En una hogar de Patalillo de Coronado, dos gatos se han robado el corazón de toda una familia. Son Tati y Otto, los peluditos que llegaron para llenar el hogar de amor, travesuras y compañía.
Su mamá humana, Yesiney Espinoza Larrea, de 30 años, asegura que estos gatitos cambiaron su vida y la de su hijo Khaleb, de 7 años.
“Yo siempre había tenido perritos, pero nunca un gato. Cuando falleció Argus, mi golden retriever, sentí que debía darle un giro al cariño y probar cómo era tener un gatico”, cuenta con una sonrisa.
Fue así como su camino se cruzó con el de Tati, una hermosa gata negra de raza persa cruzada, que estaba en Alajuela bajo el cuidado de una rescatista. “Buscaba una panterita negra y la encontré, pero ya tenía unos cinco meses. Nadie quería adoptarla por eso, pero yo sí la quise”, recuerda.
Tati, muy independiente
Desde que llegó, Tati mostró su carácter. Era arisca, se escondía detrás de la refrigeradora y huía cuando alguien intentaba cargarla. “Le di tiempo. Los gatos no se fuerzan, se dejan ser. Ella fue marcando su espacio y se fue adaptando a su ritmo”, dice Yesiney.
Aunque es de pocos cariños, Tati ha demostrado que ama a su familia a su manera. “Con mi hijo siempre fue muy dulce. Él tenía año y medio cuando llegó Tati, y ella lo protegía. Es una gatica que busca amor cuando quiere, no cuando uno quiere”, explica entre risas.
Con el tiempo, la gata se volvió parte del paisaje del hogar: siempre atenta, observadora, tranquila. “Ella es mi panterita negra, mi reina de la casa”, dice con ternura.
Otto, el bebé de la casa
Un año y medio después llegó Otto, un gato himalaya de variedad punto rojo, de colores blanco y naranjita. “Lo traje de tres meses para que le hiciera compañía a Tati, pero la primera semana fue terrible. Ella se puso furiosa, le tiraba duro, lo enfrentaba, como diciendo ‘esta casa es mía’”, recuerda la mamá humana.
La adaptación duró como tres semanas. Al principio, Otto era flaquito y tímido, pero muy cariñoso. “Poco a poco, Tati lo aceptó. Ahora se adoran. Juegan, se lamen, y si uno no los ve juntos, seguro están durmiendo pegaditos”.
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Otto es todo lo opuesto a Tati: amoroso, sociable, amiguero. “Él es como un peluche. Lo puede agarrar cualquiera y se deja. Le encanta andar encima de uno, llorar si no le hacen caso y dormir en la cama. Es un amor”, cuenta.
Su nombre lo eligieron por su significado: Otto simboliza abundancia y prosperidad, y Yesiney asegura que desde que llegó, la casa está llena de alegría.
El amor también se cuida
Ambos gatos comen comida especial sin sal, por recomendación del veterinario. Tati padece de un problema urinario común en las razas persas, por lo que necesita alimento que le evite la formación de piedras.
“A veces le cuesta orinar, entonces los dos comen ese alimento, por prevención. También les cocinamos pollito sin sal”, aclara.
Cuidarlos se ha vuelto parte de la rutina y del amor diario. “No son como mis hijos, son mis hijos también. Tati es más independiente, pero Otto es un bebé. Si no ve a nadie de la casa, llora. Siempre quiere estar con nosotros”, dice.
Otto incluso tuvo una travesura que los hizo pasar un gran susto. “Una vez se salió de la casa y se perdió varias horas. Fueron horas eternas. Yo agarraba a Tati para que maullara y él la escuchara, y así regresó solo. Desde entonces le pusimos un localizador, porque le encanta salir a pasear.”
Tati, en cambio, nunca se va. “Puedo tener la puerta abierta y ella ni se asoma. Es muy casera, muy tranquila”, comenta.
Familia completa
Yesiney no tiene duda de que sus gatos son parte fundamental de la familia. “Ellos nos dan paz, amor, compañía. Otto con su ternura y Tati con su elegancia. Nos alegran los días y nos acompañan siempre. La casa sin ellos no sería igual”.
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Hoy, entre juguetes, cojines y ronroneos, la familia Espinoza vive agradecida por esos dos seres peludos que llenan de vida su hogar. “Cada maullido es una forma de decir ‘te quiero’. No hay amor más sincero que el de un gatico que te elige todos los días”, asegura la mamá.
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