Hace algunos años cuando se decía que alguien era como un cromo, se quería decir que era una persona con una cara muy bonita.
Y esa relación se daba porque los cromos, esas lindas figuritas de papel, se usaban mucho, ya fuera para jugar, coleccionar, o adornar los cuadernos de la escuela.
¿Pero qué se hicieron los cromos?, ¿desaparecieron como tantas otras tradiciones?. La respuesta es no, ya que aún viven y siguen tan bonitos como antes.
Doña María de Los Ángeles Céspedes guarda los suyos, de cuando era niña, en una cajita de metal como un tesoro, pero en diciembre pasado quedó como congelada al encontrar un lugar donde todavía los venden.
A sus 59 años, esta vecina de Guadalupe cuenta que en vez de dejar ir la afición por los cromos se ha encargado de retomarla y alimentarla porque así mantiene a sus nietas, Sofía y Brianna, alejadas del tele y de otros aparatos electrónicos.
“Por muchos años dejé de coleccionarlos porque me costaba conseguirlos. De niña jugaba con mis primas y con vecinas, luego le heredé esta afición a mi hija Maryberth y para mi sorpresa volví a verlos y ahora compro dos pliegos al mes porque estoy jugando con mis nietas”, añadió.
Los cromos nunca se han ido, solo salieron de la vista de la gente, pero de nuevo, poco a poco, muchos se han dado cuenta de lugares donde los venden y por eso les ha vuelto la fiebre.
“Las clientas lloran cuando los ven”
Hace ocho meses, Marta González vio en los cromos una oportunidad de seguir pulseándola en su negocio, el bazar Don Quequito, porque la estaba viendo fea a raíz del traslado de paradas de buses en Guadalupe centro, donde tiene el local.
"Fueron dos meses terribles. Cerca de donde estamos, varios negocios cerraron porque las ventas bajaron mucho. Empecé a buscar un producto que me ayudara y supe que los cromos me ayudarían a salir adelante.
“Por dicha una muchacha me los trae desde Inglaterra y cuando comencé a venderlos me emocioné mucho porque me recordó los momentos más bonitos de mi infancia”, dijo Marta.
Al día vende más de 10 láminas, a ¢500 cada una, y gracias a las publicaciones que ha hecho en Facebook le ha vendido incluso a clientas de Heredia, de Orotina y dos personas le han pedido para enviarlos a París y a Canadá.
“Los cromos pequeños son los más buscados. A los clientes les gustan de ángeles, flores, los enanos y las muñecas. Las personas al verlos sienten nostalgia porque se les vienen a la mente su niñez y hay clientas que han llorado porque se acuerdan de sus mamás o de sus abuelitas".
Es natural que eso ocurra.
"Quienes compran nos dicen que se los llevan para jugar con sus familiares, otros los aprovechan para adornar las portadas de los cuadernos ahora que empezaron las clases y otras para hacer más grande su colección”, explicó Marta.
Ella, lógicamente, tiene su propia caja con cromos en la que conserva unas 2.000 figuritas.
“Cuando veo mi caja no puedo dejar de pensar en mis papás y en lo lindo que la pasaba cuando era niña y cada vez que vendo una lámina se me vienen a la mente infinidad de recuerdos”, afirmó.
María Teresa Solano llegó con su hija Marianela al bazar Don Quequito en cuanto vio en la vitrina algunos cromos de muestra.
“Se me vino a la mente la niñez y de una vez pedí que me dijeran el precio de la lámina. Creo que sería bueno enseñarle a mi nieta de ocho años a jugar con cromos y otros juguetes de la época, porque la tecnología es buena, pero no se puede abusar de ella”, comentó.
Venden cientos de láminas al mes
María Elena Blanco tiene muchos años de vivir en Chachagua, San Ramón, y quiso darse una vuelta por el centro de San José sin imaginar que encontraría en una ventana decenas de cromos a la venta.
La sorpresa fue enorme.
María Elena no se aguantó las ganas y le pidió a su esposo Miguel que entraran a la libreria Lehmann para ver cuáles figuras vendían y se emocionó un montón al ver los estantes llenos.
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“Me llenó de nostalgia ver el estante con cromos, me acordé cuando jugaba con mis amigas. A veces hacía trampa, me llenaba la palma de la mano con saliva para poder tener el cromo que quería”, dijo entre risas al recordar cómo se jugaba con los cromos para tratar de ganarlos.
Así hacían muchos chiquillos cuando veían alguno que les encantaba. ¡Eran otros tiempos!
Así como esta señora, otra decena de clientes no se resiste a la idea de comprar cromos para compartir en familia o para coleccionarlos.
María José Ramírez, vocera de la librería Lehmann nos contó que por mes ellos venden entre 800 y 1.000 láminas y el número aumenta en temporada alta.
“Cada lámina cuesta ¢700 y cada quince días hacemos pedido de productos porque afortunadamente se venden bastante bien. Detrás de cada compra hay una historia y los clientess siempre se llevan más de una lámina. Nosotros tratamos de mantener la venta de este producto con el paso de los años y la verdad es que nos va muy bien”, comentó.
Floribeth Calderón, una de las administradoras de la histórica librería josefina, destacó que los cromos más buscados son los de ángeles, caballos, novias, mariposas y los que tienen escarcha son aún más comprados.
"Este es un producto para un público generacional. Son aquellas señoras que en cuanto se dan cuenta de que vendemos cromos se los quieren llevar para jugar con sus hijas y nietos; otras es para seguir coleccionando y también nos hacen pedidos para hogares de ancianos.