Claudio Montero, el cachorro del Club Sport Cartaginés, procedente de Alajuelense, un día tuvo la osadía de decirles a sus padres que no quería vivir más en Sarapiquí porque allí nadie lo vería jugar.
En ese momento, Montero tenía nueve años y ya descollaba en la selección de la escuela de Río Frío de Sarapiquí, donde profesores, compañeros, padres de familia y quien lo viera jugar, le decían que era muy bueno y que podía estar en algún equipo.
Montero era el diez, goleador, y esa fiebre por jugar y mostrarse lo llevó una vez a decirles a los papás: “No quiero vivir más en Sarapiquí”. “¿Por qué?”, le preguntó su papá, del mismo nombre. “Porque aquí nadie me va a ver jugar y quiero jugar en un equipo grande”, respondió el chamaco.
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Montero empezó en una escuela de fútbol de su papá, desde los tres años. A los seis, su padre se dio cuenta de que tenía talento y en todo ese tiempo integró cuanto equipo había en el barrio y en la escuela.
Tras ese episodio, don Claudio le propuso un plan: “El otro año vienen los Juegos Estudiantiles, la final era en Caimital de Nicoya y si nadie lo ve, yo lo llevo a algún equipo a hacer una prueba”.
El equipo clasificó hasta la final, con Montero haciendo loco, y se dio lo que el padre dijo: Enrique “Quique” Vásquez lo vio y se lo llevó a la Liga.
Pero el paso no fue sencillo. La situación en la zona se complicó por la pandemia, cerraron las bananeras y don Claudio quedó sin empleo (es pintor). Se la tenía que jugar con un arroz con leche que preparaba doña Mery Alvarado, su esposa y mamá de Claudio, y con la ganancia, viajaban a Alajuela, los viernes, para jugar sábado.
“Salíamos a buena mañana para entrenar a las 6 de la tarde. Terminaba a las 9 de la noche y claro que tenía hambre. Me iba a una venta de pollo por el estadio y le compraba una pieza de pechuga, ni siquiera una porción, y un fresquito. Luego nos íbamos para Pavas, donde mi hermana, quien nos daba la dormida”, dijo.
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Así pasaron dos años hasta que la Liga les empezó a dar algún dinerito con el que se ayudaron.
Cualquier padre de familia que tenga un hijo jugando fútbol, en cualquier división, se sentirá identificado con esta historia. Está ahora en manos de Claudio forjarse un futuro ejemplar.