Internacionales

La isla de Pascua aprendió una gran lección de la pandemia

Después de 28 meses cerrada a las turistas abrió de nuevo, pero sus habitantes esperan no repetir errores del pasado

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Después de vivir durante años en medio de grupos y grupos de turistas a pesar de las advertencias de prudencia de sus ancestros, la chilena isla de Pascua se volvió más amigable con el ambiente durante los más de dos años de aislamiento por la pandemia de covid-19 y hoy quiere conservar ese aprendizaje.

“Llegó el momento que habían predicho los viejos”, dice Julio Hotus, miembro del Consejo de Ancianos de isla de Pascua, un territorio chileno ubicado en el Pacífico, a 3.700 kilómetros del continente.

Según Hotus, los ancestros les habían advertido: “mantengan la independencia alimentaria, porque en algún momento pueden quedar aislados, pero las últimas generaciones desoyeron ese consejo”.

Antes del coronavirus, en dos vuelos por día, llegaban cada año casi 160.000 turistas, “una avalancha”, según el anciano Julio. Pero en marzo de 2020 las autoridades locales cerraron completamente la isla, de casi 8.000 habitantes.

El jueves 4 de agosto, después de 28 meses de aislamiento, aterrizó por primera vez un avión con turistas, en medio de la emoción de los habitantes de la isla, que añoraban volver a ver caras nuevas después de tanto tiempo.

La apertura, sin embargo, será poco a poco. En un principio serán sólo dos vuelos por semana y la frecuencia irá aumentando con el tiempo. Por ahora, con ese flujo de llegadas, los grandes hoteles han preferido seguir cerrados.

Volver a sembrar

La artesana rapanuí Olga Ickapakarati dejó de vender sus moáis tallados en piedra a los turistas y, sin ingresos económicos, recurrió a la agricultura y a la pesca para subsistir, como hacían sus ancestros.

“Quedamos todos sin nada, quedamos en el viento, quedamos sin ni uno, pero empezamos a plantar”, relata Olga

Los moáis son unas gigantes esculturas de piedra con forma humana. Hay más de 900 en esta isla de apenas 24 kilómetros de largo y 12 de ancho.

Estas estatuas en toba --un tipo de roca volcánica-- talladas por los antiguos polinesios rapanuí, pueden alcanzar 20 metros de altura y 80 toneladas de peso.

Se desconoce cómo fueron movidas desde las canteras hasta los distintos centros ceremoniales donde descansan.

Sin la clientela de turistas, Olga estableció dos huertas en el patio de su casa (que es de madera y techo de zinc), acogiéndose a un programa del municipio local que ante el cierre de la isla --que se abastecía casi por completo del continente-- entregó semillas a la población para que pudieran subsistir.

Olga plantó espinaca, culantro, acelga, apio, albahaca, piña, orégano y tomate. Lo que no consumía se lo entregó a otras familias, quienes a su vez, compartieron su cosecha con otros, conformándose una gran red de ayuda.

“Todos los isleños son así, tienen buen corazón. Si yo veo que tengo harto (mucho) de eso (vegetales) voy a regalar a otra familia”, agrega esta ‘Nua’ o abuela en la lengua rapanuí, quien vive con sus hijos y nietos.

“Vamos a seguir con el turismo, pero espero que la pandemia haya sido una lección que podamos aplicar hacia el futuro”, dice por su parte Julio Hotus.

Con más cuidado

La pandemia llevó también a los isleños a meditar sobre la necesidad de cuidar los recursos naturales afectados por el cambio climático, como el agua y la energía, y también sus emblemáticos moáis.

Ahora velarán más por los recursos naturales y darán prioridad de trabajo a los habitantes de la isla, explicó el alcalde de Isla de Pascua, Pedro Edmunds Paoa.

“El turista, a partir de hoy, pasa a ser un amigo del lugar, cuando antes era un extraño visitándonos”, agrega.

Hay temores sobre el futuro de los moáis, ya afectados por las fuertes lluvias, los potentes vientos y la furia del oleaje del mar que golpea a las estatuas y sus bases.

“El problema de los moáis es que son muy frágiles (…) Debemos dejar de lado la visión turística y paisajista y tomar muchas de esas piezas y resguardarlas, cuidarlas con cúpulas de vidrios porque tienen un valor incalculable”, sostiene Hotus.

Para Vairoa Ika, directora de Medio Ambiente del municipio, “el cambio climático, con estos eventos extremos, ponen en riesgo nuestro patrimonio arqueológico”.

“La piedra se va degradando, por lo que los parques tomarán sus medidas”, explica sobre estas gigantescas estatuas que representan a sus antepasados rapanuí.

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