Sucesos

Truenos reviven tragedia provocada por erupción del volcán Arenal hace 50 años

Doña Teresa sobrevivió a la furia del coloso, pero perdió a su papá, su madrastra y uno de sus hermanos.

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Para doña Teresa Soto Hidalgo no existe nada peor que el estruendo de un trueno.

Ese fuerte sonido la hace recordar la terrible erupción del volcán Arenal que acabó con la vida de su papá, su madrastra embarazada y uno de sus hermanos hace exactamente 50 años.

Doña Teresa, de 66 años, logró sobrevivir a esa tragedia que cobró la vida de 89 personas en Tabacón y Pueblo Nuevo y las heridas emocionales siguen abiertas.

“Cuando empieza a retumbar (por los truenos) las manos me sudan y en mi casa todo se paraliza, yo nada más busco el pasillo y ahí me quedó hasta que la rayería empiece a bajar”, dijo.

Soto, quien actualmente vive en el centro de Guápiles, recuerda ese lejano lunes 29 de julio de 1968 como si hubiera sido ayer. En ese momento tenía apenas 16 años y vivía en Pueblo Nuevo, comunidad que fue borrada del mapa por la furia del volcán que en esos tiempos era conocido como Cerro Arenal.

Para entonces, Teresa vivía con su papá, Heriberto Soto Solano; sus cuatro hermanos: Carlos, de 20 años; Agustín, de 18; Miguel Ángel, de 17 y Juan Rafael de tan solo 8 años; su madrastra de nombre Cecilia y la esposa de Miguel, llamada Claudia Ramírez. Su mamá, Rafaela Hidalgo, había fallecido un año antes.

Radionovela la retrasó

Doña Teresa recuerda que ese lunes se levantó bien temprano, pues tenía que llevarle el almuerzo a su papá y a su hermano Agustín, quienes salieron a regar herbicida en la finca; sin embargo, no salió de la casa a la hora que lo tenía planeado.

“Yo escuchaba una novela por radio y estaba tan buena que no me la quería perder, entonces, estaba esperando que terminara porque yo tenía los almuerzos listos, hay gente que me dice que eso me salvó, pero yo no creo, yo creo que esa era la voluntad de Dios, que yo todavía no me tenía que ir”, contó.

Cuando la novela estaba en lo más y mejor a las 7:30 de la mañana, un espantoso estruendo hizo que Teresita pegara un brinco del susto, ella jamás había escuchado un ruido así y en su inocencia lo único que pudo pensar es que dos aviones habían chocado cerca de su casa, por su mente nunca pasó la idea de que el cerro había explotado.

“En el momento que yo escuché esa explosión tan grande apagué el radio y me fui al patio a ver para arriba porque me imaginaba el choque de los aviones, en ese momento mi cuñada (Claudia), quien estaba recién casada y vivía con nosotros, también salió por la otra puerta de la cocina de ella, nos encontramos en el patio, nos abrazamos y ninguna de las dos entendíamos que estaba pasando”, añadió.

Nada que hacer

Luego del aterrador rugido del volcán pasaron pocos minutos para que cielo se oscureciera por completo, doña Teresa dijo también estaba lloviendo y que el viento empezó a agarrar de un lado para otro como si estuviera loco.

Angustiadas por no entender que sucedía, ambas mujeres decidieron salir corriendo para buscar a Carlos y a Miguel Ángel, quienes estaban trabajando en otra parte de la finca. Teresita se llevó a su hermanito Juan Rafael, quien ese día estaba con ellas porque tenía que ir a la escuela hasta la tarde.

Soto dijo que a medio camino se toparon con sus otros dos hermanos, quienes tampoco sabían que estaba pasando, solo recuerda que Carlos, quien era el mayor de todos, les dijo que se quedaran ahí porque él iba a ir a buscar a su papá y Agustín.

Pocos minutos después Carlos volvió con grupo, su cara de tristeza lo decía todo, pero él tenía la obligación de decirles a todos que ya no había nada que hacer por sus seres queridos, quienes murieron de forma instantánea.

“La esposa de mi papá estaba embarazada tenía como nueve meses, de hecho esa misma semana ella se iba para donde mi tía en Naranjo de Alajuela para mejorarse, pero ahí murió ella y el bebé, dicen que ella dio a luz ahí mismo por el susto”, recordó doña Teresa.

Entre los muertos

Soto dijo que en ese momento no tuvieron ni tiempo de asimilar la muerte de sus seres queridos porque Carlos les dijo que tenían que salir huyendo de ahí antes de que fuera demasiado tarde, por eso es que huyeron por la montaña.

Cuenta doña Teresa que se dirigieron hacia La Fortuna, el camino fue muy rudo, ya que además de caminar por casi tres horas también tuvieron que atravesar un río que estaba hirviendo por la erupción del coloso, por lo que se la jugaron brincando de piedra en piedra.

Cuando llegaron a La Fortuna Carlos tomó la decisión de que se fueran para Naranjo, donde vivía el hermano mayor de todos, Víctor Julio, por lo que con lo poco que tenían compraron los tiquetes para el bus.

Mientras contaba lo sucedido, doña Teresa no pudo evitar que varias lágrimas se le escaparan, explicó que esto se debía a que dentro de ese bus vivió uno de los momentos más difíciles.

“Recuerdo que cuando nosotros veníamos el chofer traía el radio puesto y venían dando las noticias, decían los nombres de las personas que ya habían encontrado y entre los muertos dijeron los nombres de nosotros, de toda la familia Soto Hidalgo, porque se suponía que nosotros habíamos muerto y no nos habían encontrado. Fue tan duro escuchar nuestros nombres entre los muertos, solo nos volvimos a ver unos a otros, nunca dijimos quienes eramos, tal vez pensamos que no nos iban a creer”, recordó.

