Entre recuerdos de barro, el silbido del viento entre los árboles y el aroma seco de la sabana guanacasteca, Kimberly Díaz Brenes y su mamá, Ana Marisol Brenes Quesada, se lanzaron a la aventura más llena de orgullo guanacasteco de sus vidas: devolverle el alma a una casona que, aunque en ruinas, aún latía con fuerza en el corazón del pueblo de Cañas.
La Casona Hacienda San Luis no era cualquier estructura vieja. Era historia viva, era identidad, parte de la infancia de doña Ana Marisol y un sueño silencioso para Kimberly, quien de niña solo la miraba desde fuera con tremenda admiración.
“Mi mamá me contaba que de chiquilla jugaba ahí, cuando era una hacienda de grandes hacendados guanacastecos y estaba abierta, sin cercas ni restricciones.
“Yo la veía desde lejos, sin poder entrar, pero siempre me pareció mágica”, dice Kimberly, quien con 29 años y un título de arquitecta bajo el brazo, regresó a su tierra natal para abrazar su pasado con planos, lápiz y pasión.
Corazón cañero
Oriunda de Cañas, Kimberly vivió ahí hasta los 17 años cuando se fue a estudiar Arquitectura a la Universidad Latina, pero su esencia guanacasteca nunca se fue. Siempre la acompañaron los recuerdos de jugar con barro, de correr detrás de vacas, del güipipía que se le metió en las venas desde que era una chiquilla.
Por eso, cuando en el 2022 ganó el certamen Salvemos Nuestro Patrimonio Histórico-Arquitectónico, del Ministerio de Cultura, no lo dudó: esa casona deteriorada, olvidada, invadida por murciélagos y polvo, era la pieza que le faltaba a su historia.
“La casa estaba muy mal. Costó muchísimo hacer el levantamiento porque no había planos claros, solo unos muy antiguos. Tuvimos que investigar, buscar a antiguos propietarios, hablar con el pueblo. Fue ahí donde mi mamá y yo hicimos equipo”, cuenta con orgullo.
Doña Ana Marisol, educadora de enseñanza especial, puso su corazón en cada paso del proyecto. Lo hizo por amor a Guanacaste, por su gente, por su memoria.
“Cada anécdota que la gente nos contaba, cada foto vieja en blanco y negro, nos ayudaba a reconstruir algo más grande que un edificio: una herencia compartida”, dice Kimberly.
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Arquitectura guanacasteca
La Casona Hacienda San Luis, construida en 1951 y declarada de interés histórico-arquitectónico en 1994, guarda los rasgos propios de la arquitectura guanacasteca: techos altos, petatillos, pasillos amplios, pisos de ocre y una gran cantidad de madera que la hace respirar al ritmo del clima sabanero.
El diseño original se respetó casi en su totalidad. La intervención fue mínima y delicada, para no arrancarle el alma.
“Quisimos que siguiera sintiéndose viva, auténtica, como cuando estaba en su apogeo”, dice la arquitecta, quien actualmente trabaja para el ICODER desarrollando infraestructura recreativa y deportiva en parques como La Sabana, Fraijanes y Cariari.
A pesar de vivir en San José, Kimberly nunca se ha ido del todo, su corazón sigue en Cañas, en su gente, en su historia.
Por eso, este proyecto la conectó con su niña interior, esa que jugaba con tierra, libre, entre árboles.
“Volví a ser yo, esa chiquita feliz, sintiendo el ser guanacasteco en cada rincón de la casona”, reconoce con nostalgia.
Larga vida
Hoy, la casona está dentro del Colegio Técnico Profesional de Cañas. Sigue viva, sigue sirviendo, pero ahora con su historia al hombro.
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“Le dimos más años de vida, para que nuevas generaciones la conozcan y se enamoren también de lo que somos los guanacastecos”, dice Kimberly con gran orgullo.
A pocos días de que se conmemoren 201 años de la Anexión del Partido de Nicoya, este acto de amor entre madre e hija no solo restauró un edificio, sino que tejió con fuerza los hilos invisibles de la identidad guanacasteca.
“Este fue mi regalo para mi tierra. Le devolví un pedacito de lo mucho que me ha dado”, cierra Kimberly, demostrando que cuando el amor por lo propio se junta con la voluntad de hacer las cosas bien, los sueños se vuelven herencia viva.