Aunque Costa Rica abolió el ejército hace más de 75 años, hay un guapileño que, por esas vueltas que da la vida, terminó poniéndose el uniforme militar… pero del ejército de Estados Unidos.
Jean Paul Salazar Borbón nació y creció en el puro centro de Guápiles, en una casa donde lo más cerca que estuvo de un helicóptero fue verlos pasar sobre el aeropuerto local.
Hoy, a sus 47 años, este tico de pura cepa es sargento del ejército estadounidense, y trabaja arreglando helicópteros de guerra, esos mismos que sobrevuelan zonas calientes en Irak o Afganistán.
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“Costa Rica no tiene ejército, pero si lo tuviera, me habría gustado ser enfermera militar”, recuerda Jean Paul que le dijo a su mamá cuando él le contó que se había enlistado en el ejército norteamericano.
Desde hace más de 13 años forma parte de las fuerzas armadas de aquel país, y aunque ha vivido situaciones que le helarían la sangre a cualquiera, siempre todo lo pone en manos de Dios.
Gran decisión
Jean Paul se graduó del INA en construcciones metálicas, especializándose en soldadura. También sacó el bachillerato por madurez en Costa Rica.
Con apenas 20 años y una maleta cargada de sueños, se fue para Estados Unidos en 1998, sin papeles, sin trabajo definido, y sin tener muy claro qué haría, solo con la esperanza de pulsearla.
“Llegué indocumentado, pero con las ganas de salir adelante. Llegué a la casa de mi hermana mayor que ya vivía en Florida. Me acuerdo que un amigo pastor me pidió que orara mucho antes de tomar cualquier decisión. Y eso hice”.
En 2002 logró su residencia. Antes ha había trabajado en supermercados, imprentas y luego en mantenimiento de piscinas.
“Tuve mi propio negocio en mantenimiento de piscinas del 2006 al 2011, pero poco a poco este tipo de trabajo se complicó”, cuenta.
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Fue entonces cuando decidió dar un giro total: enlistarse en el ejército. “Pasé casi un año orando para entender si eso era lo que Dios quería para mí. Me presenté a la oficina de reclutamiento, hice los exámenes médicos y escritos… y me aceptaron”, recuerda.
Tico en zona de guerra
Entre 2019 y 2020 le tocó una de las etapas más duras de su vida, al ser enviado a Irak, donde pasó cerca de un año entre ataques, explosiones y oraciones.
“Me atacaron muchas veces, especialmente, por la noche. Una vez estaba hablando con mi esposa (Laura Arce), quien estaba en Costa Rica con nuestra hija de un año (Galilea), y escuché un silbido. Cayó una bomba encima de mi cuarto. Todo tembló. Solo le dije: ‘me tengo que ir, después te llamo’. Y salí corriendo”.
Jean Paul estuvo estacionado en Erbil, en el Kurdistán iraquí, donde además de su labor técnica ayudaba en la iglesia militar.
“Cantaba, tocaba guitarra, y junto con el capellán organizábamos servicios religiosos en español. Se nos llenaban. En medio de la guerra, los soldados necesitamos de Dios”, asegura.
A pesar de las explosiones y la pérdida de compañeros (en uno de los ataques murieron cinco soldados), Jean Paul nunca perdió la esperanza ni dejó de orar. En medio de los ataques agradecía a Dios porque en Tiquicia no hay milicia.
“Gracias a Dios, en Costa Rica no hay ejército. Yo que he vivido esto, sé lo duro que es. Pero también he aprendido muchísimo”.
Sobre el hecho de nacer en un país sin ejército y por eso no tener que pensar en llegar a una situación en la cual tenga que matar a otro ser humano con un arma, Jean Paul comenta: “Eso no tiene que ver con el hecho de ser tico o no. Eso se hace al tener que defender a los que están siendo oprimidos por gente terrorista”.
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Pasión por los cielos
Antes de enlistarse, Jean Paul ya tenía pasión por la aviación. Estudió mecánica de aviación, se especializó en motores de turbina y ha trabajado con helicópteros Black Hawk, Apache y ahora los Chinook.
“Detrás de mi casa en Guápiles hay un aeropuerto, y siempre veía pasar avionetas. Me decía: ‘Algún día voy a estar ahí’. Y lo logré”, cuenta con una sonrisa.
Estando en Irak, aplicó para un trabajo técnico civil en el ejército, arreglando helicópteros, pero para obtenerlo debía seguir siendo parte de las filas.
“No tenía experiencia con ese modelo de helicóptero (el Chinook), pero les dije: ‘Si me contratan, les garantizo que aprenderé y trabajaré duro’”.
Una madrugada en Irak, después de semanas sin respuesta, terminó de orar y sonó el teléfono. “Era de Recursos Humanos, el trabajo era mío y tenía 24 horas para aceptarlo. Llamé a mi esposa y le dije: ‘Nos vamos a mudar’”.
Vendieron casi todo, alquilaron un carro-casa y se pasaron de Florida a Washington, pegando con la frontera con Canadá.
Desde entonces trabaja en esa posición técnica-militar, en la que sigue entrenando soldados y manteniendo en el aire las máquinas más pesadas y complejas del ejército.
La familia, su motor
Jean Paul es esposo y padre de dos hijas. Una ya es adulta y estudia veterinaria en Estados Unidos, en gran parte gracias a los beneficios educativos que él recibe por su servicio militar. La otra, más pequeña, sí ha vivido de cerca la experiencia de tener un papá soldado.
“Uno entra al ejército por muchas razones. En mi caso, fue por crecer, por avanzar, por tener una carrera. Este país da oportunidades, pero uno tiene que estar dispuesto a trabajar fuerte”.
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Ahora, con casi medio siglo de vida, Jean Paul se ve como un costarricense que lleva a su patria en el corazón, aunque vista de camuflado.
“Yo sé que la frase dice: ‘bendita la madre tica que su hijo nunca vestirá un uniforme militar’. Yo sí lo visto, pero lo hago con respeto, con fe en Dios, y con el deseo de devolverle algo a este país que me da tantas oportunidades. Y siempre, con Costa Rica en el alma”.