A las 9 de la noche de ese lunes finalmente llegaron a la casa de Víctor Julio, este los recibió para que se quedaran ahí con él todo el tiempo que fuera necesario. En otras ocasiones ellos ya habían estado ahí, pues viajaban para ganarse algo de platita recolectando café en Naranjo.

Al día siguiente Carlos y Miguel Ángel regresaron a su pueblo a ver que había quedado, ahí se encontraron con que la Cruz Roja ya había llegado y estaba sacando los cuerpos de los fallecidos, entre ellos él de su papá, a quien luego pudieron darle santa sepultura.

“Ellos (hermanos) dicen que cuando llegaron ya la Cruz Roja había entrado y había sacado los cuerpos, nos cuentan que mi papá, mi hermano, mi madrastra y el bebé los sacaron todos quemados y que los cuerpos estaban pequeños, encogidos”, dijo Teresa.

Empezar de nuevo

Luego de llorar la pérdida de sus seres queridos, Teresa y sus hermanos se dieron cuenta de que no se podían echar a morir, por lo que decidieron volver una vez más a San Carlos y empezar a luchar por una nueva vida.

“Nosotros no éramos una familia estudiada, ahí no había colegio, nos quedaba muy largo la escuela, entonces, ¿qué íbamos a hacer nosotros en la capital? Por eso nos fuimos a vivir a Arenal, mis hermanos alquilaron una casa ahí en el centro y empezaron a trabajar en fincas jornaleando y yo empecé a trabajar donde una familia, yo no tenía la menor idea de lo que era ir a pedir trabajo, no sabía que las mujeres podíamos trabajar fuera de nuestro hogar”, confesó.

Las vueltas del destino llevaron a Teresita hasta Tilarán de Guanacaste, donde empezó a trabajar en un restaurante como salonera y aunque el inicio fue muy difícil aseguró que este trabajito fue el que le dio fuerzas para seguir luego de la tragedia de su familia.

“Fue algo tan maravilloso, le cogí el rol al restaurante y el dueño se venía para Grecia y me decía ‘Teresita usted abre mientras yo no esté y se va a hacer cargo del negocio’, yo a pesar de mi poco estudio me aprendí todo, manejaba el restaurante, para mí eso fue lo que me dio fuerza para levantarme”, narró.

Aunque era casi como la dueña del local, al poco tiempo Teresita dejó de trabajar ahí, pues sus hermanos le pidieron que volviera a Arenal y en ese momento ella sintió que debían permanecer más unidos que nunca.

De regreso en San Carlos, encontró un nuevo trabajo, esta vez en una pulpería de un señor de apellido Valenciano, quien le agarró tanto aprecio que cuando se llevó el negocio para Guápiles le suplicó a Soto que se fuera con él y su familia, así fue como ella llegó a esta zona, que se convirtió en su nuevo hogar.

“Ahí me fui quedando con las personas que me vine para acá, aquí conocí a mi esposo, José Luis Cordero, me casé con él a los 19 y aquí vivo desde hace aproximadamente más de 40 años. Tengo dos hijos maravillosos, una pareja me dio Dios, cinco nietos y aquí estamos”, añadió.

Tierras perdidas

Doña Teresa dijo que la mayoría de sus hermanos se fueron a vivir a Guatuso de Alajuela, ahí se hicieron de familia; sin embargo, siempre sacan tiempo para reunirse en Semana Santa y viajar hasta el lugar donde estaba Pueblo Nuevo, donde pasaron gran parte de su infancia y juventud.

“Con el tiempo a uno le da nostalgia saber que uno ahí creció, que uno creyó que iba a hacer su vida y quedarse ahí, pero que no fue así. Uno también se pone a pensar que eso pudo haber pasado para bien de nosotros. El sentimiento que uno tiene es el de saber que ahí hay parte que nos pertenece, un pedacito de lo que fue la vida de uno y que no se puede hacer nada para recuperarlo”, explicó.

Además de la muerte de sus seres queridos, otra de las cosas que lamenta doña Teresa es que el gobierno nunca los buscó para ayudarles, simplemente les dijeron que no podían regresar a las tierras que siempre les pertenecieron.

“Cuando quisimos recuperar lo que había quedado el gobierno no nos dio opción de hacerlo. Mis hermanos pusieron abogado gastando lo poquito que nos quedaba, pero nos dijeron que no se podía hacer nada, que el gobierno no podía pagar nada, pero la sorpresa más grande nos la llevamos cuando nos dimos cuenta que personas de otros países se adueñaron de lo que era de mis hermanos y mío, ahora cobran en dólares para entrar ahí”, añadió.

Pese a esta situación doña Teresa esta agradecida con Dios y la vida, pues logró sobrevivir a una tragedia como esta y en el fondo ella y sus hermanos saben que esas tierras siempre serán su hogar.

La última vez que Soto recordó la erupción del coloso del Arenal fue el pasado domingo 3 de junio, con la erupción del volcán de Fuego en Guatemala, cuando vio esas imágenes en televisión solo volteó a ver su esposo y le dijo “yo ya pase por donde asustan”.

Adrián Galeano Calvo

Adrián Galeano Calvo

Periodista de Sucesos y Judiciales en el periódico La Teja desde 2017. Cuenta con un bachillerato en Relaciones Públicas de la Universidad Latina y una licenciatura en Comunicación de Mercadeo de la UAM. En el 2022 recibió el premio a periodista del año del periódico La Teja.

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