El operario Alber Solano Sánchez aprendió hace 11 años el valor que tiene la vida, ya que una explosión lo tuvo cara a cara con la muerte.
No obstante, seguir con vida tuvo su costo, ya que quedó con muchas cicatrices, pero Albert les ve el lado positivo al indicar que al verlas recuerda que está vivo de milagro.
Todo ocurrió el 13 de diciembre del 2006 cuando él, junto a otros dos trabajadores de la empresa Químicos Holanda fueron atrapados por una explosión que acaparó los titulares de los medios de comunicación. La emergencia ocurrió en Moín de Limón.
Sus compañeros Giovanni Hernández, de 32 años, y Greivin Cortés, de 24 años, fallecieron días después del incendio.
Alber permaneció nueve días en coma y cinco meses más internado en el Cenare, donde el luchador venció todos los pronósticos y regresó a su casa.
Según Alber, en tan difícil momento, el amor y el positivismo que le ha dado siempre su familia ha sido la principal motivación para seguir adelante y dar la batalla.
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“El inicio de la recuperación fue muy dura, las curaciones fueron tan dolorosas que hasta me daban morfina. Una de las partes más afectadas fue la cara, ahí me pusieron mascarilla de placenta y en otras partes me hicieron injertos de piel.
“Del oído izquierdo quedé sordo y del derecho escucho un setenta y cinco por ciento, así que con eso me la juego. Las quemaduras sanaron bastante bien, tengo buena movilidad y la verdad no me quejo de mi salud, aunque los doctores me dijeron que quedé con una discapacidad del ochenta y cinco por ciento”, explicó.
Los hijos son su motor
Cuando Alber tuvo el accidente ya habían nacido sus dos hijos, Kendrick y Kianny. La niña tenía solo año y medio y debido a los meses de internamiento del papá, cuando lo volvió a ver ya no lo reconocía.
“Después de la explosión yo perdí mucho peso, pasé de 92 kilos a 44 kilos. Además parecía una momia porque estaba todo vendado, entonces cuando mi chiquita me veía no sabía quién era yo, eso fue muy duro”, narró.
“Mi hijo mayor sufrió mucho, años después del accidente cuando veía humo o escuchaba una sirena se asustaba mucho y me decía: ¡Papi hubo otra explosión!
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El sobreviviente dice que aunque él está muy recuperado y que sientas noticias de los medios le causan mucho dolor.
“Cuando escucho, por ejemplo, que un niño se quemó, se me parte el alma de saber por las curaciones por las que tendrá que pasar y por saber que tendrá cicatrices por el resto de su vida”.
11 años de espera
Aunque Solano ha tenido una recuperación favorable, en el aspecto económico no puede decir lo mismo, ya que no ha recibido ningún tipo de indemnización laboral por lo que pasó.
“Llevo once años esperando por algo que siento que es justo, la empresa me tiene registrado aún como trabajador, pero lo que recibo de salario mensual, desde que sufrí el accidente, son ciento dieciocho mil colones y con eso no me alcanza para mantener a mi familia, por lo que allegados me meten el hombro muchas veces.
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“Yo quisiera que me pensionaran y que me den mis prestaciones para vivir más tranquilo, pero el proceso judicial sigue abierto y quién sabe hasta cuándo va a estar así”, declaró.
Pese a las dificultades económicas, Alber trata todos los días de disfrutar el tiempo con su familia y vivir al máximo la segunda oportunidad que Dios le dio.
El martes pasado él cumplió 45 años y los celebró compartiendo una comidita con sus seres queridos, quienes lo han apoyado incondicionalmente en las buenas y en las malas.