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Trabajador de cementerio aprendió a lidiar con la tristeza de las despedidas y hasta con lo sobrenatural

Álvaro Castillo labora desde hace 30 años de forma independiente dándoles mantenimiento a las tumbas del Cementerio General de San José

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Álvaro Castillo trabaja desde hace 30 años de forma independiente en el Cementerio General de San José. Llegó un día buscando cómo ganar platica para alimentar a su familia y empezó lavando bóvedas; ahora tiene contratos fijos de mantenimiento de 280 tumbas al mes.

El empuchando trabajador es vecino de barrio Cuba, vive a solo 400 metros del gran cementerio josefino y dice que está muy a gusto con su labor porque no tiene patrón y nadie lo molesta. Va a su ritmo.

“Antes yo era polaco, vendía colonias, tenis, ropa interior y todo eso a domicilio; mi esposa, Mirna Córdoba, me acompañaba a vender. Una vez, para un Día de la Madre, invertí como ¢200 mil comprando mercadería y la municipalidad de San José me la quitó toda, me quedé sin plata y sin productos, ahí fue cuando empecé a ir al cementerio a ver qué me ganaba”, recuerda.

“Al principio casi no conseguía nada, de vez en cuando me pedían que lavara tumbas, después me empezaron a pedir que las pintara, que mantuviera arregladitas las flores; luego que puliera el mármol de algunas. Poco a poco fui aprendiendo y a hacerme de mis herramientas y ahora hasta tengo bodega en el cementerio”, contó.

Gracias a este trabajito compró un terreno y construyó su casa; hoy, además de hacerles frente a los gastos del hogar, le ayuda a su hijo menor a pagar la carrera de Contabilidad en una universidad privada.

Hace recorridos

El josefino detalla que tanto tiempo en el camposanto le permite conocerlo de principio a fin y, por supuesto, sabe dónde están sepultados los personajes famosos que descansan en ese histórico lugar.

“Muchas veces han venido grupos de estudiantes universitarios, historiadores y personas que estudian fotografía, entre otras cosas. Los profesores se ponen a explicarles las historias de personas que están sepultadas ahí, yo siempre ponía atención y aprendí mucho, ahora hasta me buscan para que les haga yo los recorridos.

Álvaro explica que hay tumbas por las cuales los visitantes siempre preguntan, por ejemplo, la de la novia, que llama mucho la atención.

“Mucha gente tiene la idea de que ahí descansa el cuerpo de una mujer llamada Irene, que murió el día de su boda cuando el sacerdote le preguntó si aceptaba casarse con su novio, pero en realidad no es así, yo he hablado con una de las dueñas de la bóveda y ella cuenta que ahí descansan los restos de una señora que se llamó Luisa Otoya”, nos dice.

“Ya era una señora mayor y por ahí de 1856 se enfermó, pero no lograban diagnosticarla así que se la llevaron para Inglaterra y allá vieron que tenía una infección en los riñones. La operaron, pero falleció; sus familiares mandaron a hacer una estatua de ella para ponerla en la tumba y se ve como una muchacha joven vestida de novia, de ahí viene la confusión de la gente”, relató.

Otras tumbas muy buscadas son las de Juan Rafael Mora; Pacífica Fernández, José María Castro Madriz, Pancha Carrasco, Aquileo Echeverría, Yolanda Oreamuno y Carmen Lyra, entre otros personajes.

Se acostumbró a lo sobrenatural

Es muy sabido que en los cementerio a veces ocurren experiencias sobrenaturales y Álvaro dice que él ha experimentado varias, pero no siente miedo, ya está más que acostumbrado.

“Ese cementerio es tan grande que aunque hay guardas las 24 horas y trabajadores en el día, uno ni los ve porque cada quien anda en lo suyo. Me ha pasado que estoy trabajando en algún mantenimiento y siento alguna presencia extraña detrás mío y cuando me vuelvo a ver qué es, veo pasar una luz que se mueve muy rápido.

“Una vez estaba poniendo una placa en la capilla de los nichos de alquiler y me empezó a llegar un olor a candela encendida. Me extrañé mucho porque solo estaba yo y si alguien hubiera entrado yo lo hubiera visto, pero no había entrado nadie. Me dio mucha curiosidad y me puse a revisar y vi que en la tumba que estaba detrás de donde yo estaba había una candela recién encendida. Nunca me pude explicar quién la encendió”.

