María Fernanda Figueroa Claudel no recuerda una sola etapa de su vida sin estar en guerra con su cuerpo. Desde que nació, los médicos notaron que algo no estaba bien: subía de peso sin explicación y a una velocidad alarmante.
Fue apenas a los 4 años cuando le hicieron su primera dieta, y así comenzó una batalla que parecía interminable.
Vecina de El Molino de Cartago, María Fernanda, hoy de 32 años, llegó a pesar 215 kilos. Su diagnóstico, a los 10 años, fue un golpe duro, pero también un alivio: los especialistas del Hospital de Niños, junto a médicos extranjeros, le detectaron un trastorno metabólico llamado hiperinsulinismo.
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Eso explicaba por qué, aunque casi no comía, su cuerpo seguía acumulando peso sin control.
“Probé de todo: pastillas, batidos, dietas de moda, ballet, karate, natación. Nada funcionaba. A los 16 años ya estaba en 170 kilos”, recuerda con voz suave, pero firme.
A los 18, cansada de intentarlo todo y que nada funcionara, bajó los brazos. “Solo quería existir”, confiesa.
Fue en esos años que comenzó a perder no solo la esperanza, sino también su paz mental. Vivía incluso saltándose comidas, un día no cenaba, otro no almorzaba, pero el peso no bajaba.
En el 2012, con 19 años, ingresó al programa bariátrico de la CCSS, en el Hospital Calderón Guardia. Pesaba 190 kilos.
Logró bajar un poco, pero en el 2018, cuando por fin le autorizaron la cirugía, una huelga del sector salud y luego la pandemia retrasaron todo. Fue entonces cuando tocó fondo, fue cuando alcanzó los 215 kilos.
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“En pandemia entré en una depresión horrible. Todas las noticias decían que las personas gordas iban a ser las primeras en morir, y yo sentía que era cierto. Me rendí completamente. Comía esperando la muerte”, recuerda con amargura y gran dolor.
¿La visitó la muerte?
Una noche, pasadito lo peor de la pandemia, dejó de respirar. Su mamá, doña Damaris Claudel, estaba hablando con ella cuando, de un momento a otro, Fer se puso pálida y morada.
“Yo escuchaba todo, pero no podía moverme. Vi las caras de susto de mis papás y mi hermano Ariel... y ahí entendí que ya no podía seguir así. Esa noche fue el campanazo. El punto de quiebre.
“Me dije: ‘Fer, has sido egoísta contigo misma y con los que te aman. Tenés que hacer algo’”.
Y lo hizo. Comenzó a ejercitarse sola en su casa con una aplicación de celular, aplicó todo el conocimiento de dietas que había acumulado durante años y armó su propio plan.
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En poco tiempo bajó 56 kilos y quedó en 159. Esa fue la señal y muestra de un “sí quiero”, que el cuerpo médico del Calderón Guardia necesitaba para operarla.
La cirugía bariátrica llegó el 23 de septiembre del 2023. Antes y después del procedimiento, su disciplina fue brutal. Se metió a hacer crossfit, reeducó su paladar y reordenó su vida completa.
Un día a la vez
“Los primeros 56 kilos fueron difíciles físicamente. Los otros 76, fueron una lucha mental. Lucho todos los días, a veces me miro al espejo y todavía veo a aquella Fer de 215 kilos. Es como si el cerebro no entendiera que en año y medio bajé 130 kilos”.
Hoy pesa 80 kilos. Mide 1.70 metros y, más que una figura diferente, tiene una vida completamente nueva.
“Antes no podía caminar 100 metros sin llorar del dolor de espalda. Ahora puedo correr, saltar, hacer ejercicio. Me devolví la movilidad. Me devolví la vida”.
El programa de la CCSS contempla también la cirugía de remoción de piel, y ya le dieron luz verde para eso. Tiene su cita programada para noviembre. Calcula Fer y sus doctores que tiene entre 10 y 15 kilos de piel extra que deben quitarle tras bajar tantos kilos.
“Ahora como de todo, pero con inteligencia. Hay comidas que no tolero porque me dan bajonazos de azúcar, como un capuchino con caramelo. Y me volví muy selectiva. Conozco mi cuerpo. Me enfoco en proteínas, vegetales y frutas. De vez en cuando me regalo una hamburguesa”.
El proceso no ha sido solo físico. Ha sido una transformación integral.
“Lo más difícil es lo mental. A veces siento que no he logrado nada, pero luego veo a la Fer que casi queda postrada en una cama... y sé que estoy viva porque luché”.
La brumosa agradece profundamente a sus papás (Luis Figueroa es el papá). “Ellos me dieron el privilegio de dedicarme por completo a bajar de peso. Dejé de trabajar para enfocarme en esto. No todos tienen esa oportunidad”.
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A ratos, se le asoma el miedo a retroceder. Pero cada vez que lo siente, recuerda esa noche en que dejó de respirar. Y también, esa otra noche en que decidió volver a vivir.