En San Rafael de Heredia vive Julieta, una perra zaguatica de cinco años que, como dice su abuelita perruna, “ella fue quien escogió a la familia”.
Julieta nació siendo la perrita del vecino, pero desde que tenía apenas tres meses empezó a cruzar las cercas y a escarbar la tierra para pasar el día con los Rodríguez. Nadie pudo detenerla, ni siquiera las barreras que su dueño le levantó.
“Ella se pasaba a cada rato. El vecino le puso mallas, hizo de todo, pero a Julieta no había cómo detenerla. Siempre buscaba la forma de venirse a mi casa, hasta que él mismo dijo que no podía más y decidió regalárnosla y nosotros felices, porque ya sentíamos que era de nosotros”, cuenta doña Karol Rodríguez, mamá de Valeria (la mamá humana de la peludita) y abuelita perruna de Julieta.
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El poder del amor
La historia tiene un detalle particular: en la casa de los Rodríguez nunca habían tenido ningún tipo de mascota, mucho menos un perro y doña Karol confesó que más bien le tenía miedo a los animales.
“Yo era miedosa con los perros, nunca había querido uno en la casa, pero fue ella quien nos enamoró y nos convenció. Llegaba del trabajo y Julieta me esperaba en el portón, toda emocionada. Esa ternura me fue suavizando hasta que me ganó el corazón”, cuenta la herediana entre sonrisas.
El lazo se hizo tan fuerte que, incluso, antes de que el vecino se la regalara, la familia ya le compraba alimento.
“Pasaba todo el día aquí y no sabíamos si había comido, entonces le comprábamos comida, aunque al final siempre la devolvíamos. Eso duró como dos años, hasta que finalmente se quedó”, agrega Karol.
Herida que la marcó
No todo fue fácil en la vida de Julieta. Durante la pandemia alguien le tiró aceite caliente y la quemó. En medio del dolor, la perrita corrió directo a la casa de los Rodríguez aunque todavía era del vecino, esa fue otra clara muestra para la familia Rodríguez de que la zaguatica los amaba a ellos.
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“Ese día nos quedó claro que ya nos había escogido como familia. Ella no buscó a nadie más, vino directo a donde nosotros y la cuidamos hasta que se recuperó. Desde entonces no volvió a irse”, dice con mucho amor la abuelita perruna.
La perra perfecta
Julieta es la chineada del hogar. La describen como calmada, educada, muy aseada y agradecida.
“Jamás ha hecho un desastre en la casa. Ella avisa cuando ocupa salir a hacer sus necesidades, nunca ha dañado muebles ni botado nada. Para mí es la perra perfecta. Yo todavía no me atrevo a alzarla porque me da miedo, pero ella se mete a la cama con mi hija Valeria y duermen juntas. Nos quiere a todos, pero con Valeria tiene una conexión especial”, dice doña Karol.
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A Julieta le encantan el pollo, las frutas y hasta la gelatina casera que le preparan como premio. Y como doña Karol trabaja en cosmética natural, le elabora un champú especial a base de aceites y extractos de plantas, porque resulta que la perrita tiene piel sensible.
“La chineamos un montón, es la alegría de la casa. Nos cambió la vida, yo misma que nunca quise un animal, ahora siento que ella era lo que nos faltaba para estar completos”, expresa la orgullosa abue de la peludita.
Gran valor
La historia de Julieta confirma lo que los expertos aseguran: los zaguatitos no tienen nada que envidiarle a un perro de raza.
Rubén Rodríguez, presidente de la Federación Canina de Costa Rica, explica que el zaguate es el perro mestizo que antes deambulaba por las calles, pero hoy es visto con el mismo valor que un perro comprado.
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“El zaguatito ahora toma parte de la familia con igual importancia. Es agradecido, aprende con la misma rapidez y puede desarrollar habilidades increíbles, desde obediencia básica hasta detección de explosivos. Su variedad genética les da un temperamento muy noble y resistente”, detalla Rodríguez.
Un familiar más
Julieta, que un día saltaba cercas y escarbaba para buscar el calor de otro hogar, encontró en la casa de las familia Rodríguez su lugar en el mundo. Hoy, cinco años después, no hay duda: ella eligió y acertó.
“Es la chineada número uno, la que nos llena de alegría todos los días. Ella es nuestra perrita perfecta”, concluye doña Karol con una sonrisa que lo dice todo.