(Video) Reina de belleza: ‘Me arrancaba puños de pelo, me violaba’

Minerva Hernández también sobrevivió a un hombre quince años mayor cuando era menor de edad

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Minerva Hernández, de 32 años, fue víctima de violencia pero logró salir del fondo del abismo y hoy vive para contar su historia.

Se trata de una historia de terror al lado de un hombre que la hizo adicta a las drogas, la violaba, le pegaba palizas y la mantenía controlada.

Una de esas golpizas la mandó demacrada y con un brazo quebrado al hospital, donde las autoridades la ayudaron a denunciar.

Ella sufrió todo eso cuando era menor de edad y su novio tenía más de 30 años. La violencia ocurrió principalmente en Zarcero.

Minerva es hoy reina de belleza, una mujer segura, fuerte y está dispuesta a hablar para motivar a dejar las relaciones tóxicas a quienes les puedan estar viviendo.

–¿Cómo se da su caso?

Primero que todo quiero decir que se dio en un noviazgo. En ese tiempo yo no sabía que era violencia doméstica. Pero en noviazgos también se da, las muchachas deben saber eso. Yo tenía 16 o 17 años, él 31 o 32, un hombre jugado. Tenía antecedentes penales, consumía y vendía droga.

–¿Cómo se metió con un hombre así?

Tenía baja autoestima, no podía decir no. Los hombres así se aprovechan de las mujeres vulnerables y yo tenía problemas. Era la víctima y la pareja que él necesitaba.

–¿Cómo era esa relación?

Desde el principio fue tóxica. Empecé a consumir porque él me daba droga, me hice adicta a la marihuana, la cocaína y la piedra en unos dos o tres años. El consumo era diario.

–¿Era solo usted o había otra gente con él?

Igual hizo adictos a un montón de muchachos que lo seguían y que él utilizaba para la venta, todos éramos menores de edad.

–¿Por qué no salió de la situación?

Empezó a amenazar a la familia, algo muy similar a lo que cuenta el papá de Eva (muchacha asesinada el viernes anterior por su expareja). Yo vivía con una tía, no tenía figura paterna y él buscaba a mi mamá y le sacaba el puñal y acosaba a las dos (mamá y tía) para que no me aconsejaran de que lo dejara. Las asustaba.

–¿Ya entonces era violento?

Empezó a maltratarme verbalmente, con ofensas y a decir que yo le daba vuelta. Era una paranoia con todo el mundo. Yo no podía hablar con nadie, ni alzar la cabeza. Intenté dejarlo y era imposible, me ponía lazos negros colgando en la puerta, como dando a entender que me iba a matar, y por miedo y las drogas no podía salir. Era un círculo vicioso.

–¿Los maltratos solo fueron verbales?

Cuando accedía a estar sola con él era sumisa, me violaba. Uno cree que no, que lo está haciendo con el novio, uno no sabe que es violación. Yo era muy joven.

–¿Dónde hacía él esas cosas?

Alquilaba una casa en Zarcero. Yo iba porque si no era un problema y para consumir drogas, era adicta.

–¿Usted era la única novia o había más?

Era solo yo, que me diera cuenta. Empezó a pegarme, a violarme, en más de una ocasión casi me mata ahorcada, fue la forma en que yo pensé que me iba a matar. No podía luchar contra él, me agarraba del pelo, me arrancaba puños de pelo. Me encerraba en la casa de él, no me podía ir. Se drogaba o se emborrachaba y no me podía escapar.

Una vez traté de irme de la casa de él en la noche, salí corriendo a lo que me daba, pero venía detrás y me alcanzó. Me agarró del pelo contra una cortina de hierro de un negocio y me golpeaba la cabeza. Me arrancó pelo, siempre hacía eso, era lo primero que buscaba. Fue horrible porque fue en media calle.

Le puse varias veces medidas preventivas, pero me convencía de quitárselas. Si no, decía que iba a matar a mamá o a mi tía. Una vez asaltó a un señor y lo dejó sin dientes, entonces me dije: ‘si le hizo a él, es capaz de matarme’.

Cuando estaba en mi casa, estaba desde las siete de la mañana con binoculares, al frente, para ver qué estaba haciendo. Cuando se iba mi tía se metía por detrás para decirme que me tenía que ir con él.

–¿Por qué se iba con él?

Se ponía histérico. Me llamaba y no le contestaba, no eran celulares, era por teléfono fijo. Entonces, como no contestaba, esperaba a que se fuera mi tía y se metía por detrás, a tocarme las puertas, las ventanas, me daba miedo que rompiera algo. No podía dejarlo. No sabía como. Terminaba yéndome con él.

–¿La prostituyó?

- No. Era superceloso, histérico. No aguantaba que yo hablara con nadie, revisaba hasta la ropa interior, veía cosas que no eran. Estaba loco, ni podía hacer mandados, si hablaba con alguien decía que era una zorra; ni con la familia, ni con amigos podía hablar.

Cuando estaba con él en la casa tenía que estar callada y con la mirada para abajo, era un cero a la izquierda. Para ir al baño tenía que ir con él, si no era un problema. Y si él iba solo, cuando llegaba estaba bravo, diciendo que me había quedado hablando con algún amigo de él. Me aislé del todo el mundo.

–¿Las palizas se las daba delante de las demás personas?

- No. Eran palizas muy fuertes, escondidas y sin razón. Estaba hablando con uno y de repente se le metía el diablo y era a ahorcarme. Una vez dije ‘aquí muero’. No podía respirar, pero me soltó. Nunca entendí por qué lo hizo. Era como paranoia, se imaginaba cosas.

–¿Y cómo logra salir de ese infierno?

Cuando me dio una paliza fuera de un bar. Yo quería irme para la casa de madrugada, ya no quería estar con él, pero no me dejaba. De Naranjo a Esparza digamos que es un toque largo e hice a irme, entonces me pegó afuera del bar una paliza tan fuerte que me dejó magullada, me quebró una mano, me dejó moretes en la cara. El brazo estaba hinchado y morado. Esa vez se me puso atrás en la mañana, en el bus. La gente vio que me venía molestando. Yo iba llorando y él decía cosas.

–¿Qué pasó?

La misma gente que iba en el bus llamó a la policía y bajándome del bus estaba la policía. Me vieron, me ofrecieron ayuda. Dijeron que tenía que reportarlo y dije que sí. Fueron muy amables, me llevaron al hospital de San Ramón y los doctores me preguntaban quién me hizo eso. Yo no encontraba cómo culparlo, me daba miedo. Me dijeron que tenía el brazo quebrado, cuando me dijeron eso ya dije ‘no puedo más, me va a matar’. Así reaccioné.

Me enyesaron el brazo y los policías superamables me esperaron en la patrulla y me llevaron a poner la denuncia al juzgado de San Ramón.

–¿Contó todo al juez?

Todo. Al escuchar, a la jueza que me atendió casi le da un patatús porque yo era menor de edad. Le dije que me daba drogas, que me pegaba, que era víctima de abuso. Mi mamá y mis tías sabían que me trataba mal, pero cuando se destapó todo no tenían idea de la magnitud de violencia, no sabían que me violaba y se asustaron con lo de la mano quebrada.

–¿Sabe qué fue de él?

No. Parece que tiene varios hijos y varias mujeres. Estuvo en la cárcel. No quiero saber nada de él. De corazón le digo que lo perdoné, pero de eso a querer hablar con él, no.

Minerva ha recibido peticiones de ayuda de muchas mujeres que pasan situaciones similares y se han identificado con su historia. Ella dice que, un caso en específico la conmovió y está haciendo todo lo posible para ayudarla, incluso en lo económico.