al hablar de Menfis, el perro que lo acompañó durante 16 años y que fue mucho más que una mascota: fue su sombra, su confidente, su amigo de todos los días.
“Me dolió tanto cuando murió que juré no volver a tener un perro en la casa”, recuerda con nostalgia.
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Pero la vida tenía otros planes. Apenas tres meses después, a su nieta Isabella, que en aquel momento cumplía siete añitos, le regalaron a Frida, una cachorrita de tres meses.
Era su regalo de cumpleaños y aunque don Alexander se puso serio diciendo que él no se haría cargo de paseos ni de veterinarios, bastó verla para que se le derritiera el corazón.
“Fue amor a primera vista”, confiesa entre risas.
Desde ese día, la casa se revolucionó. Frida creció rápido, se volvió la chineada de todos y ayudó a la familia a superar el duelo.
Es comelona, dormilona y bien chichosa: que nadie se atreva a pasar frente a la casa porque ladra sin parar.
Cuando la mamá de Isabella, Hellen, alista maleta para viajar como sobrecargo, Frida ya sabe lo que viene y se pone superinquieta, como si quisiera irse con ella. Y cuando regresa, la recibe con saltos y colazos de felicidad.
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Con don Alexander la relación es de puro chineo. Aunque dijo que no iba a encargarse, ahora pasa pendiente de ella las 24 horas, eso sí, doña Hellen e Isabella sí la llevan al veterinario y le compran su comidita y sus caprichitos.
El abuelito de Frida, don Alexander, la lleva a la panadería a 200 metros de la casa, pero como Frida solo camina 100, termina cargándola.
También le toca darle su paseo en carro, porque la perrita se emociona como si fuera una excursión cada vez que escucha “vamos en el carro de Tito”.
En casa, Frida duerme con doña Hellen y cuando ella viaja, se adueña de la cama.
Con Isabella, la nieta, se lleva de maravilla: juegan, corren y hasta comparten juguetes. Bueno, en realidad Frida tiene más juguetes que Isabella, aunque los destroza todos y don Alexander termina cosiéndolos para alargarles la vida.
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En la playa es un torbellino: le encanta el agua y no hay río ni charco que no quiera explorar. Eso sí, nunca sin correa, porque es capaz de perderse de la emoción.
También le celebran cumpleaños con quequito de pollo y fiesta incluida.
“Ella disfruta la bulla, la fiesta, le encanta estar rodeada de gente”, cuenta Tito.
Frida es una perrita sana y alegre, que regresó la ilusión a un hogar que no quería volver a encariñarse con un animalito.
Hoy es imposible imaginar la vida sin ella.
“Yo decía que no quería otro perro, pero Frida me ganó el corazón”, reconoce el abuelito humano con una sonrisa.
Y es que hay amores que llegan sin pedir permiso, que se meten hasta el alma y que se convierten en familia.
Así es Frida: la perrita que le devolvió los ladridos a una casa que los había perdido.
Corazón de gigante
Si usted cree que el tamaño lo es todo, el Yorkshire Terrier se encargará de demostrarle lo contrario. Este chiquitín, que pesa apenas entre dos y tres kilitos y mide como una regla escolar, tiene un carácter que llena cualquier casa, aunque sea del tamaño de una pecera.
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Nació en Inglaterra en pleno siglo XIX, cuando lo usaban para cazar ratas en fábricas y minas, pero con el tiempo cambió la pala y el casco por el sofá y las caricias. Hoy es uno de los perros de compañía más queridos del mundo.
Su melena es digna de salón de belleza: lisa, larga y brillante, con tonos fuego en la cara y las patas, y ese azul oscuro que lo hace ver todo elegante. Eso sí, si lo quiere tener guapo, hay que pasarle el cepillo todos los días, porque se enreda más rápido que cables de audífonos.
De carácter, el Yorkie es pura actitud: vivaz, valiente y hasta algo mandón. Si no se educa con paciencia y cariño, puede pasarse ladrando más que los parlantes en una fiesta patronal. Pero bien criado, es un amor de perro, compañero, cariñoso y leal.
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Hay que cuidarle los dientes, los ojitos y las patitas, porque tienden a ser delicados, pero si se le atiende como se debe, este pequeñito puede acompañar a la familia hasta 15 o 16 años.
En resumen, el Yorkshire Terrier será mini de cuerpo, pero tiene un corazón gigante que llena cualquier hogar.