Costa Rica es tierra de paz, sin ejército desde 1948, pero en el corazón de Jesús Chinchilla Hernández, de 33 años, siempre palpitó un sueño que parecía imposible: vestir el uniforme militar.
Vecino de La Brasilia de Alajuela, creció entre las montañas, vacas y charrales.
Estudió en la escuela Juan Rafael Meoño, en El Llano, y en el nocturno del Miguel Obregón sacó el bachillerato por madurez.
Su vida siempre fue de lucha. Trabajó en seguridad privada en varias empresas y hasta en la Embajada de Estados Unidos, lugar en el cual empezó a admirar de cerca a los militares norteamericanos.
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“Ahí me nació la idea. Yo veía cómo trabajaban, su disciplina, y pensé: ‘algún día quiero estar en ese ejército’”, recuerda.
Con las manos vacías
En enero del 2021, tomó la decisión de emigrar a Estados Unidos. “Me vine a pulsearla sin nada, sin papeles, sin un plan claro, solo a ver qué salía”, cuenta.
Llegó a Utah y comenzó en construcción gracias a un amigo. Nunca había trabajado en eso, pero aprendió el oficio a la brava, no quedaba de otra.
El destino le sonrió cuando conoció a quien hoy es su esposa, una ciudadana estadounidense. Casarse le permitió legalizar su estatus migratorio y, con los papeles en mano, no dudó: “Ese mismo día fui a las oficinas del ejército”.
Se enlistó en el ejército en agosto del 2024 y lo mandaron a Missouri para seis meses de entrenamiento. Luego se especializó como conductor de vehículos pesados, transportando productos esenciales para las operaciones militares.
Un trabajo distinto
Para Jesús, ser parte del ejército no es solo andar con un rifle al hombro. “Es un trabajo muy lindo. No siempre se está en combate; hay logística, transporte, apoyo. Es servir de muchas maneras”.
Aunque no ha estado en zonas de guerra, reconoce que ha levantado la mano para ir, si es necesario.
“No pienso en la muerte. Cuando a uno le toca, le toca. Para mí sería una gran experiencia y estoy dispuesto”.
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Su esposa no es fanática de la idea, pero entiende. En la cultura estadounidense, tener un familiar en el ejército es motivo de orgullo.
La visión de un tico
Jesús sabe que en Costa Rica no existe cultura militar, pero lo ve de otra forma: “Tener amigos que no estuvieron en un ejército y fallecieron por otras circunstancias me enseñó que la vida es frágil. Estar en el ejército no significa muerte, la muerte está en cualquier tipo de oficio”.
Tiene un hijo en Costa Rica, y aunque quiere que crezca allá con él, le ha dicho que, si algún día quiere enlistarse en el ejército de Estados Unidos, él lo apoyará.
Más que un salario
El trabajo viene con beneficios importantes: seguro de salud, apoyo para saldar deudas, programas para compra de vivienda sin prima después de 90 días de servicio, e incluso asesoría para invertir y ahorrar.
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El salario base ronda los $2.000 (aproximadamente un millón de colones) mensuales para un soldado soltero que empieza, pero para casados incluye vivienda y aumenta con el rango.
“Estar el ejército de Estados Unidos es un orgullo. Los días están llenos de incertidumbre y mucho movimiento. Hoy estás aquí, mañana en cualquier parte del país o del mundo, es algo que cuesta un poco entender.
“Uno debe seguir órdenes absolutamente al pie de la letra y eso siempre me encantó. En Costa Rica intenté meterme a la Fuerza Pública y al OIJ. Por cuestiones de la vida terminé acá en Estados Unidos cumpliendo mi gran sueño.
“En este año en el ejército he aprendido demasiado. No siempre se hacen cosas peligrosas, se hacen gran cantidad de tareas y todas diferentes. Se vive una vida normal, nada más que se hacen labores militares. Yo lo amo”.
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La huella que deja
En sus palabras, lo que más valora no es el dinero, sino lo que el ejército le ha enseñado: disciplina, perseverancia y la certeza de que no hay imposibles.
“Es como cualquier sueño: algunos quieren ser doctores o pilotos, yo quería ser soldado del ejército de Estados Unidos”.
En un país que no tiene ejército desde hace más de siete décadas, Jesús es un recordatorio de que ser tico no significa renunciar a servir bajo otra bandera.
Significa, más bien, que el corazón costarricense sabe adaptarse, aprender y dar lo mejor de sí… incluso con un uniforme que no es el nuestro, pero con la misma pasión de siempre.