Desde los 10 años, cuando su tío piloto de Lacsa lo llevó por primera vez a una cabina rumbo a Estados Unidos, André Quirós Tacsan supo que quería pasar su vida entre nubes, motores y controles de vuelo.
Aquel chiquillo nacido y criado en La Uruca, San José, quedó maravillado al ver todos los botones y relojes del avión. Lo recuerda como si fuera ayer: “Esa experiencia me marcó, me impresionó todo lo que veía. Desde entonces supe que quería ser piloto”, cuenta con una sonrisa.
Esa pasión creció con cada visita al aeropuerto Tobías Bolaños, donde su papá lo llevaba con su hermano a viajar en avioneta. “Cada vez que viajaba me decía: algún día ese voy a ser yo”, recuerda.
Hoy, a los 50 años, ese sueño infantil se transformó en una impresionante carrera en los cielos. André es piloto de un Boeing 787 Dreamliner para la aerolínea taiwanesa EVA Air, una de las más prestigiosas de Asia. Su historia es la de un costarricense que creyó en su sueño, lo persiguió contra todo pronóstico y lo hizo realidad.
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El camino para volar alto
El vuelo hacia su sueño no fue directo. Después del colegio, André estudió Ingeniería Electromecánica en Costa Rica y trabajó un tiempo en el campo.
Pero el deseo de volar nunca se apagó. A los 26 años, tomó una decisión que le cambió la vida: se fue a estudiar aviación a Florida, Estados Unidos, en el año 2001, apenas un mes después del atentado a las Torres Gemelas.
“No era el mejor momento para la aviación, pero no podía rendirme”, dice.
Allá obtuvo sus licencias de piloto privado, piloto comercial e instructor de vuelo. Incluso trabajó en la escuela donde estudió antes de regresar a Costa Rica, donde dio clases como instructor.
Al volver a Costa Rica empezó a volar para Sansa, haciendo vuelos internos a lugares como Golfito o Liberia. Más tarde dio el salto a Lacsa, donde pasó de una avioneta con hélices a un jet Embraer 190.
“Fue otro mundo. El cambio fue enorme. Un avión que volaba más rápido, más alto, más largo. Hay que estudiar mucho, pero eso es parte de lo que me encanta”, comenta.
De La Uruca a Taiwán
En 2015, Lacsa retiró los aviones que André volaba y él tuvo que buscar nuevos horizontes. No fue fácil. “No todos los países aceptan pilotos extranjeros, pero hay opciones como Panamá, Medio Oriente o Asia. Fue así como llegué a Taiwán”, explica.
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Ese mismo año fue contratado por EVA Air, donde empezó a volar el imponente Boeing 747, el avión más reconocido del mundo. “Nunca imaginé que iba a volar un avión así. Era un sueño dentro del sueño”, dice.
Años después pasó al Boeing 787 Dreamliner, una aeronave moderna de doble pasillo con capacidad para más de 300 pasajeros.
“No son muchos los ticos que volamos el 787 en EVA Air. Me siento muy orgulloso de representar a Costa Rica en los cielos”, comenta con humildad.
Su rutina no es fácil. Trabaja por turnos de tres a cinco semanas en Asia y luego regresa a Costa Rica por dos o tres semanas para estar con su esposa, María José Cubero, y sus hijos Tomás y Fabián.
“Al principio fue durísimo, estuve seis meses solo, pero después se fueron conmigo a Taiwán y ahí estuvieron por 6 años, ya volvimos a Costa Rica. Este trabajo exige mucho sacrificio, pero también da grandes satisfacciones”, asegura.
A 12 mil metros de altura
Ser piloto comercial no es solo despegar y aterrizar. Es una profesión de estudio constante y disciplina extrema.
“Nos evalúan en simuladores cada seis meses. Tenemos que practicar todo tipo de emergencias: motores apagados, fallos de presurización, pérdida de instrumentos. Siempre hay que estar listos”, explica André.
Durante los vuelos largos, de hasta 14 o 15 horas, los pilotos se turnan para descansar.
“En un vuelo de Taiwán a Milán, por ejemplo, somos cuatro pilotos. Mientras dos vuelan, los otros descansan. Es la única forma de soportar el cansancio físico y los cambios de horario”, cuenta.
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Las normas son estrictas: nada de licor, comidas diferentes entre piloto y copiloto para prevenir que ambos sufran una intoxicación al mismo tiempo y controles sorpresivos de alcohol y drogas. “Podemos ser llamados a prueba en cualquier momento”.
En una ocasión, recuerda, vivió un susto: “Viniendo de Caracas con Lacsa se reventó el parabrisas del lado mío. Sonó como un golpe fuerte, pero era solo la capa externa. El manual decía que se podía continuar, y así lo hicimos. Fue un sustillo, pero nada grave”.
Fe, familia y responsabilidad
André es un hombre de fe. Siempre lleva en su billetera una medalla de San Benito, que le regaló su mamá, doña Marita Tacsan.
“Siempre la ando conmigo; también la oración de la Santa Cruz me acompaña en cada vuelo. Es mi protección”.
Sabe que cada vez que se sienta frente a los controles, la responsabilidad es inmensa.
“Uno lleva más de 300 vidas a bordo. Siempre pienso que es como si llevara a mi familia. Trato a los pasajeros como si fueran mis seres queridos”.
Aunque se ha perdido algunos cumpleaños y celebraciones, intenta planear sus descansos para estar en Navidad y Año Nuevo con los suyos. “Mi familia es mi motor. Ellos saben cuánto me ha costado llegar hasta aquí”.
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¿Qué le diría a ese niño de La Uruca que soñaba con ser piloto, André no duda: “Que el camino será duro, que habrá momentos en que creerá que no puede, pero que con disciplina, estudio y fe, lo logrará. Que no se rinda, porque los sueños sí se cumplen”.






