La reciente entrada en vigor de la ley que veta el acceso a las redes sociales para los menores de 16 años en Australia ha marcado un hito histórico en la regulación de internet.
La medida, que se hizo efectiva a partir de la medianoche del miércoles, ha encendido una discusión que atraviesa continentes, culturas y generaciones.
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Mientras los legisladores australianos buscan proteger a la juventud de los riesgos digitales, las voces de los propios afectados —los adolescentes— y sus padres alrededor del mundo ofrecen un panorama complejo sobre la efectividad, la necesidad y las consecuencias emocionales de esta prohibición.
El debate no es solo legislativo, sino profundamente social.
Desde las calles de Ciudad de México hasta los parques de Berlín, pasando por los paseos marítimos de Bombay, la restricción australiana se observa como un experimento global que podría redefinir la crianza en la era digital.
La premisa es clara: salvaguardar la salud mental de los menores, pero la ejecución plantea dudas sobre la libertad individual y las capacidades técnicas para burlar los cercos digitales.
Seguridad versus dependencia en América Latina
En América Latina, la discusión adquiere matices vinculados a la seguridad física y la dependencia emocional.
En la capital mexicana, la noticia resuena con fuerza. Para muchos jóvenes, el teléfono no es solo un entretenimiento, sino una extensión de su vida social.
Aranza Gómez, una niña de 11 años, ilustra la profunda conexión emocional que existe con estos dispositivos. Al ser consultada, confesó que la ausencia de estas plataformas le generaría un vacío difícil de llenar: “Sin él, honestamente, estaría triste. Realmente no sabría qué hacer”.
Sin embargo, la perspectiva cambia al subir el rango de edad y analizar el contexto de inseguridad regional.
Santiago Ramírez Rojas, de 16 años, ofrece una visión más pragmática desde la colonia Tabacalera. Aunque defiende el valor de las plataformas digitales como herramientas vitales para la libre expresión, reconoce que el terreno virtual es fértil para delitos graves.
El joven advierte que “muchos secuestros empiezan en línea”, subrayando que los usuarios de menor edad, específicamente entre los 10 y 12 años, son “mucho más vulnerables” a caer en trampas de depredadores.
El desafío de la imagen y la “desintoxicación” en Europa
En el continente europeo, el foco de la discusión se desplaza hacia la autoimagen y la presión estética.
En Berlín, Alemania, la medida australiana es vista por algunos adolescentes como una intervención necesaria contra los estándares inalcanzables.
Luna Drewes, de 13 años, considera que la restricción tiene puntos positivos, argumentando que las redes sociales suelen distorsionar la realidad al proyectar “una imagen de cómo deberían ser las personas, por ejemplo que las chicas deben ser delgadas”.
No obstante, la radicalidad de la ley genera escepticismo. Enno Caro Brandes, de 15 años, calificó la prohibición como “un poco extrema”, aunque admitió que podría ser el empujón necesario para que su generación logre “desintoxicarse de verdad”.
Esta dualidad refleja el conflicto interno de muchos jóvenes que, aun conscientes del daño que pueden sufrir en línea, se sienten incapaces de desconectarse por voluntad propia.
La brecha técnica y la realidad en Asia y Medio Oriente
Uno de los puntos más débiles de la legislación, según los propios nativos digitales, es la barrera tecnológica.
En Doha, la incredulidad sobre la aplicación efectiva de la norma es palpable.
Youssef Walid, de 16 años, expuso la fragilidad de los controles parentales y gubernamentales frente a una juventud experta en tecnología.
“Se puede usar un VPN. Se puede eludir fácilmente y crear nuevas cuentas”, explicó, sugiriendo que la prohibición en Australia podría convertirse en un juego del gato y el ratón.
Firdha Razak, de la misma edad, fue más tajante al calificar la medida como “realmente estúpido”, señalando la impotencia de los menores frente a las decisiones gubernamentales.
Por otro lado, en Bombay, India, se defiende el potencial económico de las plataformas.
Pratigya Jena, estudiante de 19 años, aboga por un enfoque matizado, rechazando las soluciones absolutistas.
“Solo deberían prohibirse parcialmente, porque nada es completamente blanco o negro”, opinó, destacando que la Generación Z utiliza estos espacios para emprender y crear valor, no solo para el ocio, aunque admite los riesgos del contenido inapropiado.
El epicentro del cambio: voces desde Australia y África
En el territorio donde la ley ya es una realidad, las familias australianas viven el cambio con expectativas encontradas.
Layton Lewis, un adolescente de 15 años de Sídney, se muestra escéptico sobre la capacidad del gobierno para entender la dinámica digital y duda que la norma tenga un impacto real. Sin embargo, su madre, Emily Lewis, representa la esperanza de muchos padres que anhelan un retorno a la convivencia tradicional. Ella confía en que esto fomente “relaciones mejores y más auténticas”, donde las amistades se forjen en el mundo real y no a través de interacciones ilusorias en pantalla.
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Finalmente, desde Lagos, Nigeria, se plantea la realidad educativa.
Hannah Okinedo apoya la medida ante la imposibilidad de los padres de vigilar a sus hijos las 24 horas. Su hija Mitchelle, aunque comprende que “los alumnos se distraen mucho”, sentencia una verdad generacional difícil de revertir: “hemos nacido con esto”.



