Buscar tesoros dejó de ser cosa de piratas y películas para David Molina Roldán, un vecino de San Juan de Dios de Desamparados que convirtió la curiosidad que heredó de su abuelita en una pasión que hoy lo lleva a recorrer el país entero.
A sus 43 años, este ingeniero en informática puede decir que ha levantado del suelo pedazos de la historia de Costa Rica con un detector de metales, algunos tan valiosos como un reloj que perteneció al expresidente Rafael Iglesias.
Todo empezó con una costumbre familiar que él recuerda con muchísimo cariño.
“Mi abuelita caminaba viendo para abajo a ver qué se encontraba. Yo iba con ella en la calle y me decía: ‘Mirá, hay un cinco botado, júntelo’.
“Tenía una gran vista, veía dijes y monedas. Me quedó esa curiosidad de saber qué había en el suelo”, cuenta con nostalgia. Su abuela, María Zulema Salas Calderón, falleció el año pasado, pero él siente que sigue acompañándolo en cada búsqueda.
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El primer gran paso lo dio hace 16 años, cuando trabajaba cerca de las paradas de buses de Alajuela, en San José centro, y vio algo que le cambió la vida.
“Un día pasé por la Armería Polini y vi un detector de metales. Pregunté el precio y me dije: ‘Sí, lo ocupo en mi vida’. Y lo compré”, recuerda. No tenía idea de la aventura que estaba por comenzar.
Primera búsqueda en La Sabana
“Encontré tornillos, clavos y dos monedas de 100. Me sentía como Indiana Jones, estaba muy contento”, dice entre risas al recordar aquella primera búsqueda en La Sabana.
De ahí en adelante comenzó a mejorar su técnica, a invertir en mejores equipos y a desarrollar lo que él mismo llama “ojo de halcón”, esa habilidad que le permite detectar hasta el brillo diminuto de una monedita vieja en el zacate.
David no se ha limitado: ha recorrido playas, potreros, canchas de fútbol, zonas verdes olvidadas detrás de casas viejas, cavernas de Palmar Norte e incluso paredes donde familias creen que algún abuelo dejó escondida plata.
“Me han llamado como de 40 casas. El 99% de las veces no hay nada, pero una vez sí: en Bajo Rodríguez encontré un tarro de encurtido lleno de monedas de 1 y 2 colones antiguas. Para ese tiempo era un platal”, afirma.
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De todo ha encontrado
El país entero se ha vuelto su mapa del tesoro. Ha encontrado anillos, dijes, cadenas, herramientas, máquinas de moler maíz, herraduras y una cantidad infinita de monedas.
La mayoría no tiene gran valor económico, pero para él cada hallazgo cuenta algo: una historia, un recuerdo, un pedacito de alguien.
Entre todos los objetos que ha rescatado del suelo hay uno que destaca por encima del resto: un reloj de plata esterlina que perteneció al expresidente Rafael Iglesias, quien gobernó Costa Rica entre 1894 y 1902.
“Lo encontré en el bulevar frente al Mall San Pedro, cuando metieron tractor hace como cinco años. Lo guardé y nada más. Luego vi las marcas: tenía el nombre del orfebre y la fecha. Era de Londres, de 1902, justo cuando Rafael Iglesias viajó a colocar el café de Costa Rica en Europa”, explica.
Aunque el reloj ya no funciona, para David su valor es incalculable, porque representa un lazo directo con el pasado.
Pedazos de historia
“La detección metálica no es para hacerse rico, es para buscar las piezas pequeñas del gran rompecabezas de cómo vivían nuestros antepasados, qué soñaban. Yo tengo trabajo, esto lo hago por gusto”, aclara.
Eso sí, alguna que otra vez, en tiempos de apuros, ha vendido anillos o dijes que encuentra. Incluso, halló un anillo de 10 gramos de oro en el lago seco de La Sabana.
También tiene una moneda de 50 céntimos de 1886 sin resello, encontrada en el Parque Perú, y un cuarto de real de 1846 del Parque Nacional, verdaderos tesoros para cualquier coleccionista.
Un vasito de café
Hoy David documenta sus búsquedas, hace videos y comparte su pasión en redes sociales. No cobra por revisar patios ni terrenos, solo pide una cosa.
“Lo único que pido es un vasito de café y que me dejen grabar un videíto para la página. Me encuentran como ‘Detección Costa Rica’”, dice con humildad.
Al final, lo que hace no es buscar riquezas, sino recuerdos. Son regalos de la tierra y de una abuela que le enseñó que, a veces, los mejores tesoros están donde nadie mira.




















