El diagnóstico de hígado graso, especialmente en su forma no alcohólica, ha aumentado con fuerza en los últimos años y se relaciona con cambios en el estilo de vida, mayor prevalencia de obesidad, diabetes tipo 2 y colesterol alto, afectando incluso a adultos jóvenes.
El papel del peso y la alimentación
Bajar entre un 7% y 10% del peso corporal continúa siendo una de las medidas más efectivas para disminuir la grasa hepática y mejorar la función del órgano. Los especialistas destacan que no se trata solo de reducir calorías, sino de priorizar alimentos de calidad.
La dieta mediterránea es uno de los patrones más recomendados: incorpora grasas saludables como aceite de oliva extra virgen, nueces, palta y pescados grasos; proteínas magras; gran variedad de verduras; frutas ricas en antioxidantes; y granos integrales. A la par, se aconseja reducir azúcares añadidos, carbohidratos refinados y alimentos ultraprocesados.
Movimiento y hábitos que marcan la diferencia
El ejercicio físico aporta beneficios incluso sin grandes cambios en la balanza, ya que reduce la grasa hepática y mejora la sensibilidad a la insulina.
La meta sugerida es realizar 150 minutos semanales de actividad moderada, combinando ejercicios aeróbicos como caminar, nadar o andar en bici, con entrenamiento de fuerza. Además, estudios sugieren un posible efecto protector del café consumido sin azúcar.
En cuanto al alcohol, se debe evitar completamente en casos de hígado graso alcohólico. Para quienes tienen hígado graso no alcohólico, limitar su consumo ayuda a evitar un daño mayor.
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Suplementos: precaución y consulta médica
Suplementos como vitamina E o cardo mariano suelen mencionarse entre los posibles aliados, aunque la evidencia es variable. Los especialistas insisten en no automedicarse, debido a interacciones con otros fármacos o condiciones preexistentes.
Nota realizada con ayuda de IA


