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Hombre que trabajó en bananeras luchó para superarse y se convirtió en juez

Víctor Medina iba al colegio con los zapatos rotos y sus compañeros se burlaban de él cuando decía que quería ser abogado

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Víctor Medina es un gran ejemplo que de los límites solo están en la mente. Él nació en una humilde vivienda en Pococí de Limón y, pese a que pasó muchas necesidades económicas y hasta tuvo que trabajar en bananeras para ayudar a llevar el sustento a su casa, se aferró al sueño de estudiar para convertirse en abogado y ahora es un juez de la República.

Es hijo de un nicoyano llamado Concepción Medina y de una naranjeña de nombre Isabel Morales. Tuvo cinco hermanos de mamá y papá, tres más de parte de la madre y otro de parte del padre.

Él relató a La Teja que su niñez se vio truncada muchas veces por las carencia que había en su casa. El papá era alcohólico y llegaba a altas horas de la noche tomado y sin dinero para la comida o los demás gastos básicos.

Víctor se quedó dos veces en la escuela así que llegó al cole con más edad de la cuenta, pero eso no lo hizo desanimarse, siempre le puso ganas al estudio porque tenía una meta clara: quería ser abogado.

Pese a los errores que cometió don Concepción, él siempre le inculcó a Víctor el amor por la justicia y por la lucha social, ya que era un sindicalista de esos buenos, con argumentos y conocimientos de la ley, eso lo hizo inclinarse por el Derecho.

Él narró que el primer día de secundaria fue muy duro, tanto que aún lo recuerda con dolor.

“Ese día me levanté como a las 4 de la madrugada, tenía que alistarme porque el bus pasaba como a las 5 de la mañana, pero por los desórdenes de mi papá llegué al día de entrada a clases sin uniforme, sin zapatos, sin cuadernos, sin nada.

“Vivíamos en una casa de madera y yo estaba sentado en un zaguán, recuerdo que mi mamá se acercó y me dijo: ‘Diay papito, si usted quiere va al colegio, usted lo que va es a estudiar, yo voy a ver cómo hago para poder conseguirle uniforme y zapatos’. Ese día fui al colegio con los zapatos rotos, mis compañeros se burlaron de mí”, recordó.

Pero doña Isabel se puso las pilas y le consiguió a su muchacho las cositas que necesitaba para estudiar.

Rifas y venta de tamales

Los primeros tres años de colegio de Víctor los pasó en horario diurno y en las vacaciones se iba a trabajar a las bananeras que estaban cerca de su casa para aliviar la difícil situación económica.

Él recuerda con mucho agradecimiento que su mamá hacía rifas y vendía tamales para que él pudiera estudiar.

“Cuando iba a empezar el cuarto año de colegio, recuerdo que un día me acerqué a mi mamá que venía con una carga de leña y le dije que ya no iba a estudiar más en el día, sino que iba a trabajar en las bananeras y seguiría estudiando en las noches. Ella se me quedó viendo y se puso a llorar.

“Me dijo que eso era muy peligroso y que sería muy duro trabajar y estudiar, pero yo le dije que las necesidades eran muchas y que ya estaba decidido”, recordó.

Victor pasaba todo el día trabajando y en las tardes salía en carrera para el colegio, así terminó su bachillerato.

Luego de terminar el colegio, aunque Víctor soñaba con ir a la universidad para estudiar Derecho, no pudo hacerlo de una vez. Lo intentó con la UNED, pero era demasiado cansado y duro, así que solo sacó dos materias y lo tuvo que dejar.

Siguió trabajando en las bananeras, pero la idea de ir a la universidad nunca se le quitó.

“Muchas personas se rieron de mí porque yo siempre decía que iba a ser abogado, pero no creía que pudiera lograrlo. Siempre digo que no soy una persona muy inteligente, pero siempre tuve una meta, primero puesta en Dios y segundo en mi corazón.

Víctor contó que en el año 1996, un año después de que llegó la Universidad Latina a Guápiles, una profesora le dijo que ahí estaban dando Derecho y fue a preguntar cómo estaba el asunto. Un señor que estaba ahí le fió el primer cuatrimestre, así fue como empezó a estudiar.

Víctor renunció a la bananera en la que trabajaba y ni siquiera lo liquidaron, pero no le importó porque sabía que estaba haciendo lo correcto y en el futuro vería los frutos de su esfuerzo.

“El primer año me costó mucho, habían pasado varios años desde que salí del colegio y muchas cosas se me habían olvidado, pero seguí adelante. Jornaleaba con ñame, yuca y otras cosas para ganar plata.

“En 1997, gracias a un compañero de universidad, se me presentó la oportunidad de entrar al Poder Judicial como conserje y por supuesto que la aproveché. Luego de eso conocí a un señor que trabajaba en la Corte, lo vi un día y le conté que estaba estudiando Derecho y como al mes me llamó para ser técnico judicial, de verdad que Dios todo lo hace”, recordó Víctor.

A finales de 1999 el se graduó como abogado, en el 2001 fue a hacer los exámenes para poder ser juez y ese mismo año tuvo su primer nombramiento, hasta que en el 2011 obtuvo la propiedad.

Víctor tiene dos hijas que son su vida, Belén Victoria y Jimena Saret.

Doña Isabel, aunque nunca aprendió a leer ni escribir, lo convirtió en un hombre de bien y le enseñó el valor del esfuerzo y el sacrificio.

“Siento mucha satisfacción porque logré mi meta de ser abogado, y más aún, me convertí en juez. Yo recuerdo las personas que tanto se rieron de mí y de mi sueño, pero hoy yo me siento feliz de que, pese a las burlas, seguí adelante hasta conseguir lo que quería”.

Rocío Sandí

Rocío Sandí

Licenciada en Comunicación de Mercadeo de la Universidad Americana; Periodista de la Universidad Internacional de las Américas, con experiencia en Sucesos, Judiciales y Nacionales. Antes trabajó en La Nación y ADN Radio.

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