El año que concluye nos deja con la sensación inevitable de realizar un balance. Días de esfuerzo, de incertidumbre y también de logros sostienen la vida cotidiana de muchas personas.
Cerrar el año 2025 no es solo cambiar de calendario; es detenerse, mirar hacia atrás con honestidad y reconocer lo vivido con gratitud y responsabilidad.
En ese tránsito hacia el año 2026, la Iglesia nos invita a no quedarnos en la prisa ni en el ruido. Empezamos un nuevo año civil y lo celebramos en la Iglesia con la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, que nos recuerda que el inicio auténtico siempre nace del silencio, de la acogida y de la confianza en que Dios sigue actuando en la historia.
María aparece al comienzo del año como mujer de fe concreta, no idealizada ni distante. Es la Madre que cuida, que protege y que guarda los acontecimientos en su corazón, enseñándonos que el futuro está en manos de Dios. En un mundo obsesionado con el control y la inmediatez, su figura nos invita a iniciar el nuevo año con una actitud distinta: escuchar antes de imponer, acompañar antes de juzgar.
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El final del año también deja preguntas abiertas como sociedad. ¿Qué hemos aprendido de nuestras fragilidades? ¿Qué decisiones postergamos por comodidad o miedo? ¿Qué heridas siguen esperando ser sanadas? No todo lo pendiente se resuelve con propósitos rápidos, pero sí con la disposición sincera de cambiar el rumbo cuando es necesario.
Iniciar un nuevo año, bajo la mirada de María Madre de Dios, es reconocer que la dignidad humana está en el centro. Ella dio carne y rostro a la esperanza, y hoy nos recuerda que cada vida importa, que no podemos descartar a nadie, que el cuidado del otro es la base de toda convivencia auténtica.
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El 2026 se abre como un tiempo de desafíos reales: sociales, económicos, culturales y espirituales. No se trata de negar las dificultades, sino de afrontarlas con esperanza. A los cristianos nos corresponde traducir la esperanza en gestos cotidianos de justicia, solidaridad y responsabilidad ciudadana.
María no fue espectadora en el plan de Dios; fue colaboradora verdaderamente fiel. Su sí sigue interpelándonos a asumir nuestro propio papel en la historia. Cada familia, comunidad e institución está llamada a ser espacio de vida, cuidado y reconciliación en este año nuevo 2026.
La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es también una invitación a recomenzar desde lo esencial. Debemos ser coherentes en nuestra fe, vivir según lo que predicamos; no podemos quedarnos encerrados en una fe privada que no se manifiesta a los demás y que no da testimonio concreto del Evangelio.
Que el 2026 no nos encuentre simplemente más ocupados, sino más humanos. Que aprendamos a valorar lo pequeño, a cuidar los vínculos y a construir paz desde lo cercano. María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos acompaña en este inicio como signo de ternura firme y esperanza encarnada.
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Así, al despedir el año y abrir un nuevo calendario civil, la Iglesia nos ofrece caminar con fe, con responsabilidad, con amor concreto. Bajo el amparo de Santa María, depositemos el año 2026 confiando en que Dios sigue haciendo nuevas todas las cosas.


