El Novelón

Telarañas y clavos ayudaron a resolver el crimen de la pequeña Katia Vanesa

La niña fue asfixiada y enterrada debajo de una casa en Quesada Durán, Zapote

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El ver que en un pequeño cuadrante debajo del piso de una casa estaba sin telarañas y en ese mismo lugar las tablas del suelo tenían clavos nuevos fue lo que permitió a la policía esclarecer el crimen de la niña Katia Vanesa González Juárez, de solo ocho años.

Durante siete días los agentes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) buscaron a la pequeña que salió de su casa a recoger un conejito que un vecino le ofreció, lo que en realidad fue una trampa que le costó la vida.

El caso de la pequeña que desapareció el viernes 4 de julio del 2003 en barrio Quesada Durán, en Zapote, mantuvo en vilo al país hasta que se confirmó la terrible noticia de que fue asesinada.

La agente judicial Ivette Agüero fue una de las que trabajó en el caso de Katia Vanesa y asegura que la marcó para siempre.

“El día del reporte de la desaparición la Fuerza Pública nos llamó y nos fuimos para empezar a recopilar información. Lo que se tenía era que la chiquita ese día no fue a la escuela y cerca del mediodía Katia fue a la casa de una compañerita para recoger un libro de matemáticas.

“En ese momento algo pasó y no le pudieron dar el libro, pero la mamá de la otra chiquita le dijo que apenas pudiera ella misma le llevaría el libro, por lo que Katia se devolvió para la casa”, recordó Agüero.

La versión de la investigadora coincide con la de Olga Juárez, mamá de la víctima, quien aún hoy, dieciséis años después de la tragedia, recuerda con claridad todo lo que ocurrió.

“Ese día yo estaba enferma y necesitaba comprar una caja de leche para darle a mi hija menor. Después de que fue a pedir el libro Katia me dijo que ella iba la pulpería, yo no quería que fuera sola, pero ella insistió y la dejé ir”, relató la mamá.

La pequeña caminó unos cuantos metros hasta llegar al comercio y se topó con una niña de once años y el hermanito de ocho, quienes eran sus amigos. Mientras los tres conversaban un hombre, que vivía cerca y acostumbraba pasar gran parte del día sentado afuera de la pulpería, se le acercó a Katia y le ofreció un conejo.

La inocente niña fue a dejar la caja de leche a la casa y sin decir nada se devolvió a recoger la mascota que le ofrecieron, pero nunca más regresó.

Desesperación e incertidumbre

“Cuando me di cuenta de que mi chiquita no aparecía entré en desesperación, no sabía ni que pensar. Mi esposo y yo ganábamos apenas para vivir, no teníamos plata como para que se tratara de un secuestro. No sabía si más bien se la había robado una familia que no podía tener hijos para criarla, si se trataba de un caso de tráfico de órganos, de trata de personas o simplemente se había caído en una alcantarilla”, recordó doña Olga.

Durante ese viernes, el sábado y el domingo los agentes estuvieron analizando todas las posibilidades, incluso que fuera algún allegado a la pequeña el que estaba detrás de la desaparición.

“Todos en la familia, así como las exparejas de mi esposo y las mías, fueron interrogados, todos éramos sospechosos y mi corazón se partía porque yo no entendía porque hasta mi mamá y yo estábamos siendo investigadas, pero los agentes del OIJ me explicaron que ese era el procedimiento normal”.

Durante esos días doña Olga mandó a imprimir unos volantes con la foto de su pequeña y los números de teléfono de la casa y salió a pegarlos por todo lado.

Varios vecinos la ayudaron, incluso el sujeto que días antes le había ofrecido a Katia el conejo, situación que hasta ese momento era desconocida para todos porque los dos niños que presenciaron el ofrecimiento tenían miedo de hablar.

El lunes siguiente, al cuarto día de la desaparición, los hermanitos rompieron el silencio y le contaron a la mamá la historia del conejo, por lo que ella habló con los agentes judiciales.

