En medio de la pandemia, con el corazón hecho pedazos por un divorcio que no vio venir y viviendo de nuevo en la casa de su mamá, Omar Hernández Vargas, un alajuelense de 56 años, sintió lo que muchos callan: la depresión.
“Comía y todo me sabía a aserrín”, dice con una voz suave, pero firme, recordando esos días oscuros donde lo único que quería era desaparecer del mapa.
Hoy, años después, la historia cambió por completo. Omar se puso de pie y ahora va por el país regalando lo que para él es medicina pura: abrazos.
Sí, abrazos. Esos que muchos damos por sentado, que creemos que sobran, pero que, como bien descubrió este chofer de turismo, son cada vez más escasos.
El poder de un abrazo
El proyecto se llama “Abrazos Gratis Costa Rica”, y aunque lo impulsa él solo, tiene la fuerza de una causa enorme.
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Omar se planta con un rótulo en sitios turísticos, parques y centros de ciudades en donde pasa mucha gente, y lo único que ofrece es un abrazo, sin condición, sin prejuicio y con el alma abierta.
“Esto no es inventar el agua tibia”, asegura. “Es una necesidad humana básica. Esos segundos de humanidad son una descarga de energía que acaricia el alma”, explica.
Inspirado por un evento que vio en los años 80 en la plaza de la Cultura, donde un pastor cristiano y sicólogo llamado Kevin Zaborney (de hecho, por él es que cada 21 de enero se celebra el Día Mundial del Abrazo), demostró cómo este gesto podía calmar a jóvenes con problemas sociales.
Lo considera un proyecto de amor, que lo ha llevado ya al volcán Irazú, en Cartago; a Heredia, al parque central de Alajuela, y pronto lo llevará al Parque Nacional Manuel Antonio, el 24 de mayo, donde ya tiene autorización para seguir regalando cariño.
Lágrimas, sonrisas y descargas
Lo que ha vivido desde que empezó no cabe en palabras. “Una niña de 9 años me abrazó y me dijo: ‘Mi papá se fue de la casa y no me abraza, necesitaba un abrazo de mi papá’”, cuenta mientras se le quiebra la voz.
Otra vez, una muchacha lo abrazó tan fuerte que no pudo contener el llanto. Entre lágrimas, le confesó que en ese mismo parque había intentado quitarse la vida.
“Eso me marcó. La gente me agradece, me felicita, y me insiste en que ya no se abrazan como antes, que se están perdiendo los valores”, explica Omar, quien asegura que la tecnología nos conecta, pero también nos está desconectando.
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Un día, un señor de unos 40 años se le acercó con timidez, lo abrazó y luego le confesó: “Jamás me habían abrazado. Mi mamá nunca me enseñó a hacerlo. Me di cuenta de que lo que estoy haciendo es importante. La gente necesita sentirse abrazada, querida, tocada desde el alma”, dice muy seguro.
Abrazos de todos los colores
Aunque algunos piensan que esto de abrazar es solo para mujeres, él lo desmiente con una sonrisa: “Nada que ver. Me han abrazado desde niños hasta adultos mayores, hombres y mujeres por igual. En el parque de Alajuela, 14 estudiantes me rodearon y todos se lanzaron a abrazarme. ¡Fue hermoso!”.
Hay quienes lo abrazan con lágrimas, otros con gratitud, y que hasta se le han formado círculos donde los mismos grupos de personas empiezan a abrazarse entre ellos sin que nadie lo pidiera.
“Un señor me abrazó y me levantó del suelo del apretón que me dio”, cuenta entre risas. “Otros llegan con recelo, pero cuando entienden la idea, acceden y terminan más contentos que yo”.
Omar no tiene duda: un abrazo puede evitar hasta un suicidio. Por eso quiere llevar su mensaje a escuelas, colegios, ferias y donde sea que lo dejen.
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Y es que él lo vivió en carne propia. “Cuando alguien dice ‘tengo depresión’, a mí se me encienden las alarmas. Porque yo estuve ahí. Sé lo que es dormir todo el día, sentirse solo, invisible. Por eso me cuesta entender cómo hay gente que lo minimiza”, agrega.
Energía que va y vuelve
El proyecto no tiene fines de lucro. Omar lo hace por agradecimiento, por gratitud, por el deseo de retribuirle a la vida lo que aprendió. Dice que cada jornada de abrazos lo deja cargado de energía positiva, de ganas de seguir, de fe renovada en la humanidad.
“Yo le agradezco a Dios por lo que pasé, porque ahora soy feliz. Como dice una frase que me encanta: ‘No hay gente mala, hay gente infeliz’. Y muchas veces lo único que necesitan es un abrazo”, expresa.
Su compañero Gustavo Batista lo ayuda a coordinar futuras jornadas. Tienen en la mira visitar parques en Tibás, Coronado, y hasta le gustaría explorar espacios como ferias del agricultor.
En TikTok se encuentra como: abrazargratis01; en Facebook: “Abrazos Gratis Costa Rica” y en Instagram: “abrazar_gratis”.
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El sueño de Omar es simple, pero profundo: que este movimiento crezca, que las nuevas generaciones aprendan a abrazar, a demostrar afecto, a hablar de sus emociones sin miedo.
Y lanza una pregunta directa al corazón: ¿Usted cuándo fue la última vez que abrazó a alguien? Porque a veces, solo a veces, lo que alguien necesita para no rendirse… es un abrazo.