Otra experiencia que recuerda es que una vez, mientras hacía unos trabajos frente a la bóveda de la novia y tomó una foto para enviársela a la persona que le hizo el encargo todo parecía normal, no se percató de nada raro; pero luego, cuando vio con detenimiento la foto, notó que había como una columna de humo saliendo de la tumba de piedra.

Hay una aparición muy conocida por los trabajadores de ese cementerio y que se ve aproximadamente cada tres años, se trata de un niño que viste uniforme de escuela y se va caminando por las calles entre las tumbas.

“Siempre que lo he visto anda una camisa blanca, un pantalón corto azul y una especie de botines. Pasa caminando despacio hacia el fondo del cementerio y va con la mirada fija, nunca vuelve a ver a ningún lado. Después de llegar al fondo se devuelve y así como apareció de la nada vuelve a desaparecer”, contó Álvaro.

“Cuando uno muere no se lleva ni el traje caro que le ponen muchas veces ni los zapatos lujosos, todo se queda aquí”.

—  Álvaro Castillo, trabajador de cementerio

Momentos muy tristes

El trabajador cuenta que debido a su trabajo le ha tocado vivir momento muy tristes en el cementerio. La vida le ha enseñado ver con naturalidad los funerales de personas mayores, pero no logra acostumbrase a los de los niños.

“La verdad es muy duro ver a los papás cuando llegan a despedirse de un hijo pequeño, eso me afecta; ver un ataúd pequeño me da mucha tristeza, uno le pide a Dios que le dé mucha fuerza a la gente en esos casos.

“Otra de las situaciones que uno no entiende es cuando, por ejemplo, una familia llega a despedir a la mamá o el papá y los hijos empiezan a gritarse y a pelearse por la herencia sin siquiera haber enterrado al muertico. Son casos muy lamentables”.

Álvaro ha aprendido también que aunque haya muchas personas que se sienten superiores a otras por tener plata y una buena posición económica, al final todos los seres humanos tenemos el mismo fin.

“Me ha pasado que paso por donde está alguna persona visitando una tumba y me acerco a ofrecer mis servicios y ni siquiera me vuelven a ver, no contestan ni el saludo. Tiempo después llega un funeral y quizá no hay suficiente personal para meter el ataúd en la fosa, entonces voy a ayudar y me doy cuenta de que era alguna de las personas que me llegó a despreciar o a tratar mal y ahí es donde uno dice: ‘¿para qué tanto orgullo si todos vamos a tener el mismo final?’ Cuando uno muere no se lleva ni el traje caro que le ponen muchas veces, ni los zapatos lujosos, todo se queda aquí”.

Agradece su trabajo

Álvaro vive muy contento con la forma que tiene de ganarse la vida y ya hasta comparte el oficio con Joshua, su hijo mayor.

“Yo trabajo de lunes a sábado de ocho de la mañana a dos de la tarde y lo hago tranquilo, me siento bien con mi trabajito pero como en todo, hay gente que dice que qué trabajo más feo. Hace unos años un vecino llegó a buscarme porque se había quedado sin trabajo y necesitaba con urgencia ganarse algo para comprar comida para la familia, me preguntó si yo tenía trabajo para él y le dije que sí porque debía pintar unas estructuras y para hacer eso hay que lijarlas primero, sellar las grietas, reparar todo y ya luego pintar

“Él me dijo que sí le entraba a eso y cuando me preguntó dónde tenía que ir casi le da algo, me dijo que cómo se me ocurría que él iba ir a meterse al cementerio, que prefería morirse de hambre”, dijo.

Detallista

El josefino dice que siempre le pone bonito a su trabajo y se esmera en tener las tumbas a su cargo bien bonitas porque sabe la importancia que eso tiene para las familias de los difuntos; además, de eso depende la economía de su familia, así que le pone la mejor actitud a las labores.

Rocío Sandí

Rocío Sandí

Licenciada en Comunicación de Mercadeo de la Universidad Americana; Periodista de la Universidad Internacional de las Américas, con experiencia en Sucesos, Judiciales y Nacionales. Antes trabajó en La Nación y ADN Radio.

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