El Novelón

Tico que sobrevivió descarga: “Lo que me duele no es no tener pierna, sino que mi papá murió por mí”

Hacer un favor cambió la vida para un hombre, pero este ha sido un ejemplo para todos

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Wilber Casares perdió una pierna al sufrir una descarga eléctrica, pero su dolor más grande no fue ese, sino perder a su papá, quien dio su vida por él.

La vida de este guanacasteco cambió el 12 de marzo del 2017. Wilber nos contó que él y su papá, don Felix Casares, de 64 años, se fueron a una finca de una señora amiga de ellos, doña Cornelia Carrillo, de 90 años, para apear unos “ricos y benditos aguacates”.

“Ella era moradísima y quería ver un partido, entonces nos pidió si le podíamos arreglar la antena, era una antena de aire. Ella tenía días de estar con ese problema, ya nosotros habíamos hecho ese trabajo, pero la antena que había era muy vieja”, recordó Wil, a quienes conocen como Pollito.

Casares contó que la antena estaba amarrada a un bambú y el soporte era un palo de naranjo. Estaba cerca de la casa de la señora.

“Como ya antes lo habíamos hecho yo le dije a papi, ‘yo voy a sostener la antena’. Me subo al árbol y me enganché de una rama para no caerme, la antena también estaba como amarrada a un tubo de hierro, pero nunca pensé que la antena se iba a mover y en eso pegó contra un cable que estaba a un metro de distancia. Sólo se escuchó un bombazo”, recuerda.

Él cree que no estuvo inconsciente, pero no está seguro de lo que le ocurrió en ese momento, dice que fue como si estuviera viviendo un sueño.

“Cuando la descarga me entró yo empecé a ver a abuelos, tíos, una hermana de mi papá, la madrina de mi papá, ya todos ellos están muertos, los veía de lejos, como esperándome o diciéndome que no era el momento”, relató.

Añadió: “Yo lo único que decía era, ‘Dios, ¿qué hago aquí? no me quiero morir, yo quiero ver a mi hijo crecer’, se llama Anthony, tenía cuatro años en ese momento, yo no vi a Dios, pero estaba en el cielo, y ellos más bien me decían que no, que no, como que me devolviera, y volví, en ese momento vi a mi papá, la descarga me andaba por el cuerpo, yo me prendí, tenía fuego en varias partes del cuerpo”.

Casares asegura que la descarga le entró por el dedo pequeño de una mano y le cruzó el cuerpo completo hasta salir por un pie.

“Mi papá, donde me veía, gritaba: ‘Señor, ¿qué hago? se me muere mi chiquito, Señor, ¿qué hago? se me muere mi chiquito’; él estaba angustiado porque yo no me podía soltar, tenía las manos con los puños cerrados lleno de electricidad”.

En medio de aquella desesperación don Felix no esperó más y decidió ir por su hijo.

“Mi papá se subió en una escalera y al tocar el naranjo se volvió tierra, lo tiró para atrás desde un metro de altura, yo lo escuché, yo estaba abrazado a la caña de bambú y el tubo de hierro, si yo me hubiera podido soltar, la caída era de tres metros, cuando papi se convirtió en tierra, la energía me soltó, por así decirlo”, relató.

Wilber se sintió angustiado en ese momento porque su papá quedó inconsciente.

“Yo ese día llamé tantas veces a Dios, le dije: ‘Dios, no se me lo lleve, dele chance de llegar al hospital’, ya los vecinos habían llamado al 911 para que mandaran las ambulancias, la descarga fue tan fuerte que todos los vecinos salieron al escuchar el bombazo”.

El hombre asegura que él no sabe cómo, pero se bajó del árbol como pudo para poder ir a ayudar a su papá.

“Yo estaba quemado y mi ropa estaba quemada, cuando me bajé la gente no se me acercaba, nadie me quería tocar por miedo de que la energía se les pasara, por la adrenalina yo en ese momento no sentí ni pensé en nada, mi papá volvió y yo todavía le dije: ‘papi, estoy bien, solo me quemé la ropa’”.

Añadió: “Yo le decía, ‘papi, no se mueva’, yo solo pensaba en la lesión que él podía tener en la espalda, mi papá me decía, ‘deme vuelta’, y yo le decía que aguantara, que ya venía la ayuda, se escuchaban las ambulancias”.

Wilber, a como pudo se sentó y cuando la Cruz Roja llegó, uno de los paramédicos lo miró y le dijo: “Pollito, ¿qué le pasó?”.

“Yo le conté y le dije: ‘atienda primero a mi papá', y él se quedó sorprendido porque en estos casos el electrocutado casi siempre se muere; mientras lo atendían yo saqué el celular, que lo tenía en la bolsa del pantalón y siguió funcionando y llamé a mi mamá para avisarle que tuvimos un accidente, que llegaran al Hospital La Anexión en Nicoya”.

Para doña Cornelia era angustiante y desesperante lo ocurrido, pues ella quería a don Félix como a un hijo, porque una hija de ella está casada con un hermano de don Félix.

Hospital

La ambulancia los trasladó rapidísimo, en el hospital los estaban esperando.

“Nos metieron en sala shock yo a un lado de papi, le pregunté a un enfermero que es vecino cómo estaba y me dijo que estuviera tranquilo, me pusieron sueros y me revisaron la vejiga, empezaron a alistarme para trasladarme al Hospital San Juan de Dios”, recordó.

A don Félix lo alistaban para llevarlo al Hospital de Liberia, para que le revisaran la espalda.

Pollito asegura que lo pasaron como a cinco camas de su papá, él seguía consciente pese a los medicamentos que le pusieron y el antibiótico.

