Carlos Luna es un pintor exitoso que vive en Estados Unidos, y disfruta el arte de una manera increíble.
Cada vez que hace una de sus obras, es como si el mundo se detuviera, como si se desconectara y solo existieran él, su lienzo y su pincel.
Pero la vida de Carlos no siempre fue linda, ni cómoda, ni feliz. Él nació en Cuba en 1969, en medio de un país que se deterioraba por la dictadura.
Fue criado por sus abuelas, Juliana (abuela materna) y Ramona (abuela paterna), quienes trataban de pintarle una vida tranquila y feliz.
De Juliana aprendió muchas cosas, fue una matriarca y lo inspiró a creer en él, en su propio talento, en sus manos. Fue una parte fundamental de su niñez y todavía hoy lo acompaña con su espíritu.
De Ramora aprendió a sonreírle a la vida, porque ella siempre cantaba, tarareaba sus melodías por todas partes, y nadie pudo silenciarla a pesar del dolor, la injusticia, y la tortura que vivió en carne propia en manos de salvajes, los mismos que torturaron y mataron a su esposo delante de ella y que, además, asesinaron a dos de sus hijos. Pero ella siguió adelante y eso marcó a Carlos para siempre.
Él contó a La Teja que empezó a pintar a los 7 años. Era algo placentero, pues disfrutaba hacer caricaturas para su papá y cosas con doble sentido.
No solo era bueno en el arte, sino también en las ciencias y en el deporte. Ganó una medalla como gimnasta, pero la emoción que sentía al pintar no se comparaba con ninguna otra cosa, así que decidió dedicarse a eso.
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A los 11 años descubrió que el arte le daba dinero
A los 11 años, Carlos participó en un concurso de pintura, y con el retrato del líder soviético Vladimir Ilich Ulianov Lenin, ganó el primer premio. Fueron 1.000 pesos cubanos, que en aquel momento eran bastante; imagínese que el director del Hospital Nacional de Cuba ganaba 400 pesos al mes.
“Llegué a la casa con la plata y mi papá pensó que le había tomado el dinero a alguien y me llevó a la policía. El jefe de la policía le dijo: ‘Don Carlos, ¿usted hoy no ha visto el periódico? Su hijo salió en el periódico, se ganó un premio’, Eso fue un quiebre importante en mi vida, porque decidí que también podía vivir de la pintura.
“Con esa plata me fui de fiesta. También me compré unos tenis que yo quería, pero el mayor porcentaje lo gasté en comprar materiales que quería para pintar. Desde el primer momento fui proactivo en reinvertir en mi propio negocio, en mi propio proyecto, en mi propio plan de vida”, contó el artista.
Meses después de ganar ese premio, murió su abuela Juliana, y Carlos se enojó con el mundo y con Dios, se volvió una persona difícil, intolerable, antisocial y eso lo llevó a perder su hogar, por lo que vivió en la calle un año.
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“Yo era desafiante, muy peleonero, nada me parecía bien. Cuando vivía en la calle iba a una cafetería cerca de dónde estaban las escuelas de arte, pues ahí hacían pizza y yo llegaba a buscar las sobras en las bolsas de basura.
“Un día no encontré sobras y, literalmente, caí hincado en el piso llorando y le empecé a pedir disculpas a Dios. Le dije: ‘Te prometo que nunca más voy a renegar, permíteme, con el talento que tú me diste, poner pan en la mesa para mí y para los míos’”, recordó.
Un cambio radical de vida
Ese día en la cafetería le permitieron comer a cambio de limpiar la cocina y Carlos se esmeró tanto en dejarla como un ajito que le dijeron que siguiera llegando a limpiar.
Cuando Carlos puso su vida en orden, siguió en el mundo del arte y se le empezaron a abrir puertas importantes. En 1991 le ofrecieron un muy buen contrato en una galería en México y se fue a vivir ahí.
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En esa nación conoció a Claudia Luna, de quien se enamoró. Se casó con ella y tuvieron tres hijos: Camila, Carlos y Cristóbal. Vivió ahí 13 años de su vida y aceptó una gran oferta que le hicieron para irse a Estados Unidos.
“Radicamos en Estados Unidos hace 24 años porque el gobierno estadounidense me ofreció una visa por habilidades extraordinarias, y me dieron la residencia a mí y a toda mi descendencia. Eso ha sido muy beneficioso para mi carrera”, aseguró.
Como parte de su visita a Costa Rica, Carlos impartió dos talleres a niños, uno en Matina y otro en Bribrí y quedó maravillado con la experiencia.
El exitoso pintor dice que el arte debe estar presente en cada hogar, en cada escuela, porque es fundamental para la sociedad.
“Tenemos una gran responsabilidad como sociedad, comienza en su casa con los padres... a través de las humanidades podemos crear una sociedad más empática, más tolerante, más abierta al diálogo, una sociedad más crítica, más responsable.
“En cambio, muchas veces abrimos el espacio a que los niños y jóvenes estén metidos en el teléfono, a que estén en la calle buscando cualquier cosa. Es nuestra responsabilidad que esos niños, en vez de estar ahí, estén en un lugar donde estén alimentando su mente para que mañana vengan a aportarle al país”, afirmó Luna.