“De inmediato empezamos a investigar quién era ese hombre y nos dimos cuenta que ya antes había ofrecido conejos y perritos por lo menos a cuatro o cinco niñas con el fin de acercarse a ellas y abusarlas sexualmente, eso nos hizo ver que era sospechoso”, detalló la agente judicial.

El sujeto se llamaba Jorge Edwin Sánchez Madrigal y tenía 36 años, era oriundo de San Sebastián y vivía en una casa que alquilaba junto a otro hombre.

Sus antecedentes no eran buenos, ya que mientras era menor de edad mató a una mujer y la enterró.

Cuando lograron reunir suficiente evidencia contra él los investigadores pidieron una orden de allanamiento para revisar su casa y el jueves 10 de julio le cayeron.

Pico y pala destruyeron confianza

Los oficiales detuvieron a Sánchez y lo metieron en un carro del OIJ mientras revisaban la vivienda. El primer lugar que investigaron fue el patio en busca de algún movimiento de tierra o cemento fresco, pero no vieron nada raro.

Dentro de la casa tampoco había nada fuera de lugar. Afuera, en el carro policial, el sospechoso estaba sentado tranquilamente con un semblante confiado; se negaba a contestar las preguntas que le hacían los agentes y claramente se notaba que se sentía más inteligente que los investigadores por lo que pensaba que saldría bien librado.

A pocos metros de ahí se encontraba la mamá de Katia Vanesa, estaba encerrada en su casa pidiéndole a Dios que su hija apareciera con vida. Los agentes le pidieron que no saliera porque el lugar estaba lleno de cámaras y micrófonos de medios de comunicación.

La casa de Sánchez estaba sobre bases de madera y un agente se asomó por debajo del piso y vio el lugar limpio de telarañas, lo que le llamó la atención. Cuando subió a la casa y vio las tablas con los clavos nuevos la curiosidad aumentó.

“Un compañero salió de la casa y agarró de uno de los carros un pico y una pala. Cuando el sospechoso vio las herramientas supo que estaba perdido y el semblante le cambió completamente, sabía que íbamos a encontrar a Katia”, recordó Agüero.

Cuando levantaron las tablas vieron que la tierra fue removida recientemente y al escarbar encontraron el cuerpo de la niña. Tenía puesto un vestido de baño morado que a ella le encantaba y acostumbraba usar como ropa interior y estaba en posición fetal.

“A mí me tocó ir a darle a la mamá de la niña la noticia, fue algo muy duro porque habíamos guardado, hasta el final, la esperanza de encontrarla con vida.

Olga dice que cuando se enteró que su hija estaba muerta sintió que el mundo se le vino encima. Los días anteriores fueron un infierno, pero pensaba que al final todo se resolvería y recuperaría a su niña.

“Mientras Katia estuvo desaparecida yo no tuve paz, pensaba en si ella tenía hambre, o frío, si la estaban maltratando, si estaba gritando por ayuda, era terrible, pero el confirmar que estaba muerta fue mucho peor”.

“Sentí horrible al saber que el hombre que me arrebató a mi hija se había acercado a mí luego del crimen para ayudarme a pegar volantes, él sabía que estaba enterrada debajo de su casa y seguía haciéndose el desentendido”, dijo entre lágrimas la dolida mamá.

La autopsia reveló que la pequeña murió por asfixia, pero no tenía lesiones en la tráquea ni en ningún lado, tampoco fue abusada sexualmente. Las autoridades presumen que cuando el hombre la raptó ella se resistió y mientras él le tapó la boca para que no gritara también le tapó la nariz y la ahogó.

El 22 de noviembre del 2004, Sánchez fue condenado a 30 años de cárcel por el homicidio de Katia Vanesa. Él estuvo preso en máxima seguridad de La Reforma porque los demás privados de libertad amenazaban con hacerle daño y el 3 de enero del 2011 murió por causas naturales.

Rocío Sandí

Rocío Sandí

Licenciada en Comunicación de Mercadeo de la Universidad Americana; Periodista de la Universidad Internacional de las Américas, con experiencia en Sucesos, Judiciales y Nacionales. Antes trabajó en La Nación y ADN Radio.

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