En diciembre de 1992, una estudiante de Derecho de 21 años salió a celebrar el fin de año con tres amigos en Santo André, São Paulo. En el bar pidió un cóctel de vodka con agua de coco, sin imaginar que el trago estaba adulterado con metanol, un químico altamente tóxico que terminó dejándola sin visión.
Los síntomas comenzaron horas después con vómitos, debilidad y visión borrosa. El lunes siguiente fue internada de emergencia y recibió hemodiálisis y etanol intravenoso como antídoto. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: la joven perdió la vista de forma irreversible.
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El diagnóstico tardío y sin protocolos
En aquel tiempo no existían protocolos claros para detectar casos de metanol. Mientras sus amigos no presentaron complicaciones, ella resultó gravemente afectada porque su hígado metabolizó más cantidad de la sustancia.
Los médicos advirtieron a su familia que no volvería a ver, hablar ni caminar. Pese a ese pronóstico, con fisioterapia y logopedia recuperó movilidad y un pequeño porcentaje de visión periférica en el ojo izquierdo.
La fuerza de su madre y la resiliencia
La estudiante decidió no abandonar sus estudios. Con el apoyo de sus profesores y compañeros, que le grababan las clases y leían los textos, logró terminar la carrera. Años más tarde trabajó en el departamento de asistencia legal y se especializó en el Tribunal de Menores y adopciones.
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Asegura que la fe y la fortaleza de su madre fueron claves en su recuperación. “Ella siempre fue una guerrera y me inspiró a seguir adelante”, declaró en entrevistas recientes.
Una tragedia que sigue vigente
Más de 30 años después, el caso mantiene vigencia debido a las intoxicaciones actuales por alcohol adulterado con metanol en Brasil y otros países. Los expertos en salud alertan que esta sustancia puede provocar ceguera, daños renales e incluso la muerte.
El bar donde ocurrió la intoxicación sigue abierto, aunque los responsables fueron procesados en su momento por comprar alcohol ilegal.
*Nota realizada con ayuda de IA