“En ese momento yo veo que los doctores y enfermeros corrieron a sala de shock, no veo a mi papá, yo dije: ‘Diosito, no lo haga sufrir si tiene que llevárselo, que no sufra’”.

Pocos minutos después uno de los doctores se acercó a Wilber.

“El doctor me preguntó: ‘¿cómo se llamaba su papá?’, y yo le dije, ‘dígame la verdad, doctor’ y me repitió, ‘¿cómo se llama su papá?’, pero con la cara que tenía el doctor yo ya sabía que había fallecido. Yo solo dije, ‘gracias Dios, por no hacerlo sufrir, ahora dame fuerza para estar con mi hijo y mi familia porque no voy a poder estar con ellos para despedirlo’”.

Wilber asegura que afuera del hospital lo esperaba la madre de su hijo y dos muy buenos amigos, Henry López y Deiler Zúñiga, además uno de sus hermanos, hijo solo de su papá.

“Cuando ya me iban a subir en la ambulancia vi a la mamá de mi hijo y a todos, tenían unas caras, ella se me acercó y yo le dije que yo sabía que papi había fallecido, nadie sabía cómo decirme, le pedí que se quedara para despedirlo como mi papá se merecía y que mi hijo se despidiera de su abuelo. Yo les decía a ellos con el dedo que estaba bien, pero yo no sabía ni cómo estaba”.

Wilber, pensando que fue una pesadilla, volvió a preguntarle a la enfermera sobre su papá y ella le dijo que durmiera y tratara de descansar.

“En el camino al hospital me llamó un primo y me dijo: ‘mi hermano, no se ponga triste’, y yo le dije: ‘ya yo sé lo que usted me va a decir’, él me contestó, ‘usted sí es valiente’; mi primo lloraba, yo no lloré por mi papá porque tenía que ser agradecido, mi papá dio su vida para que yo me salvara”, contó.

La ambulancia iba con escolta, él recuerda donde veía el camino y cómo la ambulancia en las presas pasaba los vehículos.

“Yo a todos los de mi familia les pedía que me dejaran solo, que yo iba a estar bien, pero que por favor fuera a despedir a mi papá, él se lo merecía”.

Wilber fue llevado a la Unidad de Quemados y asegura que ahí se topó con varios ángeles, la doctora Laura Granados, los doctores Reyna y Jiménez y los enfermeros.

“Cuando llegué tenía como seis doctores encima mío de varias especialidades, al día siguiente, a las siete de la mañana me llevaron a lavarme todo lo quemado, siempre me dormía con oxígeno, monitores y ultravenosas”, recordó.

Pie

Uno de los doctores le dijo a Wilber que le iban a tener que cortar un pie, pero que iban a hacer hasta lo imposible para tratar de salvarlo, también le amputaron el dedito pequeño de una mano.

Según cuenta, le trataron de hacer un implante para tratar de salvarle la pierna.

“Dos o tres veces me dieron preinfartos, solo recuerdo que estuve en un laberinto buscando a mi hijo, los doctores esas veces me dijeron: ‘don Wilber, casi se nos va’, nunca encontré la salida del laberinto”.

El implante se le empezó a poner morado, también le sacaron un pedazo de costilla y un extracto de sangre, por varios días no pudo moverse, le sacaron también un pedazo de carne del muslo de una pierna y estuvo varias veces en sala de operaciones.

Se le pegó una bacteria, no se supo en cuál de los dos hospitales y eso complicó aún más la situación.

“Me llevaron hasta la Clínica Católica, a la cámara hiperbárica, para tratar de ayudarme y no funcionó, los doctores me dijeron que tenían que cortar la pierna y yo la verdad dije que si era para vivir, no importaba, todo lo tomé con calma y mucha serenidad, el pedazo de costilla y de piel de nada sirvió”, contó.

Este valiente tuvo que asistir a muchas citas y a rehabilitación, su primera prótesis se la dieron en octubre de ese año, apenas para que al día siguiente fuera a la fiesta de su trabajo. Aprovechó un camino que hay en la finca de su papá para caminar y caminar hasta que dominó la prótesis.

Él asegura que a los cuatro meses de que le dieron la salida del hospital pudo ir al cementerio a despedirse de su papá.

Además nos contó que doña Cornelia falleció.

“La muerte de mi papá la afectó mucho, me contaban las hijas que estuvo en el hospital malita y decía que mi papá llegaba para llevársela, era demasiado el cariño”, recordó.

Pollito asegura, pese a todo, sentirse afortunado.

“Yo trabajaba y sigo trabajando en Salazar Comunicaciones, soy display de Colgate, cuando pasó lo de la descarga tenía dos meses en ese trabajo, mis jefes me dijeron que cuando estuviera listo, sin importar el tiempo, mi trabajo me iba a esperar, estuvieron conmigo en el hospital, me acompañaron en todo momento y hasta me llevaron un día a comer, me siento muy agradecido de poder seguir haciendo mi trabajo”, comentó.

Cada año y medio le cambian la prótesis y en las próximas semanas recibirá una.

“Yo no he tenido que ir al psicólogo porque solo he decidido aprovechar esta oportunidad de vivir, yo vivo al máximo, ando en moto, me gusta bailar, voy tres veces por semana y hasta me tiro en una poza”.

Añadió: ”Lo que me duele más no es no tener la pierna, sino que mi papá murió por mí, es lo más duro de todo, más duro que cualquier dolor”.

Wilber ahora vive con su mamá y en sus sueños está comprarse una moto más moderna, “para cuando se pueda”.

Silvia Coto

Silvia Coto

Periodista de sucesos y judiciales. Bachiller en Ciencias de la Comunicación Colectiva con énfasis en Periodismo. Labora en Grupo Nación desde el 2010.

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