Recientemente una “polémica” de hace 6 años se reactivó, no por mi causa, sino por la mención que un medio de comunicación radial y un futbolista hicieron al respecto. El medio de comunicación le dio micrófono al jugador para que contara únicamente su versión, sin buscar el otro lado de la versión.
En esa entrevista con un tono despectivo en mi contra, dijo lo siguiente: “… espero que sus palabras se las (pausa) bien profundo y que después ella misma haya hecho una reflexión en base a lo que publicó”. (lo correcto es con base en…). Pero bueno, esto no es una clase de español, sino un artículo de opinión.
Decidí buscar en donde me había metido las palabras de ese entonces, y fui capaz de encontrarlas en ese lugar profundo, protegido, donde guardamos los imperativos éticos y las certezas que nos hacen humanos y me hizo reflexionar.
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La actitud del jugador y de los periodistas no es un simple exabrupto: refleja cómo hemos permitido que la violencia verbal encuentre eco y validación en espacios que deberían estar guiados por la ética y el respeto.
Costa Rica ha avanzado en la protección de la niñez y la adolescencia. La Ley 9406 de Relaciones Impropias, aprobada en 2017, vino a cerrar un vacío legal que por décadas permitió justificar como “consentidas” relaciones que nunca lo fueron.
La ley no es retroactiva, por ende su aplicación judicial es efectiva a partir del momento que entre en vigencia. Pero la ética y el deber de cuidado de un adulto hacia una persona menor de edad son atemporales. El deber de proteger a la niñez y a la adolescencia siempre existió, más allá de lo que diga la ley escrita.
Las cifras deberían estremecernos: en el mundo, más del 60 % de los embarazos en adolescentes son producto de hombres adultos. En Costa Rica, apenas un 15% de esos embarazos tienen como padre a otro adolescente. Es decir, la gran mayoría son adultos que se relacionaron con las menores.
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Estos no son romances: son vínculos profundamente desiguales que dejan cicatrices emocionales, psicológicas y físicas para toda la vida.
En la adolescencia se carece de plena capacidad para tomar decisiones en igualdad de condiciones frente a un adulto.
La ciencia lo confirma: su cerebro aún se encuentra en desarrollo, especialmente en lo que respecta al juicio crítico, la planificación y la valoración de riesgos. Por eso, aunque alguien pretenda llamarlo “consentido”, ese consentimiento nunca puede considerarse libre. Precisamente por eso las leyes existen: para equilibrar la balanza y proteger a quienes todavía no tienen todas las herramientas para protegerse por sí mismos.
El periodismo deportivo no puede reducirse a narrar goles o fichajes. Sus espacios influyen en la opinión pública, forman criterios y, en muchos casos, marcan referentes para la juventud. Por eso, el rigor, la verificación y el respeto no son lujos: son deberes.
Un periodista no es un espectador pasivo, es un mediador. Su tarea es garantizar que la conversación pública se sostenga en hechos. Lo que está en juego no son nombres propios ni polémicas efímeras. Lo que está en juego es el país que decimos ser. Si permitimos que el deporte y los medios se conviertan en cajas de resonancia de la desinformación, estaremos cediendo terreno en los valores que más nos enorgullecen: la democracia, la educación y la protección de la niñez.
Las palabras fueron estas: “El juicio contra don XX aún no se lleva a cabo, ojalá se realice pronto y limpie su nombre, pero hasta que eso no ocurra la contratación de él en un equipo como XX, que tiene tradición de valores, enfocado en la familia y en el fútbol femenino, no se vería bien, porque se le acusa de algo terriblemente serio, como el tema de (presunto) abuso a una menor.”
Las encontré, las reflexioné y las volvería a emitir en situaciones similares, soy mujer, soy pediatra, fui ministra de salud, pero sobre todo soy una persona que sigue creyendo que la protección de los niños, niñas y adolescentes es un deber de todos los adultos.
El verdadero marcador de Costa Rica no se mide en goles ni en trofeos. Se mide en nuestra capacidad de proteger a niñas, niños y adolescentes, y en cómo defendemos la dignidad del debate público. Ese es el partido que no debemos perder.